Guillermo Casasnovas. Recientemente, en Cristianisme i Justícia reflexionábamos y escribíamos sobre los límites del mercado en nuestra sociedad, a raíz de la relectura y actualización de la obra de Karl Polanyi. Entre muchas de las lecciones y oportunidades que nos trae la actual crisis sanitaria (con muchos números de ser también crisis económica) es profundizar en esta relación entre mercado y sociedad que a veces damos por supuesta.
En primer lugar, ¿hasta qué punto la excesiva mercantilización de nuestra sociedad ha exacerbado el impacto del COVID-19? Aunque no debemos caer en la demagogia de culpar al mercado o al capitalismo de todos los males, ni tampoco buscar chivos expiatorios en crisis que son sistémicas y con múltiples derivadas, vale la pena recordar el maltrato que ha sufrido la sanidad pública en los últimos años. Las constantes listas de espera en los hospitales y los malabarismos que han de hacer en la tan castigada Atención Primaria son reflejo de la falta de inversión en personal y recursos. A menudo solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, pero haríamos bien en repasar nuestras prioridades como sociedad en el futuro, dejando claro cuáles son los irrenunciables que deben estar controlados (no necesariamente gestionados) por el sector público. El ejemplo de Estados Unidos lamentablemente demuestra que sin una adecuada cobertura sanitaria universal es mucho más difícil hacer frente a estas crisis.
En segundo lugar, las últimas semanas nos han demostrado las limitaciones del mercado y la aparición de sistemas alternativos, aunque sea a pequeña escala. Los supermercados arrasados son un ejemplo de las limitaciones, pero más grave son los intentos de algunos por aprovecharse de la situación –como el caso de los hermanos Colvin en Estados Unidos, que compraron más de 17.000 botellas de desinfectante para luego revenderlas a un precio mayor. Frente a estos sistemas que provocan incentivos nefastos, hemos encontrado también numerosas alternativas. Desde profesionales que ofrecían sus servicios de manera gratuita hasta farmacéuticos que limitaban la compra de determinados productos para evitar el acaparamiento, desde redes de voluntariado para visitar a colectivos vulnerables hasta artistas (más o menos profesionales) que han compartido sus canciones con el mundo para aliviar el confinamiento. Quizás es un recordatorio de que no hace falta que todo se compra y se venda, que la gratuidad y la reciprocidad también tiene su lugar, y que probablemente ese lugar debería ser más central. También nos hemos dado cuenta de que nuestro consumismo es a menudo más una adicción que una necesidad – estos días no solo hemos sobrevivido, sino también disfrutado con menos restaurantes y más cocinar en familia, menos frenesí de actividades y más momentos de calidad (aunque sean virtuales) con nuestros seres queridos, y menos novedades pero más aprovechamiento de lo que ya tenemos. Ojalá una de las consecuencias de la crisis sea frenar un poco la rueda del consumo…
En tercer lugar, ya nos estamos planteando cómo afrontaremos la salida de la crisis y sobre todo su vertiente económica. Aquí vienen a colación las tres mercancías ficticias que analizábamos a la luz de Polanyi: vivienda, trabajo, y finanzas. ¿Qué ayudas va a aprobar el Estado para las hipotecas y los alquileres? ¿Van a ayudar a los bancos o los colectivos más vulnerables? ¿Cómo se va a proteger el tejido empresarial? ¿Ayudando a los trabajadores, a los autónomos, a las pymes, o a los inversores? ¿Con qué impuestos (más o menos progresivos) se van a pagar todas estas ayudas? ¿Por qué las grandes empresas cotizadas veneran tanto la creación de valor para los accionistas si muchos de éstos (sobre todo los más cortoplacistas) son los primeros en abandonar el barco cuando pintan bastos?
Leía hace unos días en Twitter que las crisis solo son oportunidades para aquellos que necesitaban alguna excusa para actuar. Pues como sociedad llevamos un tiempo con los deberes por hacer, así que bien podríamos aprovechar esta crisis como la excusa para cambiar algunos de nuestros hábitos individuales y estructuras institucionales. Seguro que el planeta también lo agradecerá.
[…] pandemia nos obliga, si no queremos sufrir una catástrofe mayor que la de la propia pandemia, a desobedecer las restrictivas leyes del mercado y a cuestionar los dogmas que de ellas se derivan: tendremos que compartir la riqueza y dar a los […]