El pasado 14 de febrero no era extraño encontrar en las redes imágenes como las de chicas nauseando corazones, san valentines llamados “san violentines” y frases como que “el amor mata”. Estos mensajes son una manifestación más de lo que la literatura científica ha denominado un discurso dominante coercitivo, consistente en presentar a hombres con conductas y actitudes agresivas como más atractivos. Esta asociación se manifiesta claramente en cantantes con fama internacional, como Maluma, en protagonistas masculinos de series de Netflix con mucho impacto entre adolescentes, como Por trece razones, Élite o Baby, o en películas como Tres metros sobre el cielo. Puesto que este discurso dominante coercitivo se encuentra en muchos agentes de socialización, un gran número de adolescentes acaban aprendiendo esa asociación entre atracción y violencia, suponiendo esto el desarrollo de unos esquemas cognitivos y emocionales y unos circuitos neuronales donde anidan esos aprendizajes. De este modo, cuando una chica se expone a una imagen o a cualquier otro estímulo que responde a ese discurso, es muy fácil que preste atención al mismo, que su mente y su organismo “respondan”.
Eso nos lo demuestra la investigación actual en neurociencia, psicología, sociología y otras ciencias sociales y naturales. Pero, como señalaba el investigador J. Gómez (2004), hay una buena noticia. Estas mismas evidencias dejan claro que el amor y la atracción son procesos sociales, moldeados por experiencias y discursos que se internalizan. La atracción hacia ciertos perfiles de masculinidad no es innata, sino aprendida y, si es aprendida, es social y se puede cambiar.
¿Cómo se relaciona esto con los ejemplos que poníamos al principio? Para dar fuerza a esa asociación entre conducta violenta, no democrática, y atractivo, el discurso dominante coercitivo debe vaciar de atractivo la no violencia, el enamoramiento y los sentimientos más liberadores y edificantes de la historia de la humanidad, como el amor romántico o ideal. Si lo excitante es un tipo de masculinidad que humilla, que engaña, que desprecia, etc., entonces ese discurso debe vaciar de atractivo el enamoramiento, relaciones basadas en la igualdad, el respeto, la confianza, la honestidad, etc. El daño de ese discurso que destroza el amor romántico o ideal e incluso le culpa de la violencia en las relaciones afectivo-sexuales es enorme porque deja a las y los jóvenes sin alternativa. Lo cierto es que solo les deja una alternativa: relaciones afectivo-sexuales tóxicas. Y eso es lo que está sucediendo. Las cifras de victimización en chicas muy jóvenes no paran de crecer. En España, datos del INE 2018 mostraban que el incremento más importante de violencia de género se produjo en mujeres menores de 18 años. Y esos datos son solo los casos reportados y no incluyen la violencia que se produce en relaciones esporádicas, que es enorme y que ese discurso dominante de tipo coercitivo presenta como “liberación”. Sean esporádicas o estables, las relaciones violentas dañan la arquitectura y el funcionamiento cerebral y empeoran la salud física y mental. Ya está sólidamente evidenciado por la investigación en neurociencia y en otras ciencias de la salud.
Sin embargo, la transformación es posible. Los trabajos científicos de Jesús Gómez, Ramón Flecha y Lídia Puigvert desde el Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge, y otros, dejan bien clara la posibilidad de que a través de la reflexión es posible una conciencia crítica de ese discurso dominante coercitivo desde donde discernir qué tipo de relaciones deseamos, relaciones donde cabe la violencia o relaciones igualitarias, y decidirlo en relación a qué tipo de persona y de sociedad soñamos ser. Esa conciencia crítica sobre el impacto del discurso dominante coercitivo sobre nuestros propios esquemas cognitivos y emocionales de atractivo abre una puerta a la libertad en nuestras emociones y sentimientos, rompiendo con la conciencia sumisa a ese discurso coercitivo y siendo cada persona la que libremente escoja qué vida afectiva desea, en palabras de Santiago Ramón y Cajal, convirtiéndose cada chica y cada chico en arquitecta o arquitecto de su propio cerebro y de su propia biografía.
Para que esa conciencia crítica se produzca es imprescindible hablar de los patrones de atractivo afectivo-sexual que se imponen en la sociedad, abrir espacios de diálogo en las familias, en los centros educativos, en los grupos de amigos y amigas, en las parejas, etc., en los que aclarar que seguir esas imposiciones nada tiene que ver con la libertad, y que no hay nada en eso que sea espontáneo o “natural”, sino que son conductas, pensamientos y sentimientos esclavos de ese discurso dominante coercitivo. No puede haber nada más social. Aquí, la espiritualidad ignaciana en diálogo con la psicología arroja importante luz para esa liberación. A través del diálogo crítico y profundo con otros y con otras es posible ser consciente de esas afecciones desordenadas, mociones y movimientos interiores y, desde la voluntad y el deseo de qué individuos y sociedad queremos ser, discernir y controlar nuestros afectos cognitivamente -no olvidemos que eso es lo propiamente humano- para una vida más plena, con más sentido, más apasionada y más saludable, así como para hacer cada vez más posible un mundo libre de violencia, más humano y más justo, donde la unión de lo bello, lo verdadero y lo bueno sea lo que más éxito tenga.
Este acompañamiento a las y los jóvenes es una misión compartida que pone a la persona en el centro y en la que la ciencia al servicio de la sociedad tiene un papel fundamental. Intervenciones con adolescentes alrededor del mundo que crean un espacio para ese diálogo y reflexión, en las que se comparten las evidencias científicas internacionales sobre el tema, están ya animando a muchas y a muchos a abandonar libremente la sumisión al discurso dominante coercitivo y a escoger sus relaciones y/o modos de pensar y sentir en lo afectivo con mayor libertad. De hacerlo, mejoran mucho su vida, la de su comunidad y la de futuras generaciones. La investigación internacional ha demostrado que las relaciones humanas de calidad, entre las que se especifican las relaciones de amor romántico o ideal, conducen a vidas más largas, más felices y más saludables. De hecho, la Asociación Americana de Psicología califica las relaciones de amor romántico, seguras y comprometidas, como uno de los tipos de relaciones que salvan vidas.
El artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos apoya que las chicas y los chicos tienen derecho a conocer estas evidencias científicas que muestran que el amor romántico/ideal sana y libera y que las relaciones tóxicas siempre dañan. Que nadie, desde su opinión y sin soporte científico, robe los mejores sueños y sentimientos a las y los jóvenes: todas y todos merecen lo mejor y tienen derecho a ello.
[Imagen extraída de: Pixabay]