Un 25N más. Algunos titulares bienintencionados en la prensa, declaraciones de políticas y políticos en las tertulias, campañas institucionales, algún reportaje breve sobre los actos del movimiento feminista que se sucederán durante toda la semana, cifras sobre el número de mujeres que sufren violencia física o han sido asesinadas en el último año –“del resto de violencias ya, si tal, hablamos otro día que no son tan alarmantes”, decidirá algún jefe de redacción–. Un 25N más… y lo de siempre. ¿O quizás no? Quizás menos.

En este presente en el que la pandemia global de la COVID-19 lo ha copado todo (desde las conversaciones familiares y las de taberna hasta las escaletas de los noticieros y los Consejos de Ministros), me resulta irremediable el temor de que el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer pase sin pena ni gloria, como una nota a pie de página, como un eclipse pandémico que nos deja a oscuras.

Lo explicaba muy claro hace algunas semanas Ana Nahxeli Beas, abogada y jurista en AADAS (Associació d’Assistència a Dones Agredides Sexualment), en el II Congreso Internacional para la Erradicación de las Violencias Machistas organizado por el Institut Català de les Dones: “El ‘Quédate en casa’ ha dificultado la denuncia de las violencias sexuales durante el confinamiento, porque ha creado una ficción de seguridad para las mujeres y otras identidades de género no hegemónicas”.

La COVID-19 y la infoxicación que ha conllevado, ha empañado los cristales y nos ha impedido ver que las medidas de restricción de movilidad y de aislamiento social que proponían las autoridades para afrontar la crisis sanitaria comportaban un alto riesgo para muchas mujeres y niñas de sufrir violencia machista al ser confinadas muchas de ellas con sus agresores.

Esa es la realidad, pero en los medios no hay espacio para nada más que vacunas, toques de queda, cierres y aperturas de bares, comercios y salas de conciertos, cierres perimetrales… Esos son ahora los temas que están en la agenda. Y no digo yo que no sean importantes, pero ante esa hegemonía temática, incluso sentimos debilitada la protesta social.

El domingo 22 de noviembre, en Barcelona, ante la imposibilidad de organizar una gran manifestación, se convocó a una Cadena Feminista en varios puntos de la ciudad con su distancia de seguridad y, por ende, con falta de abrazos, de besos, de apretones cómplices en el hombro de la compañera de delante… Nos faltó, o al menos yo lo sentí así, la fuerza de otras reuniones pasadas.

Asistí con una amiga y nuestras respectivas criaturas de 3 y 13 meses porque ambas somos muy conscientes de que lo personal es político, como nos enseñaron las feministas de los setenta. Y lejos de renunciar al lema, somos muchas las compañeras activistas y teóricas que estamos llevando la maternidad y la crianza y las violencias que las acompañan al ágora pública. Porque no es ninguna novedad que la alianza entre patriarcado, capitalismo y colonialismo afecta de manera específica a las madres, más aún si estas son migradas, racializadas y empobrecidas. Porque quejarse de lo que conlleva la maternidad en lo laboral, en lo personal, en la salud sexual y reproductiva -aunque no solo-, en lo psicológico, en lo social…, de lo que este sistema hiperproductivo e hiperviolento le hace a los cuidados y a su gestión emocional…, todo esto sigue siendo un tabú que nos atenaza con la etiqueta de “la mala madre”. Por todo eso y mucho más, nos añadimos a la cadena.

Por casualidad –aunque yo ya no creo en ellas–, nos situamos al lado del colectivo Furia Mexicana y nos sumamos a sus gritos de “¡Abajo el patriarcado! ¡Se va a caer, se va a caer!”. Yo saltaba con mi hijo en brazos y mi sudadera bordada con el lema “Ni una menos” y él reía con los ojos muy abiertos y dando palmas. Yo lo miraba esperanzada. Hacia el final del acto, una de las integrantes de Furia Mexicana se subió a un viejo camión de bomberos Ebro y tomó el micrófono para cantar la canción “Sin miedo” de Vivir Quintana que se ha hecho viral en redes desde su lanzamiento en marzo de 2020 y que va camino de los 7 millones de reproducciones en Youtube. Todas las que estábamos en ese tramo de la cadena nos unimos a ella…

La vuelvo a escuchar mientras escribo este texto y la piel se me vuelve a erizar. Un canto contra la impunidad; un canto a la memoria de las muertas, de las desaparecidas, de las supervivientes, de sus madres, de las que alzan su voz contra el silencio cómplice en cada manifestación, de las que trabajan incansablemente por los derechos humanos y para que se haga justicia; un canto por todas nosotras, resilientes, que transformamos cada día el miedo en vida y que ocupamos los espacios que se nos niegan; un canto a la sororidad como elección política de ponerse en el lugar de la otra y a su lado para unir esfuerzos; y un canto, sin duda, al duelo colectivo, al luto por las que no están, que tantas veces se nos gangrena en las entrañas. La canción termina con un hermoso deseo, deconstruyendo un verso del Himno Nacional Mexicano: “Y retiemble en sus centros la tierra / al sororo rugir del amor”.

Que no dejemos de cantarla mientras la violencia machista no cese; mientras sigamos contando mujeres asesinadas y desaparecidas en todo el mundo, todos los días, a todas horas; y mientras los agresores y feminicidas se sientan impunes, amparados por la tolerancia social y la negligencia política y judicial. No callemos, porque como decía la gran Mercedes Sosa, “si se calla el cantor, calla la vida / porque la vida, la vida misma es todo un canto. / Si se calla el cantor, muere de espanto / la esperanza, la luz y la alegría”.

[Imagen de Syaibatul Hamdi en Pixabay]

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Investigadora, docente y crítica audiovisual. Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad. Responsable del Área Social y editora del blog de Cristianisme i Justícia. Está especializada en educomunicación, periodismo de paz y estudios feministas y es miembro de varias organizaciones y asociaciones defensoras de Derechos Humanos vinculadas al feminismo, los medios de comunicación y la cultura de paz. En (de)construcción permanente. Madre.
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