Xavier Garí de Barbarà y Álvaro Mellado Domínguez. Nadie duda de que estamos viviendo una hora grave global. La pandemia del COVID-19 va a provocar un gran número de muertes en todo el mundo, generando una emergencia sanitaria extrema, además del aislamiento social en muchas regiones y una crisis económica sin parangón. La paz y la seguridad internacionales también están en juego, como lo demuestra el llamamiento que Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, realizó recientemente para lograr un cese del fuego global. La gestión de esta crisis está falta del consenso y de la solidaridad, tan necesarias en estos tiempos, a nivel mundial. No obstante, hay esperanza como lo demuestra la iniciativa para una respuesta de salud global contra del coronavirus, liderada por la OMS, conjuntamente a gobiernos, organizaciones internacionales, fundaciones y empresas privadas, para encontrar vacunas y permitir su acceso global sin dejar nadie atrás.
En tiempos de emergencias severas como la de ahora, hay quien está actuando diferente al resto de autoridades y líderes mundiales. Sin cargar contra la situación creada, el papa Francisco reacciona con franqueza, se comunica con transparencia y se relaciona con humildad. En estas semanas ha estado acompañando al mundo sufriente de un modo cercano y profundamente empático. Es el caso del Urbi et Orbe solitario, en la plaza de San Pedro, al principio de la pandemia. El papa aumenta su presencia pública para dar una palabra de aliento, compartir el confinamiento y mostrar la cercanía de Dios. Su espíritu está, preferentemente, en los vulnerables, ingresados y agonizantes, así como en los que se entregan en primera línea por los más afectados. Su actitud constante es la de no dar la espalda a la realidad, ni encerrarse en su propio aislamiento (aunque sea recomendable por su edad y su salud); así pudo comprobarse en la insólita entrevista por videollamada, con el periodista Jordi Évole. Sus palabras fueron, una vez más, de cercanía, de esperanza y de ánimo para todos, creyentes y no creyentes. Y lo hizo, una vez más, con su sencillez y entereza y desde un espíritu profético profundo: es lo que podemos denominar como Espíritu de la Paz.
El Espíritu de Paz en crisis mundiales antes del COVID
A lo largo del siglo XX, ha habido crisis humanitarias dramáticas ante las que los pontífices del momento han dado una respuesta semejante. Ante la encrucijada de la Primera Guerra Mundial, el papa Benedicto XV reaccionó con actitud profética. Redactó dos encíclicas sobre la Paz (“Ad Beatíssimi”, 1914, y “Pacem Dei Munus”, 1920) y, especialmente en la primera de ellas, el pontífice daba testimonio del Espíritu de la Paz en una hora tan grave para Europa. Su voz no sólo era de denuncia profética, sino que también acompañaba al dolor de todas las víctimas de una guerra tan cruel. Entre sus diversas iniciativas, promovió treguas navideñas que nunca fueron escuchadas por los mandatarios. Sin embargo, en la Navidad de 1914 sí se dió un caso, emprendido por los soldados de una trinchera cercana a Lille (al norte de Francia), a instancias de mujeres de Inglaterra, Alemania y Austria, que escribieron cartas a favor. El papa respaldó dicha iniciativa femenina, que culminó con la tregua de 1914, que aunque tan sólo duró una noche, hizo posible pacificar el campo de batalla entre los bandos enfrentados. Este hecho histórico visibiliza cómo el Espíritu surge desde abajo y no solo de la jerarquía.
No obstante, la gran obra de Benedicto XV fue su coordinación con la Cruz Roja, para impulsar varias actuaciones importantes: (a) logró el reencuentro de prisioneros de guerra, (b) facilitó que llegasen 50.000 cartas entre detenidos y familiares, (c) consiguió que 26.000 prisioneros de guerra y 3.000 detenidos civiles pasasen su convalecencia en hospitales y sanatorios suizos y, finalmente, (d) hizo posible la conmutación de penas de muerte contra civiles, dictadas por tribunales de guerra. Por otro lado, instituyó el Día del Migrante, que surgió a raíz del drama de millones de italianos que tuvieron que emigrar al extranjero alrededor de 1914 y que se mantiene actualmente en vigor.
Ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el nuevo pontífice es Pío XII, quien ya había sido nuncio en Alemania y posteriormente Secretario de Estado. Desde su elección como papa, Pío XII vivió momentos muy difíciles de dictadura, guerra y genocidio y su mensaje siempre fue de paz para Europa y solidaridad hacia las víctimas. Demostró una actitud decidida a pesar de la indefensión del Vaticano, el cual quedaba acorralado territorialmente por el régimen fascista italiano y, además, era causa de la animadversión de las autoridades nazis por su posicionamientos. Ambas amenazas no hicieron callar al papa, el cual priorizó siempre la defensa de los perseguidos y condenó la violencia y los asesinatos. Son diversos los hechos que demuestran esta decidida y estratégica actuación, en especial a partir de mensajes de denuncia profética: el de agosto de 1939, llamando a la paz y no a la guerra una semana antes del estallido del conflicto bélico; en 1940, cuando el papa ordenó al Santo Oficio publicar una Declaración en L’Osservatore Romano que condenaba la eutanasia, a raíz de las leyes de esterilización y eutanasia de los no arios; y, en tercer lugar, el radiomensaje emitido la Navidad de 1942, en el que denunciaba el crimen contra miles de personas, por nacionalidad o raza, “destinados a un progresivo aniquilamiento”, (cuando meses antes se había celebrado la Conferencia de Wannsee en la que el régimen nazi aprobó la “Solución Final” para el exterminio de los judíos de Europa).
El papa Pío XII asumió un compromiso muy firme para la salvación del mayor número de vidas, coherente con sus mensajes. La más sorprendente actuación y que precisó de una arriesgada infraestructura, fue la red clandestina para salvar judíos que llegaba hasta la misma Alemania. También dentro del Vaticano y en los territorios extrarterritoriales de la Santa Sede, en toda Roma, promovió importantes iniciativas como abrir 53 monasterios para proteger judíos, facilitar que se vistieran de sacerdotes para esconderlos en el Pontificio Seminario Lombardo y autorizar algo inédito: la extensión de certificados de bautismo falsos para los judíos, de modo que constaran como católicos. Todo ello llevó a la salvación de un total de 6288 judíos, entre éstas y otras acciones que el Vaticano impulsó o colaboró. Sin embargo, Pío XII no se dedicó solamente a la protección de los judíos, sino que también se comprometió con la población local romana. En el verano de 1943, el pontífice abandonó el Vaticano dos veces ante los bombardeos sobre Roma, para desplazarse al lugar de los hechos aunque éstos, en uno de ellos, no habían finalizado todavía. Su objetivo era estar junto a las víctimas y en solidaridad con el dolor humano. Tanto Benedicto XV como Pío XII se dejaron llevar por este Espíritu de Paz, acompañando y acercándose a las víctimas, como en estos días transmite de igual modo el papa Francisco.
La llamada del Espíritu en el papa Francisco en tiempos del COVID-19
El papa Francisco, en su mensaje de este año para vivir la Semana Santa en tiempos del COVID-19, muestra una presencia encarnada del Espíritu en un mundo que sufre, para dar esperanza y paz a sus víctimas. Francisco llama a la unidad y al cuidado entre los seres humanos, reconociendo las dificultades actuales en las que se encuentra la humanidad. Las familias viven el confinamiento en casa, con los niños sin escuela y parientes afectados a menudo solos. Sin embargo, la dimensión profética del Espíritu se ve en sus gestos y mensajes, que llegan directamente a los más vulnerables: los ancianos, las personas que viven solas, los presos, los sintecho y todos los hombres y mujeres que viven con miedo el futuro (de sus puestos de trabajo y ante los estragos de una crisis para las economías domésticas). Francisco también tiene en su corazón a los que se arriesgan entregándose a su tareas con gran compromiso, como el personal sanitario, los agentes de protección civil y trabajadores de servicios esenciales.
