Alfons Calderón. La actual crisis de la COVID-19 nos hace reflexionar. No solo la mortandad, el dolor causado por la enfermedad y los sacrificios del confinamiento. El descenso de muchos indicadores económicos que ha supuesto también retrotrae a tiempos pretéritos, que pensábamos ya sobrepasados. Pero la realidad se impone y solo si somos capaces de hacerles frente, superaremos los retos.

La génesis de la primera Comunidad Europea, en 1950, debería ser un paradigma estimulante. Entonces, la desolación de la posguerra era mayúscula. En muchos países todavía había racionamiento de alimentos. Por ejemplo, en Alemania occidental oficialmente terminó ese mismo año; en la parte oriental, separada por el «telón de acero», duró más.

Hace justamente 70 años, varias consecuencias perniciosas de la peor catástrofe causada por el hombre, la Segunda Guerra Mundial, permanecían y las emociones no estaban del todo aplacadas, después de millones de muertos por ambas partes. La línea divisoria de aquel conflicto sobre los escombros de un continente devastado radicaba en los antagonismos seculares de Francia y Alemania. Solo algunos, pocos al principio y a veces injustamente criticados por determinados contemporáneos, trabajaron duro para restablecer los lazos entre los antiguos enemigos y enterrar envidias ancestrales para construir un proyecto común de paz y prosperidad. Para ello, partieron de algo concreto, como era la producción conjunta del carbón y del acero, pero escalable a otros ámbitos y Estados democráticos europeos. Se plasmó en la Declaración Schuman de 9 mayo de 1950, que vendría a ser el acta fundacional de lo que hoy es la Unión Europea. La paz consolidada, combinada con un grado considerable de progreso económico y justicia social hasta nuestros días en su territorio, lo avala. A pesar de las imperfecciones y las crisis inherentes a toda obra compleja, probablemente nunca antes había perdurado tanto tiempo la simbiosis de los tres elementos para tantas naciones vecinas. Pero nada se puede dar por garantizado de manera indefinida si no se aviva convenientemente.

Si hace 70 años un movimiento incipiente hacia un proyecto compartido permitió superar dificultades de gran magnitud, ¿qué lecciones podríamos sacar en el contexto actual? La Unión Europea (UE) se hace aún más imprescindible, a pesar de los repliegues atávicos, los miedos, tergiversaciones y limitaciones que siempre han existido. Los virus, el cambio climático, las sacudidas financieras, el terrorismo, la pobreza y tantos otros achaques no conocen fronteras. Las soluciones locales, aunque necesarias, siempre son parciales. Hacen falta respuestas supranacionales que solo serán eficaces si están bien orquestadas entre pueblos y líderes generosos con miras amplias, proporcionales a los desafíos que nos acechan.

Cuando Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea (por cierto, la primera mujer en la historia de este organismo) raíz del flagelo de la pandemia le dice a España, en un mensaje inédito, «no estáis solos», parece una declaración de principios. Es la voluntad de unir esfuerzos y a la vez estar atenta y cercana. Más allá de las palabras, es necesario que este espíritu se traduzca en obras en toda Europa, como agua de mayo. Ojalá el 70 aniversario nos estimule a ir superando las trabas con esperanza y solidaridad, recordando el lema de la UE: In varietate concordia.

Imagen de Annalise Batista en Pixabay 

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