Fernando Vidal. Se consolida el trumpismo, que es una sustancial alteración de la razón pública, sustituida por la postverdad. Las acusaciones de fraude electoral desde la Casa Blanca y sin pruebas culmina una estrategia y la establece como un modelo de éxito. El triunfo de Trump en las elecciones americanas con un apoyo tan millonario de votantes hace que Trump no sea ya una persona sino un sistema. Independientemente de que sea presidente o no, se ha instalado un método cuya eficacia ha quedado probada. Incluso en la derrota, gana porque extiende el modelo por el conjunto de la política y la sociedad. Ahora irá calando como modelo de liderazgo en las organizaciones, medios de comunicación y empresas. Estas segundas elecciones estadounidenses de 2020 son mucho más peligrosas que las primeras de 2016: el trumpismo no es una excepción, sino que se ha validado como cultura sociopolítica.
El modelo trumpista ha triunfado porque se ha hecho incondicionalmente con la mitad de los Estados Unidos. Incluso a los sectores pro-vida, familistas y cristianos no les ha importado votar ciegamente a un reconocido predador sexual, pornógrafo y protector del tráfico sexual de mujeres como presidente de la mayor democracia del planeta. Ese contorsionismo moral muestra la profundidad de la furia para dar forma a las creencias y elecciones políticas.
El modelo neoliberal de Ronald Reagan tardó diez años en extenderse por el mundo, hasta que dio forma a la globalización económica y a las relaciones laborales en todo el planeta. Solamente la constitución de la Unión Europea y sus legislaciones socialdemócratas lograron resistir medianamente a la tendencia.
Hoy en día, la capacidad de Estados Unidos para difundir el modelo trumpista es infinitamente mayor. La capacidad china para disputar su liderazgo mundial no cuestiona la hegemonía cultural estadounidense, que se ha reforzado. En primer lugar, por su dominio de todas las grandes redes sociales del mundo, como es el caso de Facebook, Twitter, Instagram, etc. En segundo lugar, por el dominio de la industria visual, que ya no solo es a través de su producción de cine y televisión, sino por su control de las gigantescas plataformas como Netflix o Amazon. En tercer lugar, porque el modelo universitario se ha americanizado radicalmente, de modo que la tradición de ciencia europea –sobre todo de Filosofía y Ciencias Sociales- y el modelo de competencia universitaria se ha rendido y entregado. La capacidad de transmisión del trumpismo al mundo es mucho más poderosa y veloz que el neoliberalismo reaganiano.
La clave del trumpismo no es que el líder sea un personaje grotesco, sino es el forzamiento de una división extrema para alcanzar el poder mediante la postverdad, lo cual requiere destruir el sentido de discernimiento de los ciudadanos, deslegitimar a las instituciones, alimentar el victimismo, potenciar el supremacismo, desconectar a las personas y encender la ira. No solo se ha vivido en Estados Unidos, sino que ya hemos tenido dolorosos ejemplos europeos recientes con el Brexit, el autoritarismo húngaro, la ultraderecha y una parte del secesionismo.
El divisionismo trumpista tiene su último fundamento en la institucionalización de la mentira violando todos los medios, controles, reglas sociales y escrúpulos morales. El trumpismo ha creado otra razón pública, cuya principal característica es el poder, no la verdad. La verdad pública no la establece la justicia, ni las urnas, ni la ciencia, ni los profesionales, sino el poder con que sea dicha una mentira. Fox News fue creando el modelo en varias décadas mediante la llamada “guerra cultural” y ha logrado dar forma no solo a la mitad de Estados Unidos sino a mucha más gente en el mundo de lo que lo reconoce.
Desde la década de 1980, nuestras democracias han estado potenciando sin freno las «ideologías del yo». Lo han hecho mediante la aplicación global del individualismo neoliberal en todos los órdenes de la economía y el consumo. Lo han hecho con políticas migratorias que han acentuado la suspicacia y estigmatización frente a la movilidad laboral de los extranjeros. Las egopolíticas también han impulsado la proclamación del aborto o la eutanasia como derechos fundamentales, lo cual no cesa de pesar sobre la conciencia profunda de una sociedad que se hace ciega a esas muertes. Las políticas supremacistas y nacionalismos exacerbados son una proyección colectiva de las «políticas del yo». El resultado es que el Yo/Nosotros posesivo es la medida de todas las cosas y eso ha socavado las propias dimensiones del bien común y la razón pública. El trumpismo es un derivado de esa oscuridad. Las democracias social-liberales han dejado que el trumpismo surja de esos graves defectos que, sin darse cuenta, han creado una profunda frustración que no se ha sabido ver.
Ahora, el sistema trumpista se va a expandir no solo a las estrategias políticas, sino como una alternativa a los liderazgos y estrategias. Es posible que haya culturas institucionalizadas que resistan, pero también habrá grupos ambiciosos que estén dispuestos a competir y ganar el poder mediante el eficaz método trumpista. Debemos estar en estado de alarma ante la posible penetración del trumpismo en nuestras organizaciones. Lo hará silenciosamente y a través de los perdedores, excluidos o personas que sufren un profundo malestar en esos entornos.
Por una parte debemos reforzar nuestras culturas demócratas en las instituciones políticas, las organizaciones sociales o vecinales, la excelencia de la creación cultural, la sinodalidad de las iglesias, etc. Debemos vacunarlas contra el tsunami trumpista que se nos viene encima. Por otra parte, hay que trabajar con las masas social o culturalmente vulnerables al mensaje trumpista. Son quienes económicamente han perdido y no ven futuro, quienes no son capaces de convivir interculturalmente con la diversidad y quienes creen que el laicismo excluyente impide la democracia cooperativa. Hay que reencontrarse y revincularse con quienes han sido inoculados con la epidemia trumpista y recrear la confianza y esperanza en que el bien siempre puede más.
Debemos profundizar en la cultura de discernimiento y la democracia cooperativa en nuestras organizaciones. La única resistencia posible es avanzar en dar esperanza a la gente, reducir las desigualdades, dar razones para la confianza política, estrechar la cooperación pública.
Imagen de Mary Pahlke en Pixabay