Los gestos y mensajes del papa provienen del Espíritu de la Paz, como se desprende de sus reacciones espontáneas en su discurso, a menudo fuera de lo que lleva escrito. De su profunda empatía surge la llamada al mundo para hacer uso del poder creativo del amor y lo concreta recomendando con delicadeza cómo tener gestos de ternura con los que más sufren. Para esta Pascua insólita sugiere una vivencia especial: propone rezar, cultivar el silencio y prepararse para un tiempo de conversión después de la pandemia. Este cambio daría un significado especial a la muerte y resurrección de Jesús. Como hicieron los anteriores papas en momentos de gravedad y crisis humanitaria, Francisco se deja llevar por el Espíritu, e invita a los creyentes y no creyentes a trabajar, como Jesús, para hacer llegar la Paz en momentos difíciles.
El testimonio del papa a favor del Espíritu de la Paz no queda solo en el plano individual o de la familia, sino que trasciende al ámbito internacional de los contextos más vulnerables. Una preocupación expresada por el papa en estas fechas ha sido la seria falta de unidad entre los gobiernos europeos ante esta crisis. Fue sorprendente constatarlo en el Urbi et Orbi del Domingo de Resurrección, en el que Francisco apeló también a la paz y la humanidad para con las personas en situaciones graves, como los refugiados en Grecia y Turquía, las víctimas de las guerras en Siria y Yemen, los heridos y muertos en atentados terroristas en África, o las tensiones en Israel y Palestina, en Venezuela, Mozambique y Ucrania. En un mensaje sin precedentes, llamó a la condonación de la deuda de los países más pobres y requirió sobre la disminución de la compra-venta de armas y usar esos fondos para salvar vidas. Sin embargo, el papa no se limita a sus palabras; también actúa. Ha creado una Task Force o Comisión para la respuesta al COVID-19, movilizando varios departamentos y academias pontificias y lo ha estructurado en 5 grupos de trabajo: uno de respuesta a la emergencia actual, otro dedicado a la posterior reconstrucción del COVID-19, otro para comunicación, otro para relaciones con Estados e instituciones y otro para financiación de los diferentes grupos de trabajo.
El papa Francisco ha decidido empezar dando respuesta en los países más vulnerables ante el COVID-19, donde la Iglesia católica tiene presencia. Ha creado un fondo de emergencias para ayudar a los afectados por el coronavirus, dotado inicialmente con 700.000 euros, para que sea utilizado por medio de las Obras Misionales Pontificias en Asia, África y Latinoamérica. Este fondo no pretende ser solo exclusividad del papa, de modo que el monje budista de Myanmar, Ashin Nyanissara, se ha sumado con la cantidad de 10.000 dólares. Su actitud ha querido testimoniar un signo de compasión común entre las religiones, para promover la solidaridad en la caridad. Esta presencia del Espíritu entre las religiones se ha evidenciado también en una inusual oración interreligiosa en Jerusalén, en contra del coronavirus, con representantes musulmanes, judíos, drusos y cristianos. Todas estas iniciativas evidencian que el Espíritu de la Paz trasciende lo cristiano para convocar a la unión de la humanidad, lo que puede considerarse una clara alusión hacia los gobiernos para que actúen con la misma unidad de acción.
En este último siglo, el Espíritu de la Paz se ha hecho presente en momentos graves de la historia, por medio de actores relevantes como los papas de las guerras mundiales y de esta pandemia. Este Espíritu de la Paz no es una motivación personal de un pontífice, sino una presencia radical en el dolor, en las víctimas y en la respuesta compasiva de la humanidad. El papa no responde solo a esta presencia del Espíritu, sino que se siente convocado a contribuir, tal y como ya está respondiendo cada vez más gente en el mundo. Son destacables tantos anónimos que ayudan en su entorno familiar o vecinal, que atienden a personas vulnerables, que proponen gestos solidarios como los aplausos a los sanitarios, o el compromiso de éstos arriesgando vidas; son innumerables las iniciativas a las que la ciudadanía mundial se compromete. Ese Espíritu de la Paz parte del corazón de las personas y encuentra en el papa un aliado más, como dice el jesuita Víctor Codina en uno de sus libros titulado El Espíritu del Señor actúa desde abajo.
[Imagen extraída de Vida Nueva Digital]