Carlos Maza Serneguet. El libro y el tuit (bodegón). Ese podría ser hoy el título de un cuadro que representase una de las síntesis culturales que ─con tanto trabajo─ estamos haciendo. Como la de la identidad y la acogida, o la del cansancio y la esperanza, la de la incertidumbre y las pequeñas luces. O la no menos crucial entre la paella de Termomix y la hecha a leña. En fin, quizá demasiadas para una sola generación. Concentrémonos, pues, en una.
El libro y el tuit. Cojamos primero el libro y echémonos plácidamente sobre la cama, o sentémonos en el butacón. ¿No parece que la habitación, que ya estaba parada a nuestros ojos, se aquiete todavía más? Mano de papel que parece detener el tiempo, ralentizando el torrente de la historia a un ritmo en el que permite ser contada. La brecha se hace mucho más notable si veníamos de habitar el ordenador, en el que la realidad va montada en F-1. El silencio se hace compañero y muchas veces nos invita a levantar la mirada de las hojas para interrogarle o para seguir la pista de un pensamiento que ha comenzado a despuntar. Ahora que es tan difícil encontrar paraísos vírgenes, leer nos permite habitar por un tiempo un lugar donde todo está por hacer. Acostumbrados a vivir en medio de historias ya comenzadas y muy condicionadas, la lectura nos devuelve, no al paraíso original, sino a lo original que es paradisíaco.
Pero en medio de este idilio ya hace tiempo que se interpusieron terceras personas. Seductoras, reclamaban para sí la posibilidad de contar la historia de otra manera. Se llaman Serie y Tuit. El libro y su versión de siesta larga en imágenes, el cine, se han visto obligados a un ejercicio de comprensión, a acallar sus celos. Ya no podemos hablar solo de una batalla entre las distintas formas de acercarnos a la historia, porque hace tiempo que están conviviendo y se hacen cada vez más connaturales: el celuloide y el plasma, las hojas salidas del bosque y los píxels de las pantallas capturadas. El poliamor en la cultura es esa construcción de una convivencia pacífica entre distintas formas (unas más rápidas, otras más lentas) de acceder a eso que llamamos «ser humano». No es cierto que menos metraje y menos caracteres equivalgan, necesariamente, a menos verdad. Es lo que nuestro pintor imaginario intenta representar: la entente cordial de El libro y el tuit (bodegón).
Quizá entrenados por el silencio y la pausa del paisaje del libro, en nuestro interior se está formando algo que parecía imposible: el relato de lo que sucede en la red, que convive con el relato de lo que sucede fuera de ella. Y tiene mérito, porque la historia de Tuit es difícil de contar: fragmentaria, veloz, efímera, tan poliédrica que ya no sabemos si hablamos del mismo poliedro; caótica, muchas veces, y para colmo terriblemente impactante en ocasiones (a veces Tuit moviliza más emociones y con mucha más intensidad que un encuentro físico). Pero lo estamos contando. Y hasta está generando nuevas criaturas: el periodista de hoy es a menudo el constructor de relatos nacidos en Post. El jefe de un servicio postal entre islas que corren a cada segundo el riesgo de aislar a Robinson Crusoe.
El bodegón del libro y el tuit es la foto fija de un discernimiento que estamos haciendo (a veces en milésimas de segundo). Para los que veníamos de Libro, es el que nos dice cuándo necesitamos volver a él, para que las historias, tan veloces, no se nos escurran de las manos. A los que nacieron ya en Tuit, les conduce a otro mundo posible, de aguas más tranquilas, para poder zambullirse otra vez en este con aire en los pulmones.
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