Darío Mollá LlácerSiempre he pensado, y cada vez me ratifico más en ello, que las propuestas evangélicas de vida son las más plenamente humanas para quien personalmente las vive y para la sociedad y que, al contrario, la lógica antievangélica conduce al fracaso de la persona y de la sociedad. Una de esas vías o propuestas antievangélicas más nocivas, si no la que más, es la soberbia.

Esta reflexión me ha venido sugerida por dos titulares que he leído en el diario La Vanguardia en los últimos días. El primero de esos titulares, entresacado de una entrevista, dice que el éxito de Instagram se explica por lo “bien que ha sabido cruzar el ego y el capitalismo”. El segundo titular dice que “ni siquiera Oxford sabe cómo acabar con este virus”.

Sí, vivimos en unos tiempos de exaltación desmedida del ego y de exhibicionismo vergonzoso de la propia intimidad. No sólo en los medios de comunicación o en los realitys, sino en las redes sociales. Parece que si no estás en ellas, no eres nadie. Y una vez en ellas has de contar hasta los más mínimos detalles de tu vida, a la búsqueda desesperada del “like”… ¿Adónde lleva eso, de verdad? Hace poco leí que se valoraba a una persona “porque está muy activo en las redes sociales” ¿Y?

Y la pandemia que sufrimos, con sus desastrosas y trágicas consecuencias, ha propiciado la aparición de “expertos” de debajo de las piedras: expertos en todas las ramas científicas que hoy dicen una cosa y mañana la contraria sin el más mínimo rubor y que lo único que provocan con sus contradicciones propias y con otros es el desánimo y la desmoralización.

Me van a permitir una confesión personal (una más): si algo me indigna cuando veo los debates de nuestro Parlamento son los gestos ostensibles de soberbia y de desprecio con que los unos escuchan (o no escuchan…) las palabras de los otros y viceversa.

El soberbio cree, por su soberbia, en su victoria permanente y llega a pensar aquello de “tú sí que vales” hasta creérselo. Pero la supuesta victoria del soberbio es bastante pírrica y pasajera. Y amarga cuando en la soledad no tiene más remedio que reconocer sus límites y sus fracasos. Ni eres el “estupendo” que te crees, ni los demás están tan “flipados” contigo como te piensas… Y cuando llegue el día después, te vas a encontrar vacío.

Tenemos que redescubrir seguramente eso que llamamos “humildad” y que no sabemos muy bien definir y que tan fácil es de caricaturizar. Pero vale la pena hacer un repaso a la historia pasada y presente y ver qué personas han ayudado a la humanidad a ser mejor y desde dónde lo ha hecho. Por hablar de sólo uno, y bien reciente: Pedro Casaldáliga.

Seguiremos hablando…

Imagen de Jörg Peter en Pixabay 

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Jesuita, teólogo y especialista en espiritualidad ignaciana. Ha publicado en la colección EIDES: "Encontrar a Dios en la vida" (n º 9, marzo 1993), "Cristianos en la intemperie" (n º 47, octubre 2006), "Acompañar la tentación" (n º 50, noviembre 2007), "Horizontes de vida (Vivir a la ignaciana)" (n º 54, marzo 2009), “La espiritualidad ignaciana como ayuda ante la dificultad” (nº 67 septiembre 2012), “El ‘más’ ignaciano: tópicos, sospechas, deformaciones y verdad” (nº78, diciembre 2015) y “Pedro Arrupe, carisma de Ignacio: preguntas y respuestas” (nº 82, mayo 2017).
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1 COMENTARIO

  1. Hola, me parece un excelente artículo. Me gustaría compartir con ustedes , pues me gusta mucho vincularlo con las meditaciones, quisiera compartir un sitio que sé complementará mucho , después de leer este increíble artículo, los que deseen pueden visitarlo.

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    Muchas gracias
    Saludos

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