Darío Mollá Llácer. El mismo día de Navidad me puse a leer las reacciones políticas y periodísticas al discurso de Nochebuena del Rey. “Siempre… lo previsible…”. Según el político que opine, ya sabes lo que va a decir. Por supuesto, sin matices: o todo bien, o todo mal. Según el periódico que leas, ya sabes lo que va a decir: o todo bien, o todo mal. Sin  matices. Por no ser injusto, diré que solo leí un par de artículos periodísticos matizados sobre dicho discurso. Uno de un periodista de larga trayectoria y conocido, en un periódico de difusión estatal, y otro de un periodista para mí desconocido en un periódico de alcance regional.

El “siempre… lo previsible…” desborda el ámbito de la política. También se da en el ámbito de lo eclesial. Sigo cotidianamente, gracias a internet, varios medios de información eclesial de distinto signo. Según cuál de ellos leas, o según quién sea el firmante del artículo o comentario, ya sabes desde el principio lo que vas a encontrar: el todo bien o el todo mal. Sin matices.

Se ha dicho que las formas son muy importantes en democracia; yo pienso que también el matiz es muy importante en democracia. Porque matiz significa que hay diálogo: que se escucha, que se atiende a razones y no solo a emociones, que se intenta entender el qué y el por qué de la postura de la otra persona aunque finalmente no se comparta.

El “siempre… lo previsible…” indica, en mi opinión, un deterioro de la calidad de nuestra democracia. Confieso que muchas veces los debates en el Parlamento me parece que se acercan más a esos programas de “tertulianos” televisivos que a diálogos de un cierto rigor y calidad en contraste de análisis y propuestas diversas sobre los problemas de la ciudadanía.

He constatado a lo largo de mi vida y por experiencia propia y personal, que nada hace tanto daño a los que gobiernan, sea en el ámbito civil como en el eclesial, que estar rodeados de palmeros que, o por salvar su puesto o por miedo o por falso respeto, siempre dan la razón al que gobierna y nunca se atreven a hacerle la más mínima observación crítica. Podría citar nombres concretos, y no del pasado, aunque prefiero no hacerlo.

Estudié Historia y un excelente catedrático nos hacía caer en la cuenta de cómo en las épocas de crisis los gobernantes no buscan rodearse de personas competentes, sino de personas fieles. Me parece que en ello estamos, una vez más. ¡Ojalá que el año nuevo nos depare el regalo del matiz, del diálogo, de la libertad!

Imagen de Susanne Jutzeler, suju-foto en Pixabay 

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Jesuita, teólogo y especialista en espiritualidad ignaciana. Ha publicado en la colección EIDES: "Encontrar a Dios en la vida" (n º 9, marzo 1993), "Cristianos en la intemperie" (n º 47, octubre 2006), "Acompañar la tentación" (n º 50, noviembre 2007), "Horizontes de vida (Vivir a la ignaciana)" (n º 54, marzo 2009), “La espiritualidad ignaciana como ayuda ante la dificultad” (nº 67 septiembre 2012), “El ‘más’ ignaciano: tópicos, sospechas, deformaciones y verdad” (nº78, diciembre 2015) y “Pedro Arrupe, carisma de Ignacio: preguntas y respuestas” (nº 82, mayo 2017).
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1 COMENTARIO

  1. Todo está relacionado. En los grupos de poder suben más los más serviles. Que suelen ser los más mediocres humanamente hablando.
    El rigor, la transparencia, la autocrítica, la capacidad de replantearse las decisiones es un colchón para la democracia.
    Eso tanto en la Iglesia como en la política.
    Y no es nada fácil, porque la supervivencia de las instituciones se hace con frecuencia anulando a las personas.

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