Mercedes Pagonabarraga. Mi trabajo como jurista de la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA) me acerca a diario a historias de familias que no viven precisamente momentos o vidas fáciles. No siempre es sencillo ni cómodo tomar determinadas decisiones que pueden comportar la separación, aunque sólo sea temporal, de la convivencia de niñas o niños de sus padres. Pero sí es tremendamente humano si tratas de centrarte en cada una de las personas de las distintas familias que de alguna forma atiendes, y no dejas de sorprenderte ni de aprender sobre la condición humana, al intentar entender las diversas reacciones que padres, madres e hijos/as tienen ante lo que les ha tocado vivir.
Vaya aquí mi tributo a una mujer que no me dejó indiferente, sino que tocó profundamente mi interior ayudándome, con su sufrimiento, a entender y agradecer.
La ley de protección a la infancia permite que los progenitores renuncien de sus derechos de padre o madre durante los treinta primeros días de vida de un recién nacido, y dar su consentimiento para que la DGAIA constituya un acogimiento preadoptivo para la posterior adopción del bebé por una familia. En estos casos, un jurista y un trabajador social o psicólogo de la DGAIA se desplazan al hospital donde la madre ha dado a luz para tomar declaración de su voluntad.
Fue con motivo de una renuncia que conocí a Julia (nombre ficticio). La trabajadora social y yo nos dirigimos al hospital Sant Joan de Déu al ser informadas de que Julia quería renunciar a su recién nacido.
Cuando entramos en la habitación Julia nos dijo que si no nos importaba iba a desayunar pues estaba en ayunas desde hacía muchas horas. Así que procedí a explicarle las consecuencias jurídicas de su decisión, mientras ella desayunaba sin apenas mirarme. No tuvo ninguna pregunta a hacer al respecto. No quiso saber nada acerca del futuro de su hijo. Y firmó rápidamente el documento de consentimiento.
Al salir de la habitación me giré y vi cómo sollozaba en silencio, con la cabeza baja. Vestía únicamente una camiseta y sus pies descalzos apenas rozaban el suelo. Era de complexión pequeña. ¡Qué tremenda fragilidad! En aquel momento sentí la tentación de ir hacia ella y abrazarla, pero consideré más oportuno –por estar allí en nombre de la Administración- salvar las distancias y avisar a una enfermera.
Ese llanto era el de una madre amorosa que, por no poder atender a su hijo, había optado por ofrecerlo a otra familia. Es un acto de una generosidad enorme, no exento de dolor. Una madre lo da todo, a su propio hijo, por amor. De esta manera esa fragilidad se convierte en fuente de vida: le está dando a su hijo una vida que ella no puede facilitarle. Muerte y vida en un solo instante. Al igual que Jesús en la cruz, Julia dio su vida por su hijo. Porque en ese momento Julia murió como madre, pero su hijo nació a una vida nueva, con una nueva familia y con nuevas oportunidades. ¡Cuánta grandeza humana!
Han pasado ya más de dos años, pero cuando pienso en Julia siento un vuelco en mi interior. Y es que ese abrazo no dado ha dejado en mí un tenso vacío, ante el deseo insatisfecho de tender mis brazos y acoger al otro. Es el Amor de mi interior que tiene vocación de darse, de fundirse en ese abrazo no dado, de aceptar esa fragilidad, de acogerla, de permanecer junto a ella, de reconocer la fuerza del Amor que habita en ella, y que en ese abrazo sienta Tu presencia. Es el descubrimiento de que Julia no estaba sola, sino que Tú actuabas con y a través de ella. Es entonces, cuando entiendo que esa fragilidad, esa mujer sin apenas vestimenta, sin adornos, deviene Persona, Amor en estado puro, despojado de cualquier máscara. Es entonces cuando comprendo que es desde nuestra fragilidad que podemos encontrarte, renunciando y liberándonos de condicionantes sociales y falsas necesidades materiales.
Quizá cuando compartamos únicamente nuestra fragilidad interior, ésta adquiera toda su fuerza y podamos llegar a la grandeza del Amor en mayúsculas.
Quizá ese abrazo no dado sea la tensión necesaria para que no me canse de buscarte, para estar atenta y saber reconocer y acoger Tu presencia.
Gracias Julia.
[…] cierto en este tiempo somos más conscientes de nuestra fragilidad y finitud. Eso no resulta fácil de asumir en una cultura de muerte, que simultáneamente la oculta […]