Manu Andueza. El 12 de septiembre el papa Francisco envió un mensaje para el lanzamiento del pacto educativo, convocando “un evento mundial para el día 14 de mayo de 2020, que tendrá como tema: “Reconstruir el pacto educativo global”; un encuentro para reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión. Hoy más que nunca, es necesario unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna”.

El 16 de noviembre de 1965 unos cuantos obispos que participaban en el Concilio Vaticano II firmaron un pacto en las catacumbas de Domitila en Roma en el que se comprometían a vivir en sencillez y tener una actitud pastoral orientada hacia los pobres. El 20 de octubre de 2019 obispos que participaron en el Sínodo de la Amazonía se reunieron en las catacumbas de Domitila para firmar un pacto para defender la tierra y a los pobres.

Desde aquí reivindico la necesidad de firmar un pacto por la educación en Domitila. Explicaré en qué consiste el tema.

Siguiendo la tradición “domitilliana” un pacto firmado en dichas catacumbas supone poner a los pobres, la creación y en esta ocasión a la educación en el centro. Se trataría por tanto de unir dichos elementos haciendo que la educación sea inclusiva desde los últimos colaborando en el cuidado de la creación.

En definitiva, se trata de poner la pregunta del sentido de la educación en el centro de una vez por todas y dejar de lado las incoherencias que vive hoy en día la educación -especialmente la llamada cristiana- y la dependencia del mercado neoliberal.

¿Y cuál es el sentido de la educación? Para muchos sería preparar los alumnos para insertarse en la sociedad. Pero esto no es cierto. El sentido de la educación es hacer posible un mundo mejor. Y si generamos una escuela excluyente no podemos esperar una sociedad inclusiva. Algunos dicen que la escuela no puede ser inclusiva si la sociedad es excluyente. Pero es un engaño. Una excusa para no hacer lo que tenemos que hacer en la escuela para fomentar una sociedad mejor, más humana.

Y si nos preguntamos por el sentido de la educación cristiana, que nos dará pistas para ese pacto en Domitila encontramos elementos sorprendentes que no debemos olvidar. Demos un repaso rápido por tres momentos que toda escuela cristiana debe recordar.

El primero es el Concilio Vaticano II. En el nº 9 de la Declaración sobre la educación cristiana (Gravissimum Educationis) se nos dice que la escuela cristiana ha de preferir a los pobres en bienes temporales, a los privados del afecto y ayuda familiar y a los ajenos al don de la fe.

El segundo el documento vaticano de 1977, La escuela católica, nos dice en su nº 58: “La Escuela Católica, movida por el ideal cristiano, es particularmente sensible al grito que se lanza de todas partes por un mundo más justo, y se esfuerza por responder a él contribuyendo a la instauración de la justicia. No se limita, pues, a enseñar valientemente cuáles sean las exigencias de la justicia, aun cuando eso implique una oposición a la mentalidad local, sino que trata de hacer operativas tales exigencias en la propia comunidad, especialmente en la vida escolar de cada día. En algunas naciones, como consecuencia de la situación jurídica y económica en la que desarrolla su labor, corre el riesgo de dar un contratestimonio, porque se ve obligada a autofinanciarse aceptando principalmente a los hijos de familias acomodadas. Esta situación preocupa profundamente a los responsables de la Escuela Católica, porque la Iglesia ofrece su servicio educativo en primer lugar a «aquellos que están desprovistos de los bienes de fortuna, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o que están lejos del don de la fe». Porque, dado que la educación es un medio eficaz de promoción social y económica para el individuo, si la Escuela Católica la impartiera exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social ya privilegiada, contribuiría a robustecerla en una posición de ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto”.

El tercero es el papa Francisco. Cada vez que ha hablado de educación sus palabras han sido continuadoras de los documentos eclesiales anteriormente citados. Es muy aplaudido, pero pocos le hacen caso. Recuperó la figura de quien él considera el modelo de educador cristiano que no es otro que Lorenzo Milani, educador muy olvidado y poco trabajado en las escuelas cristianas. Además, en el congreso mundial de la educación católica que tuvo lugar del 18 al 21 de noviembre de 2015 en Roma terminó solicitando a los centros cristianos tres consideraciones: no hacer proselitismo, dedicarse a los pobres y abandonar -si no atreven a todos, al menos la mitad- de los centros ubicados en barrios altos (a nivel social).

Nuevamente dio comunicando. La respuesta no ha llegado. Pero el papa sigue insistiendo, sigue intentándolo. Por eso reivindico que solo desde Domitila el nuevo pacto por la educación puede ser realmente evangélico. Solo poniendo a la tierra y a los pobres en el centro de nuestra acción la escuela será cristiana. Solo renunciando a ciertos lugares podrá ser realmente católica. Solo así se podrá construir el tejido de unas relaciones más humanas.

Para ello conviene recordar el nacer de nuestras escuelas, a los fundadores centrados en las necesidades de los últimos y no de los acomodados. Supone repensar nuestras escuelas, dejarnos de demagogias y poner al Cristo de la cruz en el centro.

Para que ello sea posible este pacto debe estar comandada por aquellos que ya viven y trabajan así ofreciendo una educación de calidad entre los últimos. Entidades dedicadas a la educación popular deben ser las que estén en primera línea. Y el resto a escuchar, a entonar el mea culpa de la situación mundial y a cambiar, para que realmente nuestra escuela sea generadora de un mundo mejor y de una sociedad más inclusiva.

Hoy, probablemente, la educación es más necesaria que nunca para propiciar un cambio en nuestro mundo. Pero para ello debe dejar de ir de la mano de los intereses neoliberales y pasar a ser motor de cambio, generador de nuevos espacios y lugares capaz de modificar sentimientos desde la vida y de dar razón al mundo. Una educación que rompa con los modelos patriarcales para optar por el cuidado. Una educación que acabe con el imperialismo imperante desde su estructura y su currículo.

El pacto es urgente. Y necesario. Pero solo desde Domitila será posible. Solo si somos capaces de detener momentáneamente el tiempo para generar una mesa de escucha y diálogo que proponga los pasos a seguir. Solo así la educación será importante. Solo así será un elemento decisivo en la vida de nuestros jóvenes, cosa que hoy en día no es como pudo verse en el sínodo de jóvenes organizado por el papa.

Recuperar el sentido, mirar nuestra historia y lo que nos pide la iglesia, y ser valientes para firmar un compromiso -pacto- y llevarlo a la práctica.

Manu

Imagen de walkersalmanac extraída de Pixabay

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Manu Andueza
Licenciado en teología y en psicopedagogía. Educador por vocación y convicción. Trabaja dando clases en un centro de secundaria. Colabora con diversas entidades del mundo social. Responsable del Área Teológica de Cristianisme i Justícia.
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