La necesidad de ocuparse del “trumpirato” ha retrasado este comentario a la carta apostólica Spiritus Domini que concede a las mujeres acceso canónico a las antiguas “órdenes menores” de lectorado y acolitado.
- Negativos. A primera vista el documento parece decepcionante: se limita a reconocer algo que viene practicándose desde hace tiempo: ¿quién no ha visto a mujeres leer y dar la comunión en mil lugares? Eso confirmaría la opinión de que, a veces, es necesario comenzar a hacer las cosas “ilegalmente” para que un día acaben siendo legales. Lo cual es cierto siempre que seamos suficientemente sensatos y desinteresados al elegir esas transgresiones. Por ejemplo: bastantes presbíteros siguen diciendo hoy que la sangre será derramada “por vosotros y por todos”: no por muchos, como está mandado por una falsa manía lingüística de un anciano venerable (falsa porque apunta solo al texto griego, pero no parece responder al posible arameo subyacente).
- Positivos. No obstante, una lectura más atenta del documento sugiere que hay en él algo muy típico del modo de proceder de Francisco, que suelo describir así: él levanta una escalera y luego sube solo un peldaño. O abre una puerta y solo se asoma sin pasar al otro lado. Pero ahí quedan la escalera levantada y la puerta abierta.
En efecto: el documento comienza estableciendo el principio de que el Espíritu “concede a los miembros del pueblo de Dios los dones que permiten a cada uno contribuir, de manera diferente, a la edificación de la Iglesia y al anuncio del evangelio”. Y añade que “hay que profundizar doctrinalmente en este tema para que responda… a las necesidades del pueblo de Dios”.
Efectivamente: las llamadas “órdenes menores” las creó la Iglesia atendiendo a necesidades pastorales. Solo la tríada “obispo–presbítero–diácono” procede del primer cristianismo. Y aun así, Vaticano II (LG 28) corrigió expresamente a Trento que asignaba a esa terna una institución divina.
- Tareas pendientes. Pues bien: parece evidente que hoy, las necesidades de construir la Iglesia y anunciar el evangelio apuntan a algo más que el que las mujeres hagan alguna lectura o ayuden a repartir la comunión. En momentos en que la catequesis sale de la escuela (aunque no debería salir la información sobre el hecho religioso y sus concreciones), parece urgente la creación de un ministerio de “catequista”, tan apto para varones como para mujeres con solo que tengan buena preparación. En momentos en que, con el alargamiento de la vida, aumenta la necesidad de cuidados (porque la vida se alarga en cantidad, pero no en calidad), parece conveniente la necesidad de un ministerio de “cuidador” que, caso de ser cristiana la persona asistida, acompañe los cuidados materiales con una ayuda espiritual, que haga más soportable la soledad y la decadencia.
No estaría mal, por eso, que uno de los próximos sínodos se dedicara a estudiar y crear esos nuevos ministerios u “órdenes menores” que la Iglesia necesita hoy, tan accesibles a varones como a mujeres. Llegaríamos así hasta las puertas de la terna antes citada: a una especie de “subdiaconisas”.
Lo de las diaconisas sabemos que está en estudio porque así lo prometió Francisco en una reunión con religiosas. Hasta donde yo sé, es un dato innegable que hubo diaconisas en la iglesia antigua (p. ej: en algunas iglesias eran las que acogían a las mujeres que salían desnudas del agua cuando el bautismo era por inmersión). Lo único a investigar es si ese encargo era considerado como sacramental o no.
- “The heart of the matter”. Llegamos así al presbiterado y a la impaciencia de algunas mujeres a las que quisiera dirigirme ahora de la manera más fraternal y cariñosa posible.
