Josep M. Margenat. “Las doncellas prudentes de que habla el evangelio (Mt 25: 1-13) son las que durante su vida han comunicado el aceite de su lámpara a todas las criaturas, multiplicando las capacidades, las suyas y las de los demás, en el amor a Dios y los hermanos”. Esto, casi a la letra, lo escribió en 1950 Giorgio La Pira, el alcalde democristiano de Florencia, sin carnet de partido ninguno y defensor de los pobres. “Mi único carnet es el bautismo y ése no se pude romper”, le gustaba decir (y lo repitió cuando los suyos bloquearon su candidatura a la alcaldía…y perdieron).

A finales de abril de 2020, el paro (encuesta de EPA de 29-IV-2020 y datos complementarios de la seguridad social) es ya muy preocupante. Lo que viene puede ser peor. No hay derecho a que un 18,3% de la población activa actualmente no tenga trabajo (puede llegar a fin de año al 21,7%); no hay derecho a que 7 millones y medio de ciudadanos de nuestro país no contribuyan, pudiendo hacerlo, a crear o transformar riqueza con su trabajo. El trabajo es derecho básico de todos. No se trata de repartir recursos, aunque ahora sea urgente para garantizar aspectos esenciales e inclusión o de dignidad. Se trata de que las personas puedan trabajar porque tienen derecho a ello y todos tenemos derecho a esperar de los demás su contribución al desarrollo de la sociedad.

Una estructura social –económica, financiera, política– que ha tolerado y tolera una desigualdad como la que estamos viviendo no es aceptable. Esta exclusión tiene nombre: se llama expropiación, despojo. No podemos seguir descendiendo por la pendiente del empobrecimiento y de la exclusión social crecientes. Hay que actuar para parar entre todos, primero sus consecuencias más graves con una renta básica de ciudadanía, pero luego los efectos más graves y estructurales con un acceso muy amplio al trabajo para todos.

Pongamos los focos para reconocer el camino y la marcha.

Focos cortos

  1. Hay que intervenir directamente para garantizar el acceso de todas y todos al mercado; para ello hay que trasferir renta urgentemente en favor de los que más lo necesiten.
  2. Hay que invertir en los servicios públicos esenciales que garantizan, por medio de la redistribución, que todas y todos tienen acceso libre a los mismos bienes y servicios.
  3. Hay que apoyar y cooperar con aquellas iniciativas sociales que realizan esta misión y tarea de forma económicamente estable, eficiente y competitiva, socialmente solidaria, inclusiva y responsable y ecológicamente sostenible. No es imposible. hay que ponerse a ello.

Focos intermedios

  1. Hay que regular con mucho cuidado los intercambios mercantiles: trasparencia, equidad, competencia equitativa, vigilancia antimonopolista y oligopolista, calidad, derechos de los consumidores, afloramiento del trabajo clandestino y de la economía sumergida, equidad fiscal.
  2. Hay que revisar urgentemente el sistema fiscal para que sea justo, proporcional, progresivo, no expropiatorio.
  3. Hay que colaborar y apostar entre todos por mantener y mejorar el tejido productivo, las pequeñas y medianas empresas, los autónomos.

Focos largos

  1. Hay que invertir en educación. Han de hacerlo especialmente los poderes públicos, también las iniciativas sociales o los actores privados.
  2. Hay que capacitar a las personas, y a los grupos a las que ellas pertenecen, para que sean autónomos, no dependientes, activos en la transformación económica.
  3. Hay que reformar la estructura productiva para que sea más sostenible y la estructura laboral de manera que ofrezca trabajo como medio más generalizable de acceso a la renta.

Crear y apoyar capacidades no es sólo una cuestión de justicia social, es la consecuencia lógica y amorosa de aquella justicia que brota del anuncio de la fe y forma parte de ese mismo anuncio. No es posible ni la existencia cristiana, ni la espiritualidad cristiana, si ésta no se compromete hasta el fondo con la verdad de la realidad. Es propio de los cristianos militar contra los que engañan, mienten o secuestran la verdad.

Todos los ciudadanos, los cristianos entre ellos, deben contribuir a restaurar el orden justo contra el desorden establecido mundano. Los cristianos no sabemos de otro “compromiso”, sino del de la fe encarnada en esta realidad, no en la realidad idealizada o utópica, sino en la realidad amada radicalmente para transformarla en una ciudad soñada donde todas y todos tengan reconocida su dignidad y valoradas sus capacidades.

Imagen de Michael Kauer extraída de Pixabay

¿TE GUSTA LO QUE HAS LEÍDO?
Para continuar haciendo posible nuestra labor de reflexión, necesitamos tu apoyo.
Con tan solo 1,5 € al mes haces posible este espacio.
Jesuita desde 1990 y presbítero desde 1996, es profesor agregado de instituto de bachillerato y titular de universidad, como investigador y docente de Teología política, Ética social, Historia de la Filosofía Política e Historia de la Iglesia en la Universidad Loyola Andalucía y otros centros. Colaboró en El País y Revista de Fomento Social (como director entre 2008 y 2018) y colabora regularmente en El Ciervo, Razón y Fe y Religión y Escuela, además de escribir en algunos blogs. Ha publicado libros sobre la construcción del consenso pasivo en España (1934-1937), los cristianos de la dictadura a la democracia (1939-1975) y pedagogía ignaciana (traducido al francés y al portugués). Miembro de Cristianisme i Justícia, de EIDES y del Centre Internacional d’Espiritualitat Ignasiana de Manresa, colabora con el Institut de Teologia Fonamental y con el Institut universitari de Salut Mental. Vive en Manresa (Barcelona) desde 2020.
Artículo anteriorEsperanza activa
Artículo siguienteEuropa, hace 70 años

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingresa tu comentario!
Please enter your name here