Nicolás Iglesias Mills. Mi salud mental está llegando a su límite. No es por el encierro, ni por la cuarentena, sino porque sumado a eso, ya no se puede opinar distinto. El contexto del coronavirus nos da una sensación de que todos debemos ir hacia el mismo lugar, de que todos debemos de estar de acuerdo, y que por eso, no podemos tener un pensamiento crítico divergente. Las redes sociales, que son formadoras de pensamiento como lo era la televisión en la época de la Escuela de Frankfurt, se han convertido en un campo de batalla dogmático, donde no alcanza para un intercambio real, sino para la vanagloria de los hablantes. Y eso nos afecta más de la cuenta.
Hoy, con la excusa del coronavirus, todos debemos aceptar las medidas implementadas por el gobierno en una lógica dogmática similar a la que describíamos anteriormente. De otra manera, existe un ataque que basado en la culpa: “poner el palo en la rueda”, ir contra corriente o ser el innoble hijo de la raza humana. Esto sigue siendo una represión social, no debemos olvidarnos.
Por otra parte, la situación de emergencia global obliga a los gobiernos a tomar medidas que, viviendo una situación diferente, podrían considerarse como totalitarias. Con la justificación de la pandemia, se toman medidas rápidas para toda la población. Es natural y muchas veces efectivo que así sea. Un ejemplo de esto puede ser no salir de las casa. Pero no deja de ser una medida totalitaria. Estas medidas que se agradecen para la salud de la población, también forman pensamiento y derivan en la potenciación de ideas totalitarias que ya venían resurgiendo en Latinoamérica como una nueva aparición de las derechas extremistas.
“Es probable que veamos algunas reformas sociales destinadas a pacificar a la población, al menos temporalmente para mitigar el impacto de la pandemia, pero que vendrán junto con la creciente violencia de un Estado sin el que nadie puede imaginar vivir, porque todavía se está confundiendo con algo que protege nuestra salud” (Enkis, J. 2020).
Los que pensamos distinto quedamos, entonces: fuera de foco, ortivas, mala gente o faltos de sensibilidad comunitaria, y nos acusan de opositores radicales al gobierno; de esos que piensan que cualquier cosa que haga el oficialismo será un desastre. Este pensamiento es aún más partidario y dogmático que aquel que genera una reflexión crítica, intentando el intercambio pacífico de ideas.
Personalmente me han tachado de “jihad terrorista” solo por pensar distinto a una medida que se tomó desde el gobierno de mi país, Uruguay. ¿No es demasiado? La represión de ideas divergentes es una actitud absolutista y totalitaria que sólo se vio en períodos dictatoriales. A partir de la vuelta a la democracia, un país como Uruguay celebraba el intercambio y el pensamiento crítico. ¿Desde cuándo estamos cayendo en la partidización de todo?
Personalmente soy militante de un partido que actualmente es oposición, pero en todos los años de gobierno que tuvimos fui crítico de ellos, a la par de lo que estoy haciendo ahora, porque es de esta manera que puedo aportar a la sociedad, para generar algo común a todos. Pero hoy esta misma actitud es tachada de “terrorista”. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Nos queda entonces, el ya conocido consejo de formar grupos de apoyo y de pensamiento común. Tristemente, este es un consejo habitual: Por tu salud mental reúnete con quienes piensan igual a ti y genera una burbuja ideológica. Yo, lamentablemente, tuve que seguir este camino varias veces, aunque no desespero. La paciencia nos llevará al encuentro.