Patxi ÁlvarezEntre el 2 y el 13 de diciembre de 2019 se está celebrando en Madrid la COP25, es decir, la 25ª Conferencia de Estados, que reúne a 196 naciones, a las que se añade la Unión Europea. Chile se ofreció a organizar la Conferencia en diciembre de 2018 y será quien la presida. Sin embargo, dadas las tensiones que atraviesa el país, recientemente pidió que fuera otro estado quien la alojara. Fue entonces España la que se ofreció, de ahí su localización en Madrid.

Durante las dos semanas que se prolongará el evento, se reunirán miles de científicos, empresarios, representantes institucionales, ONGs y gobiernos de todo el mundo. La primera semana es de carácter técnico, mientras los últimos días se conocen como el “tramo ministerial”, en el que se encuentran los jefes de estado y los ministros encargados de responder al cambio climático de numerosos países.

Un momento de emergencia climática

Desde hace décadas la comunidad científica viene advirtiendo del calentamiento climático, atribuyéndolo principalmente a la emisión de gases de efecto invernadero procedentes de la actividad humana. La temperatura media del planeta ha aumentado 0,87oC respecto a niveles preindustriales. Aparentemente una cifra pequeña, pero cuyos efectos pueden ya percibirse en todas latitudes, con el deshielo de los glaciares y el del Ártico, el aumento de desastres naturales como sequías e inundaciones, la modificación de los patrones climáticos locales, la subida paulatina del nivel de los océanos o la presión sobre los ecosistemas marinos y terrestres.

Nos encontramos además en el momento con más elevada cantidad de emisiones de la historia humana. En 2018 se alcanzó el récord de emisiones, con un 2,3% de aumento respecto a 2017. En 2019 hay en la atmósfera 415 partes de carbono por millón, un valor no registrado en el planeta desde hace tres millones de años. Si seguimos así, en 2100 la temperatura habrá aumentado en unos 3,5oC. Nos dirigimos al desastre.

Aún estamos a tiempo de modificar esta tendencia, pero el tiempo se agota. De ahí la conveniencia de hablar de una “emergencia climática”. Es tiempo de actuar sin dilaciones, pues muchas consecuencias serán irreversibles.

El Acuerdo de París de 2015

En noviembre de 2015 tuvo lugar en París la COP21. En ella los países se comprometieron a tomar las medidas necesarias para que el aumento de temperatura del planeta no superara en 2100 los 2oC respecto a niveles preindustriales y a hacer todo lo posible para rebajar aún más esa cifra, hasta 1,5oC. Sus compromisos eran voluntarios y su no consecución no era sancionable. Revisarían sus logros cada 5 años.

En realidad, con los anuncios de reducción que compartieron, a finales de este siglo la temperatura aumentará 2,7oC. Un objetivo absolutamente insuficiente. Este es el punto de partida en el que nos encontramos.

El objetivo de 1,5oC

En 2018 el IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático, con participación de centenares de científicos) publicó un informe sobre la disparidad de consecuencias sobre el planeta que tendrá un aumento de 2oC frente a 1,5oC. Las diferencias son sustanciales. Si la temperatura del planeta solo subiera 1,5oC en 2100, habrá países que habitan en islas que podrán salvarse. Se evitará que 450 millones de personas sufran severas olas de calor. Disminuirán los impactos de inundaciones y ciclones y la frecuencia de sequía. Mejorará la disponibilidad de agua potable. El Ártico estará sin hielo una vez cada 100 años y no cada 10 años, como sucedería con 2oC. Además, el aumento de temperatura podrá estabilizarse.

Su conclusión es clara: es necesario limitar el aumento de temperaturas a 1,5oC. Además, podemos conseguirlo. Todo está en juego en esta próxima década. Es necesario reducir nuestras emisiones para 2030 en un 45% respecto a 2010 y alcanzar una emisión neta cero en 2050.

Esto supone que se deberá llevar a cabo una transición energética basada en renovables y las grandes industrias como la siderurgia, la química, la aviación o el petróleo experimentarán una profunda transformación. El desafío es colosal.

Qué se tratará en la COP25

La COP25 tendrá una parte técnica, pues los estados deben consensuar las reglas del artículo 6 del Acuerdo de París, sobre intercambio de emisiones entre países y entre empresas, e indicar de qué manera cumplirán sus compromisos, bajo la premisa de un objetivo de 1,5oC. Hablarán de derechos de emisiones con compensación de lo que emitan. Conviene que fijen objetivos que sean revisables cada 5 años, para realizar un monitoreo real de lo que está sucediendo.

También habrá una dimensión política, que es donde se juega la ambición de los objetivos. Pues los compromisos actuales de los estados son insuficientes. Deberán hablar sobre financiación, ya que se necesitan más de 100.000 millones de dólares para un fondo verde en 2020, que servirá de ayuda a los países en desarrollo.

En paralelo a la Conferencia política de negociación entre los países –la zona azul–, habrá actos y eventos organizados por la sociedad civil –la zona verde–. Es el espacio en el que la ciudadanía global puede expresarse y mostrar lo que demanda a sus gobernantes. Tendrá tres áreas: una para los jóvenes, otra para las comunidades indígenas y otra para la ciencia y la innovación.

Qué está haciendo la Compañía de Jesús

Al igual que en Conferencias anteriores, la Compañía ha querido estar presente en la COP25 para dar a conocer el evento de primera mano y para llamar la atención entre sus redes sobre la importancia de implicarse en esta cuestión. Como en otras ocasiones, la Red Global de Advocacy Ignaciano (GIAN) de ecología participará en el evento, así como algunas instituciones del sector social y universitario en la Provincia de España.

Ha crecido la conciencia entre nosotros, pero aún necesitamos extraer las consecuencias para nuestro modo de vida: transportes, dieta, consumos de agua y electricidad, etc. Asimismo, se está haciendo un esfuerzo por explorar los modos en que comunidades y obras pueden generar energía renovable a nivel local, por medio de paneles solares.

A nivel global hay provincias valientes que están eliminando sus inversiones en combustibles fósiles, un paso necesario para dejar en el subsuelo el CO2 que no podemos permitir que entre en la atmósfera.

Pasos insuficientes, pero cada vez más numerosos y convencidos. Esta lucha no ha hecho más que comenzar y en ella la humanidad se juega su futuro. Es tiempo de responder con audacia.

Cambio climático

Imagen de Jody Davis extraída de Pixabay

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