Voces. Alfred Vernis. [Diari Ara] Este es el título del libro de Anand Giridharadas (Winners take all: The elite charade of changing the world, 2018), periodista y ex consultor de McKinsey, que lleva el elocuente subtítulo La farsa elitista de cambiar el mundo. El libro ayuda a entender que la manera elitista de cambiar el mundo no nos lleva a ninguna parte, y que lo que necesitamos es recuperar instituciones públicas abastecidas de recursos y de talento.

Ya sabemos que algunos se lo llevan todo. Varias ONG que han estudiado muy seriamente la desigualdad en el mundo lo han estado denunciando: «Desde 2015, el 1% más rico tiene más riqueza que el 99% restante» (Oxfam). O si preferimos cifras más llamativas, 8 millonarios acumulan tanta riqueza como los 3.600 millones de personas más pobres del mundo. Un escándalo.

Nada nuevo hasta aquí, pero no por ello debemos dejar de denunciar la iniquidad en el mundo. El sistema capitalista se ha convertido en las últimas décadas en una partida de cartas, en la que los que sacaron los cuatro ases no hacen más que ganar todas las partidas. Y como si se tratara de una partida de póquer, se basa en expoliar a los que tienen las peores cartas, y al planeta.

Lo que es diferente, que pone en relevancia de una manera muy clara Giridharadas, es la farsa elitista de cambiar el mundo. Como un ejército de consultores de responsabilidad social, profesores de escuelas de negocio, directivos de fundaciones y ONG, emprendedores sociales, responsables de institutos bien intencionados… que supuestamente quieren cambiar el mundo, lo hacen de una manera amable con los ganadores, y entonces hacen imposible cualquier cambio real. En otras palabras, mucha buena gente inteligente atrapada en una trampa que no pueden ver. Creen que están cambiando el mundo cuando tal vez, o también, protegen el sistema que está en la raíz de la mayoría de problemas que quieren resolver. En resumen, las élites no están haciendo del mundo un lugar mejor para que vivan todos.

Giridharadas repasa con todo lujo de detalles algunas de las estrategias que han utilizado las élites en los últimos años para enmascarar que nada está cambiando, como, por ejemplo -quizás en un contexto muy norteamericano, pero algunas reconocidas globalmente- las TED Talks, Davos, Aspen, la Clinton Global Initiative, etc. También revisa los llamados capitalistas filantrópicos, los emprendedores de los diferentes Silicon Valleys del planeta, los inversores de impacto… Todos ven un mundo lleno de grandes problemas, y que quizás sólo ellos son capaces de buscar las soluciones. O las doctrinas del win-win, en que los ganadores están especialmente cualificados para ayudar a los perdedores. O las mal llamadas plataformas de colaboración, como Uber o Airbnb, que pretendían ayudar a mucha gente sin recursos…

Desgraciadamente, donde el autor se queda un poco cojo, o tal vez no era la intención del libro, es a la hora de dar ideas para revertir la situación. Ahora bien, nos recuerda que la justicia pide participación universal, y que el cambio social no es un proyecto de un grupo de personas buenas que llevan este cambio como compensación a un grupo de beneficiarios. Recientemente me hacían pensar en esta dirección los jóvenes de Scholas: los que tienen que cambiar la educación son precisamente sus protagonistas, los chicos y las chicas que no encuentran sentido a una educación caduca. Y como Scholas, con una cultura del encuentro entre los jóvenes, están desplegando una nueva manera de educar, más justa, igualitaria y participativa.

Cuando la idea de cambiar el mundo se mueve en la esfera de lo privado, se produce una relación de inequidad: el donante y el que recibe. Por eso, la mejor manera de trabajar en la inequidad es en el ámbito de lo público. Algunos desde hace años defendemos instituciones públicas fuertes. Cuando una sociedad acomete un reto social con políticas públicas bien pensadas, está actuando en nombre de todos los ciudadanos. Necesitamos recuperar un estado que pone en relación los diferentes actores sociales, y cada uno desde su diferencia y su conocimiento hace lo posible para la construcción e implementación de políticas para cambiar de verdad el mundo. ¿Y si dejamos de criticar a las instituciones públicas y empezamos a reforzarlas de verdad?

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Imagen de skeeze extraída de Pixabay

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