Lluís S. Salinas Roca. Es probable que muchos cristianos nos hayamos preguntado alguna vez por qué la naturaleza nos ha de preocupar. Especialmente, los últimos años, después de que en mayo de 2015 el Papa Francisco promulgase la encíclica Laudato si’. Pero ¿es que ahora tenemos que ser todos ecologistas? Es una buena pregunta, más cuando se pone dentro del mismo saco tantas cosas tan diferentes (ecología, naturaleza, veganismo, productos ecológicos, medio ambiente, ecología integral, creación, casa común…).
Las respuestas a esta pregunta son numerosas. Hay quien piensa que hay suficiente con reciclar. Otros optan por no usar ni comer ningún producto de origen animal. Incluso hay quien piensa que lo importante es tener un coche eléctrico. Pese a todo, pocas veces vamos a la raíz del problema. ¿Por qué nos ha de preocupar tanto el lugar donde vivimos si todo el mundo dice que la naturaleza es muy sabia y ella sola se puede autorregular y continuar como hasta ahora?
Una buena manera de ir a la raíz del problema es echar un vistazo a lo que nos rodea. Si lo hacemos, vemos que vivimos en un entorno que conocemos (cada uno el suyo) y, después, viene el resto. Con un poco de suerte, consideramos que la mayoría de los seres humanos vivimos en un mundo parecido, mientras que fuera de nuestras ciudades o pueblos encontramos la naturaleza, el campo, lo agreste, lo salvaje. A menudo marcamos la diferencia entre lo que es «artificial» y lo que es «natural». Pero ¿tiene sentido esta distinción?
A primera vista sí que parece totalmente diferente una gran ciudad de una gran extensión de tierra totalmente deshabitada. Pero a la vez, hay miles de vínculos entre una cosa y otra. Sin ir más lejos, podemos fijarnos en el aire que respiramos. El aire que respiramos tiene átomos que han salido de un árbol que bien podría estar un el bosque de la extensión de tierra totalmente deshabitada. El bosque es propiedad de un payés que utiliza una sierra mecánica para talar los árboles de su bosque cuando ya son suficientemente grandes. La sierra mecánica que usa funciona con gasolina, que se ha producido en una industria petroquímica donde llegó un barco lleno de crudo hace un mes. El crudo que llevaba el barco se extrajo hace seis meses de un pozo de Nigeria. La compañía que explota el pozo de Nigeria es británica. En esta compañía trabaja un ingeniero que estudió con un amigo mío. Mi amigo come de todo, pero lo que le vuelve loco es probar todos los tipos de panes que hay en la panadería artesanal de su calle. Uno de los panes que más le gusta a mi amigo está hecho con harina integral de trigo. El trigo del pan que come mi amigo lo han cultivado en los campos de la comarca de al lado. Como hay una plaga de unos determinados insectos que afectan al trigo, el payés ha rociado el campo con pesticida. El pesticida ha hecho su efecto y ha controlado la plaga, pero también ha afectado a otros insectos inofensivos para el trigo que son los que polinizaban los árboles del bosque de la gran extensión de tierra deshabitada del principio del párrafo. Como ahora la polinización es más difícil, el payés, propietario del bosque se encuentra con que cada año le cuesta más conseguir que germinen árboles en su bosque y se ha visto obligado a reducir al ritmo de la tala de sus árboles para mantener la explotación.
Esto es un ejercicio de fantasía, pero podría ser real. Todo está conectado. Mucho más de lo que nos imaginamos. Y todo está conectado porque lo que llamamos «campo» y lo que llamamos «ciudad» forma parte de lo mismo. Todo es naturaleza. Todo forma parte de la casa común de la que habla Francisco en Laudato si’.
La realidad que nos rodea no pone fronteras entre lo que somos y hacemos las personas y el resto de la realidad. La naturaleza es donde nos gustaría ir para poder descansar cuando estamos hartos de todo el trasiego semanal de la ciudad pero, a la vez, también es la misma ciudad, las personas que viven, las casas, las plazas, las tiendas y las fábricas. Todo lo creado por el ser humano. Lo contrario es un dualismo que nos lleva a tener la falsa idea de que hay dos mundos bien diferentes: el puro, el salvaje y eficiente, alejado del ser humano; y el sucio, gris y productivo creado por las personas.
Éste es uno de los principales mensajes de la Laudato si’ (pese a ser muy antiguo). Todo está conectado. Todo forma parte de lo mismo. Todo es casa común. Todo es creación. Las personas vivimos en y de la casa común y debemos cuidarla. Este regalo de Dios es una maravilla y nada más por esto ya tiene valor. Pero, además, todos dependemos de ella. Dependemos los seres que vivimos hoy en la tierra y, también, los que vendrán.
Imagen de Jim Semonik extraída de Pixabay