«Esta mañana, en sólo dos horas, han venido 5 personas». Éste es el mensaje que nos envía Pau, jesuita, desde la puerta de Migra Studium, a las 11 de la mañana del lunes 16 de marzo, primer día de confinamiento y primer día en que entidades que hacemos primera acogida tenemos la puerta casi cerrada. Tiempo en que no podemos hacer aquello para lo que fuimos creadas: ofrecer acogida a las personas migrantes vulnerables. Los últimos días pensamos en un sistema de teletrabajo y nos repartimos tareas para hacer desde casa. Parecía que lo teníamos todo controlado, pero la propia vida nos ha recordado que esto no sólo va de eficiencia y gestión y que, mientras dure este confinamiento, tendremos que sufrir la imagen contra la que luchamos cada día: la de las personas esperando ante una puerta cerrada.

Nosotros no ofrecemos un servicio básico y, por tanto, siguiendo las instrucciones de las autoridades y pensando en el bien común, no abriremos. No estaría justificado que una persona saliera de su domicilio para venir «a nuestra casa», aunque para muchas de ellas, y especialmente las más vulnerables, las entidades de acogida son los únicos lugares donde encuentran a alguien dispuesto a escucharlas, donde pueden dejar de ser invisibles y compartir quiénes son y en qué situación se encuentran. Esta puerta cerrada intentamos compensarla intensificando el contacto telefónico con quienes ya estábamos en contacto, pero no podremos llegar a toda aquella gente a la que aún no conocemos. Personas que es probable que tengan que vivir más escondidas que nunca, ya que la presencia policial en la calle es mucho más evidente. Este será un tiempo perdido para la acogida.

En otros casos, la puerta cerrada será la del propio lugar donde viven las personas migradas más vulnerables. No utilizaremos aquí la palabra «casa» porque, gracias a informes como El hogar es la clave, de Cáritas, sabemos cómo viven muchas de ellas: un 36% de la población de la diócesis de Barcelona vive en una vivienda insegura o inadecuada, una cifra que aumenta hasta el 72% en el caso de personas de origen extranjero. ¿Cuántas personas vivirán su confinamiento en lugares insalubres? ¿Cuántas lo harán con personas desconocidas? ¿Cuántas en una habitación de pocos metros cuadrados? ¿Cuántas sin un mínimo espacio de intimidad? No sabemos la cifra, pero es suficiente saber que son todas aquellas a las que no les hemos ofrecido una alternativa más digna. Será este un tiempo perdido para la protección de quien es más vulnerable.

Y en este universo de puertas cerradas, un contrapunto, tan pequeño y humilde como potente y esperanzador: el que representan las familias y comunidades que en algún momento decidieron abrir la puerta de su casa y ofrecer su hospitalidad. Como la Red de Hospitalidad de Migra Studium, que acoge gente en Barcelona, L’Hospitalet de Llobregat, Sant Cugat, Sant Feliu y Terrassa. Mujeres y hombres que comparten tiempo de confinamiento (y de miedos y oportunidades) con alguien que no hace mucho era un desconocido/a. Será un tiempo para la vida compartida, un tiempo ganado para la hospitalidad.

[La familia Fortuny Font y Bakary Diarra. Imagen de Hospitalaris.org]

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Directora de la Fundació Migra Studium. Coordinadora del Servicio Jesuita a Migrantes en España. Licenciada en Sociología por la Universidad de Barcelona.
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4 Comentarios

  1. Qué gestos más maravillosos los de estas familias!! Cuánto corazón y cuánto bien, día tras día, que casi no se ve y que se agradece tanto!!

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