Assumpta Sendra i Mestre. [Revista RE/Traducción propia]

Varias veces has hablado y escrito sobre el cambio de época, pero las circunstancias actuales de la pandemia fuerzan este cambio. ¿Cómo lo explicas?

La idea de cambio de época comienza a tomar fuerza con la crisis financiera que se produce a partir de 2008 y la constatación de que hay una serie de transformaciones impulsadas por la globalización (económicas, políticas, tecnológicas…) que generan nuevos interrogantes y dilemas, ante los que las respuestas y actores tradicionales ya no son suficientes. La pandemia, tal vez, acelera muchos de los cambios y la necesidad de respuestas que se plantean, pero no es un punto de inflexión en este sentido, sino que nos pone de forma cruda frente a un espejo.

Se lleva tiempo analizando y valorando este periodo y nos preguntamos: ¿Cómo será el mundo después de la Covid-19, ya que se han producido cambios a todos los niveles?

El mundo en que vivimos es un mundo roto por la desigualdad creciente, a todos los niveles, y por una crisis climática de la que empezamos a recibir sus principales impactos y síntomas. Es un mundo caracterizado por un malestar global, de sociedades que viven en primera persona, tal vez con particularidades diferentes dependiendo del contexto, la precariedad, la incertidumbre vital, la vulnerabilidad y la fragilidad.

La falta de horizontes vitales y la escandalosa desigualdad, además, dinamitan las democracias, hoy en día sistemas incapaces de ofrecer mejoras palpables en todos estos sectores. La encrucijada de cambios que estamos viviendo es extraordinaria y nos obliga a tener una gran audacia.

Evidentemente, todo ha quedado sacudido y se ha producido una fuerte crisis en todos los ámbitos: económico, social, familiar, cultural, pedagógico, laboral, religioso, emocional… ¿Qué crisis consideras que es la más afectada?

El mundo entero, a todos los niveles, ha quedado profundamente impactado. La pandemia nos ha llevado a una situación de vulnerabilidad compartida, impensable hace unos años. Normalmente las grandes catástrofes o epidemias tenían lugar en países del Sur, mientras que esta crisis no entiende de latitudes. Ahora bien, la pandemia pone de manifiesto, con dureza, las desigualdades estructurales que ya existían: los países, los barrios, los lugares donde vive la población más vulnerable, con menos acceso a infraestructuras sanitarias o con menos posibilidades vitales, son los que están sufriendo un mayor impacto. En Estados Unidos, la población afroamericana se ha visto tres veces más afectada por la pandemia que la población blanca.

En Barcelona, el impacto en los barrios más empobrecidos es más importante que el que hay en los barrios con mayor poder adquisitivo.

¿Cómo se puede reconstruir todo lo que ha quedado maltrecho?

Muchos gobiernos, también el de la Unión Europea, son conscientes de que de esta crisis no se puede salir con grandes desigualdades y fractura social. Si la salida fuera ésta, el escenario sería simplemente insostenible, a pesar de ello la precariedad y las desigualdades seguirán agudizándose. La pandemia abre una ventana de oportunidades para impulsar un modelo que ponga en el centro los bienes públicos y los bienes comunes globales, pero también abre la posibilidad de profundizar determinadas derivas autocráticas que hemos experimentado. Desde todos los ámbitos habría que detenerse antes de continuar haciendo las cosas como siempre, pensar qué estamos aprendiendo con todo esto, qué nos está diciendo esta crisis y qué cosas necesitamos para construir proyectos en clave de equidad y dignidad y respetuosos con el planeta. La gran tentación es volver a la «normalidad», cuando la «normalidad» es ahora mismo el problema.

A menudo ya describíamos que la sociedad estaba desanimada por diferentes realidades: un ritmo acelerado, gran complejidad… Todo esto llevaba y lleva a una incertidumbre. ¿Cómo sobrevivir?

El nihilismo social es quizás el más preocupante de los problemas que tenemos delante. La desconfianza en la sociedad, en las instituciones, en la posibilidad de tener un proyecto que gire en torno al bien común, se ha apoderado de multitud de discursos que piensan que no hay salida y que lo que se necesita es orden y mano dura, y ello nos trae reminiscencias de otros tiempos. El cine y las series de TV insisten en relatos distópicos, cuando socialmente lo que necesitamos es visión de futuro y horizontes esperanzadores. Somos capaces de imaginarnos el fin de la humanidad pasado mañana, pero no somos capaces de soñar en un futuro en clave de esperanza. La supervivencia y la salida pide rehacer tejidos sociales dañados por una sociedad impregnada de individualismo, hiperconsumo y hedonismo digital. Debemos reconectar con nosotros mismos y conectar con la gente que tenemos a nuestro alrededor para darnos apoyo mutuamente, y también para pensar juntos en el proyecto común que queremos.

¿Cómo se puede generar una nueva esperanza para una transformación con sentido y mirada constructiva?

Construyendo una ciudadanía crítica, comprometida con las iniciativas que quieren abordar los grandes problemas globales (crisis climática, paraísos globales…), con las iniciativas comunitarias que ayudan a tejer la sociedad y la comunidad en un mundo fragmentado, precarizado y atomizado, y con la capacidad de reconectar con uno mismo en medio de una gran crisis de atención a que nos han llevado las pantallas y las redes sociales. Siendo conscientes de que hay que diferenciar entre la necesidad de defender bienes públicos y globales, derechos fundamentales, y optar por renunciar a hábitos de consumo, a necesidades creadas, que tienen una huella ecológica que pone en peligro la vida del planeta. Cuando entendamos que el 15% del planeta, donde estamos nosotros, consume el 85% de los recursos mundiales y reconozcamos que no es ni viable ecológicamente ni deseable éticamente, y esto suponga cambios sustanciales en nuestras vidas y hábitos de consumo, estaremos dando un paso de gigante.

¿Qué crees que habremos aprendido de todo lo vivido y qué valores humanos se habrán recuperado?

Yo tengo esperanza, a pesar de ser consciente de que lo que predomina es este nihilismo social donde el problema siempre son los demás (los que no se ponen mascarillas, los que no han hecho lo necesario…) y donde la percepción es que vamos rumbo al desastre y que el género humano no tiene solución. Pero la historia es tozuda y demuestra todo lo contrario. Si de esta crisis salimos más concienciados de que vivimos en una aldea común y global, que nuestros actos tienen impactos en el conjunto del planeta y que, en el fondo, somos seres cada vez más interdependientes y ecodependientes, habremos hecho un gran aprendizaje vital y personal. El problema es que tenemos poco tiempo para resolver muchos problemas de fondo.

¿Cuál debe ser la brújula para orientar el camino y las tomas de decisiones en los nuevos escenarios que tocará vivir?

Toda esta experiencia nos ha de llevar a la acción para impulsar cambios individuales, institucionales y sociales de fondo, pero también para exigir decisiones políticas valientes que en los próximos años serán clave.

¿TE GUSTA LO QUE HAS LEÍDO?
Para continuar haciendo posible nuestra labor de reflexión, necesitamos tu apoyo.
Con tan solo 1,5 € al mes haces posible este espacio.
Artículo anteriorCómo contribuir a una nueva normalidad: el rol de las ONGD en tiempos de COVID-19
Artículo siguiente¿Quién teme la condicionalidad?

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingresa tu comentario!
Please enter your name here