Escribí en otro lugar que, personalmente, no veo que haya objeciones al presbiterado de la mujer desde el punto de vista bíblico. De acuerdo con las palabras de Jesús, lo que el Espíritu dice a la Iglesia no es lo que Cristo hizo entonces sino lo que Cristo haría hoy. Es importante recordar las duras palabras de Jesús en Mc 7, y Mt 15: “hipócritas, quebrantáis la voluntad de Dios por acogeros a venerables tradiciones de vuestros mayores”. Añadí, no obstante, que ese paso tropieza hoy con un serio obstáculo ecuménico por la negativa radical de las iglesias ortodoxas. El imperativo de “que todos sean uno” me parece urgente y decisivo para el cristianismo en el mundo de hoy.
Además, este problema solo se planteará bien cuando desparezca todo aspecto de dignidad o poder en la visión del presbiterado. Para empezar, y por obediencia al Nuevo Testamento, no deberíamos llamar sacerdotes a los presbíteros: no hay más que un único sacerdote que es Cristo. También habría que desterrar la expresión “Santo Padre” para el obispo de Roma, porque es profundamente idólatra. No estanos aquí ante dignidades y cargos sino ante servicios y cargas. Y no puede quedar en mera palabrería piadosa la afirmación de Juan Pablo II: el título más apto para el papa es el de “siervo de los siervos de Dios”.
Situadas así las cosas, no puede decirse que la negativa actual del presbiterado a las mujeres es una “opresión”. Quien habla así refleja una mentalidad burguesa que desconoce lo que es realmente la opresión, ofende a los oprimidos de la tierra y parece buscar una dignidad más que una carga. Benedicto XVI dio por resuelto el problema arguyendo que el presbiterado de la mujer “no es voluntad de Dios”. Visto negativamente, ese argumento sugiere la pregunta de cómo estaba Ratzinger tan seguro de que esa es la voluntad divina, cuando infinidad de buenos cristianos creen lo contrario. Mirado positivamente hay que reconocer que Benedicto situó el problema en su verdadero lugar: cuál es la voluntad de Dios en este punto. Y añado que si la Iglesia toda se pone en disposición orante para buscar y cumplir la voluntad de Dios, esta acabará cumpliéndose.
Pasando a pronósticos históricos, tengo la impresión de que si un día llega el presbiterado de la mujer (como espero) no será a corto plazo: el documento de Juan Pablo II en 1994, ata todavía las manos de sus sucesores. Aunque, si son ciertos los rumores vaticanos, hay que agradecer al entonces cardenal Ratzinger que evitase una declaración infalible como pretendía Wojtila.
- Un consejo. En esta situación histórica, se me ocurre recomendar a todas las mujeres impacientes, la película Una cuestión de género. Buena película, basada además en un hecho histórico (aunque con algo de western como luego diré). La película obliga a plantearse la pregunta que allí se hace a la protagonista: ¿quieres tu propia victoria, aun a costa de dañar a la larga la causa de las mujeres, o un primer paso que luego constituirá un precedente? Esa es una de las grandes preguntas que suele lanzarnos la historia. No me cansaré de repetir que a una buena causa se le hace más daño cuando se la defiende mal desde dentro que cuando se la ataca desde fuera. Y en el caso de creyentes todavía más: porque pertenece a toda revolución bíblica el que su promotor (Moisés) se queda sin entrar él en la tierra prometida.
- N.B. Explico lo antes dicho sobre el esquema western de casi todo el cine americano. Dejando aparte méritos de buena narración, fotografía y demás, los westerns tienen algo de positivo que era plantear la vida como una lucha entre el bien y el mal. Pero suelen tener tres defectos claros: a) siempre está muy claro quiénes son los buenos y quién los malos, sin que haya en ellos mezclas complejas, sino que todo es bueno o todo malo; b) cuando ocurre alguna causalidad negativa (vg. llegar tarde o a tiempo), si es a mitad de película puede afectar al bueno, pero si es al final de la película siempre perjudica al malo; y c) los buenos son además mucho más guapos, mejor vestidos y con imagen mucho más agradable que los malos…
En la vida, por desgracia, no todo es tan claro.
[Imagen de Andrys Stienstra en Pixabay]