En la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)[1] al preguntar sobre cual consideraban que era el principal problema que vive España, la inmigración aparecía muy por debajo de problemas como el paro, la corrupción, los políticos, la sanidad o las pensiones.

La inmigración, que en otras épocas llegó a liderar el ranking, permanece en este momento en un segundo plano de preocupaciones por parte de los españoles. Esta percepción es coherente con el hecho de que en el último ciclo electoral, el crecimiento de la ultraderecha en España y, con ella, el de los discursos xenófobos y antiinmigración, han tenido un recorrido moderado, si lo comparamos con otras latitudes, donde siguen estando en el centro de la agenda política accediendo incluso hasta la cúspide del poder, como ha sucedido en Italia.

Que la inmigración no sea percibida como problema es, pues, en principio, una buena noticia.

No lo es en cambio si ponemos en contraste estos datos con la situación humanitaria que hoy se está dando en la llamada “Frontera Sur”. La colaboración entre la Unión Europea, el Reino de España y el Reino de Marruecos, ha permitido aislar el “problema” en la frontera, invisibilizándolo y recrudeciéndolo. Leía hace muy poco en un artículo sobre teoría política que el poder en las democracias liberales había conseguido un nivel de autonomía respecto a la realidad social inquietante. Y algo así ocurre en la frontera sur.

El actual gobierno del PSOE no ha cambiado un ápice de las políticas de control de fronteras. Al contrario, y tal como ha denunciado no pocas veces la activista Helena Maleno, el gobierno de Pedro Sánchez ha introducido criterios restrictivos en la utilización de Salvamento Marítimo para el rescate de las pequeñas embarcaciones que intentan llegar a las costas españolas, a la vez que prohibía la salida del barco de la organización Open Arms, retenido durante meses en el puerto de Barcelona. El Mediterráneo es hoy un muro tal vez más inexpugnable y profundo que aquel que denunciamos de la administración Trump.

Hoy nuestros gobiernos se llamen populares, socialdemócratas o liberales, se han puesto de acuerdo en la utilización de discursos antiimmigratorios de perfil bajo en la esfera pública, mientras dejan para la opacidad de las fronteras sus políticas más duras, racistas e inhumanas. En otras palabras, el fantasma de la ultraderecha con sus discursos xenófobos, y sus medidas inaplicables, sirve para tapar unas políticas igualmente racistas y xenófobas por parte de aquellos que siempre tienen en la boca palabras como democracia, estado de derecho, justicia o derechos humanos.

Las fronteras, de Ceuta y Melilla, pero también la que está cerca de las grandes ciudades en forma de Centros de Internamiento de Extranjeros, son hoy por hoy agujeros negros donde todo aquello que creemos que nos caracteriza ha acabado siendo absorbido por la arbitrariedad y la inhumanidad. Que la inmigración no sea un problema en la percepción social de los españoles, no debería hacernos olvidar que es un problema, de vida o muerte, para las víctimas de nuestra indiferencia.

Y esta es la gran cuestión. Nuestras democracias se construyen cada vez más sobre los cimientos de la indiferencia: hemos dejado de considerar un problema la inmigración, y hemos dejado de considerar un problema que mueran miles de personas ahogadas en nuestro mar Mediterráneo, o exhaustos en los trayectos por los desiertos africanos.

Una democracia construida sobre estos cimientos no durará porqué le falta aquella argamasa que une las comunidades: la argamasa de la humanidad, la empatía y la defensa de los derechos de los más débiles. Sin ese cemento moral el edificio acabará derruyéndose y vendrá el caos, y no son ya pocas las grietas o los signos de este derrumbe.

***

[1] Macrobarómetro de abril 2019: Preelectoral elecciones al Parlamento europeo, autonómicas y municipales 2019.  Centro de Investigaciones Sociológicas CIS  (abril 2019) pp. 3-4 http://datos.cis.es/pdf/Es3245marBAR_A.pdf

[Ilustración de Ana Penyas]

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Miembro del equipo de Cristianisme i Justícia. Licenciado en Psicología por la UB, en Teología por el Instituto de Teología Fundamental y máster en Teoría Política por la Universidad Pompeu Fabra. Presidente del Patronato de la Fundación Migra Studium.
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