Hace tiempo que trato de hacer apología de la necesidad de secularizar la Cuaresma. Por razones evidentes, nuestras sociedades occidentales han ido tomando cada una de las celebraciones religiosas y adaptándolas al calendario secular: la Navidad se ha convertido en la adoración al dios del consumo; la Pascua en una rendición al pecado de la gula; las Fiestas Mayores, consagradas históricamente a la devoción piadosa de los patrones de los pueblos, en la entrega a una fiesta sin fin. Y en algunos casos, podemos llegar a afirmar que no se ha perdido el sentido del todo.
Ahora bien, es evidente que una sociedad capitalista como la nuestra llenará de nuevos significados sólo lo que la beneficia -fiesta, desmesura, crecimiento- y rechazará y reducirá a la insignificancia todo lo que pueda llegar a cuestionarla. No nos engañemos, la Cuaresma, ni es sexy ni hará ganar dinero a nadie. Por eso podría convertirse en una poderosa arma de combate.
Como nos recuerdan a menudo profetas contemporáneos como Jorge Riechmann, el decrecimiento llegará, sea voluntariamente o por la fuerza. Y puestos a elegir, y por el bien de los que siempre acaban pagando los platos rotos, mejor que sea por las buenas. Pero es aquí donde surge la gran pregunta: ¿qué pulsión podrá acompañar la necesaria transición que se impone hacia un estilo de vida desacelerado y no compulsivo? ¿Qué voluntad será capaz de negarse a querer más, tener más, correr más y no ser percibida como una extravagancia? ¿Qué sentido ascético no será vivido como una limitación impuesta de un deseo insaciable? En sociedades secularizadas, donde la Cuaresma, que no es ni más ni menos que la preparación del cuerpo y el espíritu para poder hacerse consciente de lo que es una vida auténtica, tiene cada vez menos adeptos, ¿encontraremos una versión secular que nos impulse a opciones de vida (aunque sea durante una temporadita al año) no autodestructivas?
Pues como parece que esta reflexión llega tarde o no ha querido ser oída antes, lo que podría haber sido voluntariamente, ahora será por la fuerza. La situación creada por el coronavirus es el ejemplo paradigmático. Está obligando a los gobiernos a medidas drásticas de confinamiento. Quisiera imaginar que de manera necesaria, aunque hay quien legítimamente especula con doctrinas del shock y estados de excepción permanentes. Interrupción de la vida laboral y escolar, cancelación de vuelos y viajes, y como consecuencia de ello una economía en caída libre, actividad productiva estancada,… ¿No es exactamente eso lo que vendría a ser una Cuaresma inevitable?
Ahora que nos hemos visto obligados, hagamos de la necesidad virtud y pensemos de qué manera, vivir con menos, buscar el silencio, detenernos, querer el decrecimiento (con el consiguiente impacto positivo a nivel ambiental) podría ser también una opción vital válida, y probablemente la única posible. Podríamos, a partir del próximo año, recordando el aprendizaje que habrá significado esta crisis del coronavirus, y que tarde o temprano terminará, reconocer que por unas semanas abrimos los ojos y se nos hizo evidente -porque lo habíamos olvidado, y sin memoria el progreso no son más que escombros que dejamos atrás que diría Benjamin- que nuestro horizonte es finito, que no somos realidad virtual sino cuerpo físico que sufre y se agota, que no hay futuro sin un presente consciente de sus límites y que la peor de las tentaciones que tenemos como seres humanos son la desmesura y el espejismo del dominio total. Porque recordemos: somos polvo, y en polvo nos convertiremos.
Si la Cuaresma cristiana culmina con la alegría de la Pascua, esta cuaresma secular y forzada nos llevará, claramente, hacia el gozo de la vida solidaria y austera, respetuosa con la naturaleza, una vida humilde y sobria que es condición de posibilidad y garantía de una vida plena.
[Imagen de ArtCoreStudios extraída de Pixabay]
Una muy interesante reflexión. Da que pensar. Sugerentes analogías pedagógicas. La cuaresma no tiene entidad propia -litúrgica o mistagògica- si no es como ejercitación y peregrinación hacia la Pascua, hacia Jerusalén. Desconocía la imagen de la Pascua como «pecado de la gula» (sic). Sigue quedando un pregunta: cuando pase todo esto, ¿quien pagará los gastos?, y ya ahora, ¿quien ha empezado a pagar? En todo caso, sea siempre bienvenida una invitación a la ascesis como praxis de liberación, de adelgazamiento, de desprendimiento, de fragiización, de desposesión…y de solidaridad desde abajo. La ascesis lleva al gozo de la vida. Gracias
Me parece una reflexión interesante y sugestiva. Sin embargo, esta cuaresma-cuarentena, también esta poniendo en evidencia nuestro egoísmo, al menos en mi país. Negocios abarrotados, de multitudes temerosas que solo piensan en si mismas. Las situaciones limites nos llevan a sacar nuestro propio yo.
Por otro lado, considero que como sucede en los procesos sociales injustos, los más indefensos pagan los platos rotos: el desempleo, el hambre…espero y confió que esto que plantea el articulo, pueda llevarnos a una reflexión.
La idea de una cuaresma secularizada, no me desagrada. Esto se puede trabajar aun más.
[…] que no pueden cruzar fronteras. Hay humanistas que señalan que esta crisis es una especie de “cuaresma secular” que nos concentra en los valores esenciales, como la vida, el amor y la solidaridad, y nos […]
[…] Discursos que “se aprovechan” de esta inmensa tragedia y de este terrible fracaso que es la pandemia del COVID-19 para hablar de Dios, de su necesidad, de lo pobres que somos los humanos y de lo necesario que es […]
[…] más complejos. Quizá este tiempo en el que parece que todo se detiene un poco nos puede ayudar a hacer silencio y dejar que la creación hable. Quizá podemos aprovechar para aprender cómo es (es decir, cómo […]
[…] suspensión insólita ha coincidido con los tiempos litúrgicos más importantes de la Iglesia: Cuaresma y Pascua, incluida la celebración del Triduo Pascual. Las nuevas tecnologías, vía internet, nos […]