Núria Romay. [Este escrito surge como reflexión al finalizar la segunda sesión del curso “Fundamentos para una cultura de la reconciliación”, con la ponencia de Marta Burguet. Podéis encontrar la información del curso aquí, y la pequeña entrevista a Marta Burguet previa a la sesión, aquí].
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Me descalzo. No suelo ir a pie desnudo en el día a día. Me descalzo para entrar de puntillas. Y así me adentro silenciosa, atenta a cada paso, a cada movimiento. Estoy pisando terreno sagrado. Sagrado porque habla de sensaciones, de emociones, de relatos que se entretejen. Sagrado porque hay un «yo» y también hay un «otro» y, sobre todo, porque hay una historia de relación. Ya hace una semana que procuro caminar así, descalza, de puntillas.
Con esta imagen, de entrar de puntillas en los procesos de perdón-reconciliación, Marta Burguet nos invitaba a hacer un recorrido alrededor de las relaciones rotas desde una mirada pedagógica. Partía de una verdad innegable: somos seres relacionales (con los demás, con las cosas, con nosotros mismos), somos personas necesitadas del otro. Y esta premisa topa con una realidad que nos acompaña: «En sociedades cerradas como la nuestra, aparece un alto índice de conflictividad y, consecuentemente, una necesidad de trabajar a fondo los procesos perdón-reconciliación».
El lenguaje simbólico, la metáfora, los gestos culturalmente establecidos, el intento de encontrar la palabra acertada…, todo son maneras que tenemos de entrar en la intangibilidad del perdón-reconciliación en el ámbito pedagógico. Un perdón que va más allá de aquel niño que, a menudo empujado por el educador del momento, dice: Te perdono, y ¿tú me perdonas? Un perdón que pasa, pues, por estar atento a los movimientos internos de la persona, por respetar el turno de las preguntas sin respuesta. Y que requiere tiempo; tiempo y una dosis de gracia.
En este paseo pedagógico de reconciliación-perdón, analizando el trinomio Persona-Proceso-Problema, Marta Burguet recordaba que «nos pertenece desde la pedagogía actuar con la persona». Se trata de dar valor a ésta (más allá de caer en un juego de roles sin salida, del quien es víctima, del quien es agresor), de acoger las sombras y heridas de las que todas estamos hechas, y romper con los dualismos establecidos.
Finalizando la segunda sesión del curso, salía una cuestión de fondo: ¿es el recuerdo un impedimento para perdonar? Si olvidar sólo es posible cuando hay un proceso de amnesia, no podemos negar que el recuerdo es algo cotidiano entre nosotros. Todos estamos hechos de estos recuerdos, también nuestras relaciones. Así pues, como dijo Marta Burguet: «Recordar es importante para ir buscando la Verdad». Todo ello, sin olvidar que tenemos que entrar de puntillas, cuidadosamente, pues estamos hablando del aprender a ser (contigo, conmigo, con eso), de sanar heridas y restaurar grietas.
Imagen cedida por Marta Romay
Perdonar no es olvidar, perdonar no es dejar de sentir, perdonar no es tolerar. Perdonar es un pacto con Dios en el cual renunciamos a la justicia por mano propia (la cual se llama venganza). Dejamos atrás el ojo por ojo y apelamos a la justicia de Dios. Es un pacto que implica un si constante para no caer en la tentación de venganza ni de pensamiento ni de palabra ni de acción ni de omisión…
Gracies Jaime pel teu comentari, per una situacio personal que estic vivint (judici per la mort d’una filla, per un accident) Trobo Llum en les teves paraules que m’asserenan.
[…] lo largo de la sesión, Xavier Melloni hizo un recorrido por distintas imágenes que nos separan de Dios hasta encontrar una nueva mirada en la reconciliación con Dios. Comenzó situándonos ante […]