Jorge Picó. Apenas empezaron los primeros días de confinamiento decretados por el Gobierno en España y ya estábamos todos lanzados en una orgía de consumo cultural en las redes: visitas guiadas por los museos, teatrotecas abiertas, artistas dando conciertos desde sus casas, recomendaciones y listas de cultura a consumir y plataformas digitales abriendo sus contenidos. Como si no hubiera parón posible. ¿Detenerse? Impensable, show must go máxima lanzada por algunos teatros y óperas de prestigio. El #quedateencasa produce vértigo en la pléyade de artistas que son o somos nuestra propia marca y nos debemos a la tiranía de la visibilidad. Me conecto y te recito un poema, o te leo un fragmento de mi libro preferido. De esperar, por dar ideas, a que RNE saque la patita y pague a unos cuantos actores y actrices ahora por radiar teatro, nada.
Yo doy un paso adelante antes. El hecho artístico, que es sobre todo un trabajo de equipo y presencial, se lanza a producir en las redes, hipermotivados, aunque dóciles sin darnos cuenta, y sin evaluar cómo resuena en nosotros este parón obligado. Para eso soy sujeto-empresa. El artista-emprendedor, sujeto heroico de las redes sociales. Imaginativos y siempre resolviendo, capaces de reorientar la situación, así somos los creadores. La vocación tiene estas cosas y hay que mantener la ilusión de que estamos siempre activos, aunque sea al precio de darlo todo gratis. Me ves, luego existo y así mi vértigo es menor. Me sigues viendo, luego estoy en el mercado y así puedo seguir compitiendo. Precariedad, ansiedad y contingencia. Escribo esto en estos días que estoy dando de baja contratos de obra e interrumpiendo ensayos, repartiendo miseria en salarios que no recogen las horas reales de trabajo que hay en una creación artística. Pero somos capaces de disfrazar esta precariedad de glamour. Sentimos hasta el aliento de la ultraderecha que nos abofetea: «un agricultor o un ganadero es más útil que vosotros», y si todos los teatros, auditorios, centros culturales cierran, no pasa nada, ya lo veis, hasta Peter Brook lo profetizó.
Bueno, orgía, sí, pero con pase VIP. Los que están en programas de acogida para refugiados ahora hacen flexiones para mantener la forma física en su minúsculo cuarto en pisos compartidos o se entretienen con la pantalla de su móvil, vigilando no consumir muchos megas. Y las madres (y algunos padres) con los niños todo el tiempo en casa ponen ahora más lavadoras que nunca, cocinan más que nunca, o cambian pañales y dan teta, cuidan a los abuelos, revisan los deberes que ahora llegan online… No sé si hay tiempo o quedan fuerzas para darse un paseo virtual por un museo o deleitarse con una ópera en el Metropolitan. Pienso mucho en esos niños para los que la enseñanza pública, con un 25% de fracaso, es la única oportunidad de salir de la exclusión: este parón les perjudica aún más. Y las mujeres en situación de prostitución que siguen programas de inserción de Cáritas ya no salen a hacer la calle y se quedan sin ingresos y necesitan vídeos, sí, pero personalizados y que sirvan para confortar, animar, acompañar, y tocarles el corazón. O las personas sin hogar, con sus medias botellas de plástico cortadas a cuchillo y vacías porque no hay moneda ni calderilla que camine estos días. La belleza puede esperar. La cultura, enredada como está en la telaraña del mercado, en estos momentos llega menos que nunca a los más débiles. Ganan, nos salvamos, los de siempre, aquellos que, muchas veces por cuna, otras porque nuestros padres nos subieron al ascensor social de la cultura, hemos podido construir un granero espiritual en forma de biblioteca, películas e inputs culturales para que nuestros hijos lo hereden y que ahora nos ayuda a arrostrar el confinamiento desde un cierto sosiego.
¿Y qué va a pasar después cuando terminemos de contar muertos? ¿Seremos capaces de poner el dolor encima de la mesa? Me preocupa que se siga recortando en Cultura y que los que queden en la creación de obras culturales sean los que puedan permitírselo, aquellos que tienen ahorros, rentas o la familia detrás avalando préstamos. Que después de la enfermedad quede un paisaje cultural devastado donde sobreviva una zona residencial de la cultura que no viaje hasta el suburbio de la injusticia y el dolor, o que los artistas lo hagan simplemente para afirmarse a sí mismos, tomándolo como material creador, como quien acude a un catálogo de ideas. Porque los poderosos seguirán ahí, esperando para blanquear nuestros conflictos e intentando restablecer una imagen armónica de la realidad a través de la producción cultural y sus obras. Y sobre todo, como explicaba Antonio Francisco Bohórquez sj en su cuenta de tuiter: «En unos días empezaremos a darnos cuenta de que no nos sostienen ni las bromas, ni los conciertos en directo, ni los retos, ni las videollamadas. En unos días, si nos dejamos, entraremos en el silencio y descubriremos quién y qué nos sostiene, quizá haya sorpresas».