Voces. Alfred Vernis. [Diari Ara]
«Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana tierra, la cual nos sostiene, y gobierna y produce diversos frutos con coloreadas flores y hierbas».
Con el título del cántico de san Francisco de Asís, Laudato Si’, escribió el papa Francisco su encíclica ecologista sobre el «cuidar de la casa de todos» (2015). Un texto rico y muy bien elaborado, más allá de las convicciones de cada uno.
Hace diez años, la directora Franny Armstrong llevó a cabo un excelente documental, The Age of Stupid (2009). Un viejo que vive ya en un planeta arruinado, el año 2055, observa en reportajes de archivos filmados de los daños reales causados por las acciones de los humanos a finales del siglo XX y principios del siglo XXI y se pregunta: ¿Por qué no hicimos nada para evitar el cambio climático? ¿Se había instalado la estupidez en las mentes de toda la población?
Los expertos en la emergencia climática dicen que existen dos vías principales para mejorar la situación. La primera, más fácil de entender, es incorporar la sostenibilidad a la lógica de las empresas y los gobiernos. Ahora bien, reduciríamos la velocidad a la que nos aproximamos al colapso sistémico, pero no confrontaríamos plenamente las raíces del problema. En otras palabras, reducimos la velocidad del cambio climático, pero no conseguimos que éste deje de avanzar hacia un colapso del planeta. La segunda tiene que ver con estudiar las dinámicas psicológicas y sociales. Desgraciadamente, una parte muy importante de la población no ve el cambio climático como un peligro inminente. La emergencia real sólo es percibida por personas que creen en los valores medioambientales y aquéllas que por su identidad política o cultural así lo han entendido. Sin embargo, tenemos que aceptar que la mayoría de la población pasa olímpicamente del cambio climático.
Naturalmente, desde este análisis se hace muy difícil cualquier actuación que tenga como objetivo un impacto más global. Por ello, aportaría dos perspectivas más. La primera tiene que ver con practicar una mirada holística. Hay que entender que no se trata de mejorar algunas cosas o hacerlas de forma diferente, sino que es hora de pensar acciones en muchos terrenos diferentes a la vez. Acciones que sean regenerativas para el planeta. La segunda perspectiva es trabajar en una dirección complicada hoy en día, pero muy necesaria: las culturas del consumismo, extendidas por todo el mundo. Hemos llegado a unos niveles insostenibles de consumo que son perpetradores en primer plano de la destrucción del planeta Tierra. Si seguimos educando en esta cultura consumista, es imposible crear una consciencia real de lo que está pasando y se hace imposible un cambio de dirección. Perdón: ¿me estás diciendo que este coche que me ha costado tanto comprar, y donde me siento tan especial y poderoso, no es bueno para la vida de planeta?
La pregunta que me hago como educador es: ¿qué hubiera pasado si los políticos y los ideólogos que han gestionado el bien público hubieran tenido una educación en la sostenibilidad y hubieran vivido una cultura ecológica desde su infancia? Y, la cuestión más importante, ¿por qué seguimos sin inscribir esta educación básica? Los y las educadoras actuales, ¿somos conscientes de que la cultura del consumismo que estamos transmitiendo es cómplice directo del agotamiento de los recursos que tiene el planeta?
No obstante, hay muchas razones para la esperanza. Por citar algunos ejemplos recientes: el Banco Europeo de Inversiones ha dado la espalda a las inversiones en combustibles fósiles. Nueva Zelanda ha prohibido nuevas prospecciones de petróleo y gas en alta mar. El fiscal de Nueva York ha demandado a Exxon Mobil por minimizar los peligros climáticos de manera fraudulenta. Los estudios dicen que las energías renovables pueden producir el 90% de la energía mundial en 2050…
Hemos tenido en Madrid otra cumbre por el clima, el COP25, con la divisa «es tiempo de actuar«. Y se ha hablado de energías renovables, pero también de actuaciones para detener la agricultura intensiva, de crear una red de santuarios en los océanos para preservar la vida silvestre, de procurar las emisiones cero en el transporte por carretera, de conseguir una mayor inversión en transporte público, de construcción sostenible… Quizás nos podremos sentir superados ante tantos temas y actuaciones, pero recordad que se precisa una mirada holística e interconectada. Mucha gente está pensando cómo actuar y mucha trabajando en esta dirección. En uno de los últimos párrafos de Laudato Si’ leíamos: «Hace falta la consciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta consciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración«. ¡Ojalá estemos en vías de cambiar la cultura consumista, decir adiós a la era de la estupidez y vivir una verdadera revolución ecologista!