Valeria Méndez de Vigo. El interrogarse sobre cómo saldremos de la crisis provocada por el COVID-19 se ha convertido en un lugar común, en el que los más optimistas argumentan que saldremos más fuertes, o mejores, mientras que los pesimistas arguyen que saldremos más débiles. Como suele ser habitual, el futuro individual y colectivo, también en estos tiempos del COVID-19 dependerá de las decisiones que adoptemos hoy, y son esas decisiones- y también nuestras actitudes y valores- los que marcarán la pauta sobre cómo saldremos de esta pandemia.
¿Y qué pueden hacer las ONG de cooperación al desarrollo? ¿Cómo pueden contribuir a que las decisiones que se tomen, inclinen la balanza hacia el lado más humanista, solidario y fraterno de la historia? A continuación, algunas claves:
- Leer la realidad y hacerse cargo de ella.
Si ha habido un momento en el que sea relevante leer la realidad del mundo, sobre todo desde la perspectiva de los que más sufren, es este. Analizar lo que sucede en el mundo, desde la atalaya que tienen para ellos las ONG de cooperación al desarrollo -con visión de lo que sucede en diferentes países- y mostrarlo es hoy una labor indispensable. Y por supuesto, hacerse cargo de la realidad, actuando en favor de las personas más vulnerables en función de sus ámbitos de actuación o conocimiento, ya sea en ayuda humanitaria, salud, educación, desarrollo integral, incidencia pública, o cualesquiera otros.
- Resaltar la necesidad de soluciones globales a problemas globales y la interdependencia de unos con otros en el común destino de la humanidad.
Desde esta visión, las ONG de cooperación al desarrollo pueden contribuir a situar la pandemia como problema global que afecta a todos. De hecho, las ONG llevan décadas hablando de la necesidad de arbitrar soluciones globales a problemas globales basadas en la cooperación -lo vemos a diario en temas como la emergencia climática, la desigualdad o las migraciones forzosas-. También la pandemia ha mostrado, de manera palpable, nuestra interdependencia: no saldremos de la misma por separado, o de manera aislada, sino que saldremos todos juntos o no lo haremos. El papa Francisco lo ha dicho con claridad: “Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad (…) permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de personas alrededor del mundo”.
- Mostrar y denunciar los efectos en las personas y colectivos más excluidos.
Porque si bien la pandemia afecta a todos, sus efectos y consecuencias no son iguales para todos. Las personas y comunidades más vulnerables, en cualquier lugar del mundo, sufren sus efectos, ya sea en salud, en incremento de la pobreza, en pérdida de empleo y salarios, o en quedarse excluido del sistema escolar, con mucha mayor crudeza. Las ONG conocen esas situaciones de primera mano y es importante mostrarlas y denunciar la vulneración de derechos, así como las situaciones que se den en los próximos meses. Los datos de los organismos internacionales son demoledores. Tal y como señala el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas en un reciente informe, el COVID-19 puede hacer que se dupliquen las personas que afrontan crisis alimentarias, pasando de 135 a 265 millones en el mundo a final de año. El Banco Mundial advirtió que el virus podría arrastrar a la pobreza extrema a entre 71 y 100 millones de personas. Tal y como señala el PNUD, incluso cuando la enfermedad pase, “sus repercusiones seguirán afectando a la población mundial durante años y, en mayor medida, a los más vulnerables”.
- Intervenir en los debates para construir otro modelo, otro sistema, que ponga en el centro los derechos de las personas y el cuidado de la casa común.
La profundización de las desigualdades, la emergencia climática y el retroceso en las democracias, entre otras cuestiones, agravadas con el COVID-19, nos muestra, con mayor claridad si cabe, que el sistema, el modelo está agotado y nos abre la posibilidad de volver, no a la vieja “normalidad”, sino a construir otra normalidad, otro sistema, otro modelo, en el que se ponga en el centro a las personas y sus derechos y el cuidado del medio ambiente. Las ONG tienen un papel clave en intervenir en los debates para influir en las políticas públicas y actualizar de manera universal las luchas por los derechos. Las ONG pueden ampliar o abrir espacios para que intervengan las propias personas y colectivos excluidos. Porque son las personas en los márgenes las que tienen la clave para mirar desde otro ángulo, desde su propia realidad de desigualdad y exclusión y proponer sus propias soluciones. En estos tiempos de incertidumbre, en los que no existen respuestas claras, hay que atreverse a mirar la realidad desde la perspectiva de los excluidos. Son ellos los mejor posicionados para construir “la nueva normalidad”.
- Ser cauce y enlazar iniciativas de solidaridad de la ciudadanía.
En medio de esta situación gravísima, han sido muchas las iniciativas de solidaridad lideradas por personas individuales, asociaciones de vecinos, de madres y padres, etc. Pero hay todavía mucha gente que querría ayudar a otros. Poder dar cauce a esa solidaridad, conectar unas u otras iniciativas y propiciar encuentros, puede ser una de las labores de las ONG en este contexto.
En definitiva, la labor de las ONG puede resumirse en acompañar a los que más sufren y en promover una ciudadanía activa, solidaria, orientada al bien común que incline la balanza para la construcción de un nuevo mundo más justo, fraterno, sostenible y en el que los derechos de todas las personas y el cuidado de nuestra casa común se hagan realidad.
Imagen de Martina Neugebauer-Renner en Pixabay