Nicolás Iglesias Mills. El 2 de marzo del 2020, un día después de la asunción del nuevo gobierno en Uruguay, se realizó una fiesta interreligiosa donde participaron las máximas autoridades y representantes del mismo. Esto nunca había sucedido en el país.

Hace unos años escuché una historia que contaba que el nombramiento de la Semana Santa como Semana de Turismo en Uruguay, había sido un logro en la Iglesia también, y no solo como elemento patente de la laicidad del Estado. Quien contaba esta historia aseguraba que había sido una lucha también eclesial, para mantener esta celebración entre sus verdaderos fieles, y asegurar que quienes no compartían la fe Católica, pudieran tener sus propias celebraciones, o simplemente disfrutar como quisieran. Esto comprendía, a partir de 1919, al Estado uruguayo como laico y separado de la Iglesia, elemento presente en el artículo 5 de la Constitución de la República, y orgullo de la cultura uruguaya durante mucho tiempo. También se reconocía que había un problema de apariencias entre los que asistían a estas celebraciones. Aunque esto no cesó del todo, de esta manera, se marcaba un camino de no imposición del culto católico.

En el resto del continente este fue un proceso más largo. El colonialismo intentó unir las fiestas tradicionales de los pueblos originarios de América, con fiestas religiosas católicas, muchas de las que se mantienen hasta hoy. En Chile, por ejemplo, esto es más evidente, ya que se llegaron a prohibir distintos carnavales, y los que quedaron, fueron los que veneraban figuras religiosas católicas.

Este es uno de los tantos factores que posicionan a Chile como un país donde la Iglesia Católica tiene poder político, a pesar de ser un Estado Laico: la veneración de la heteronorma, el pelo rubio, la cantidad de hijos, la piel blanca y los hombres que reúnan todas esas características. Todo esto es propio de las clases más altas de la sociedad, donde la mayoría se declaran católicos. Y si bien de a poco esto también se ha inmiscuido en los sectores rurales y de contextos vulnerables del país, la Iglesia en Chile puede considerarse un elemento de clase. Por supuesto siempre hay excepciones. Todos esto se está transformando con el estallido social de ese país, pero que aún son fuertes entre la minoría poderosa.

En Uruguay eso parecía olvidado. El uruguayo corriente parecía tranquilo y orgulloso de su institucionalidad política, aun en aquellos que se declaraban opositores al gobierno de turno. El día 27 de octubre del 2019 algo pareció darnos una cachetada para que dejemos de pensar que “en Uruguay estas cosas no pasan”: un 46% de la población votó una reforma constitucional que permitía a los militares volver a las calles (no se llegó a la cantidad estimada, aunque el ministro del interior actual fue el principal promotor de esta reforma), y un 10% de los votantes, optaron por un partido de extrema derecha con abiertas declaraciones extremistas sobre los derechos humanos. Con esto, también consta decir que una gran parte de nuestros parlamentarios actuales son católicos o cristianos.

En este contexto se llevó a cabo la celebración interreligiosa promovida por la Iglesia Católica, el día 2 de marzo del 2020. Cabe destacar que si bien esta fue una celebración interreligiosa, quedaron afuera cultos religiosos importantes en nuestro país, como son los Umbandas, confesión que trae nuestra historia y raíces africanas, que tan presente están en nuestro país. Esto no es casualidad.

El día del cambio de mando se entrevistaba a una persona en la televisión. Su discurso abiertamente oficialista decía que a partir de ese día todo iba a cambiar, y que con eso se refería a que los últimos 15 años los valores familiares estaban en declive. Con esto se refería a valores cristianos, heteronormados y de raza blanca. Todos elementos que se replicarían un día después en la celebración interreligiosa. Lo que realmente preocupa no es que haya habido una celebración, sino que sea un sigo de promoción de elementos colonizadores y abiertamente discriminadores.

Por todos estos puntos, en este caso, promover esta celebración como un elemento de tolerancia y apertura, como se ha dicho, es un engaño igual que lo fue unir celebraciones de la tradición judeocristiana con fiestas tradicionales de los pueblos originarios. Ya lo decía Thompson en su libro “Ideología y cultura moderna” (1993):

“Otra estrategia que facilita la simulación de las relaciones sociales es la eufemización: las acciones, las instituciones o relaciones sociales se describen o redescriben en términos que generan una valoración positiva” (Thompson, 1993).

Poner en términos de laicidad y tolerancia a esta celebración reniega de otros elementos importantes a considerar, como lo son la ausencia de otras religiones, un signo de unificación entre la Iglesia y el Estado, y una posible dominación de valores occidentales-coloniales.

Imagen de Micha Sager extraída de Pixabay

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Licenciado en Educación Inicial por la Universidad Católica del Uruguay. Magister en Educación, mención políticas y gestión de la Universidad Austral de Chile. Siempre vinculado a proyectos sociales de infancia, profesional del proyecto Promoción de la Primera Infancia en Haití durante los años del 2014 al 2016. Liderando comunidades educativas y en formación desde el 2007.
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