Todavía estamos impactados y conmocionados por el terrible incendio de Notre Dame en París, símbolo de arte, de cultura, de historia y de la fe cristiana de Francia y de Europa, un fuego devorador que ha tenido un eco mundial. Era impresionante ver caer la torre mientras el pueblo parisino contemplaba horrorizado la catedral en llamas, algunos llorando, otros arrodillados rezando y cantando.
Es muy comprensible la reacción de condolencia y de solidaridad mundial y el interés por su reconstrucción. Pero más allá de las cuestiones técnicas de arquitectura y de las críticas de los sectores populares, al ver que grandes fortunas han hecho rápidamente grandes donaciones mientras han sido insensibles ante otros temas sociales…, aparecen algunos interrogantes de fondo.
La iglesia de Notre Dame quemada simboliza un tipo de sociedad y de Iglesia medieval francesa y de una Europa con profundas raíces cristianas que ya han desaparecido. Hoy la situación ha cambiado radicalmente: Francia es ahora un país de misión y la Europa occidental vive un rápido proceso de secularización, exculturación de la fe cristiana, pluralismo religioso, indiferencia, agnosticismo y un ateísmo postmoderno. Dios está en el exilio.
Reconstruir Notre Dame no representa pues un problema meramente arquitectónico, sino que nos obliga a preguntarnos si sólo queremos reconstruir un monumento del pasado medieval de la Iglesia de cristiandad del segundo milenio, o si en esta ocasión es necesario que los cristianos nos interroguemos sobre el sentido de la fe cristiana en la Europa de hoy, una Europa de gran bienestar económico pero que al mismo tiempo mantiene grandes diferencias sociales; una Europa con un pasado colonial y un presente que cierra puertos y puertas al inmigrante y vende armas a países en guerra, armas que matan niños; una Europa responsable del cambio climático pero que no actúa con firmeza para defender la tierra, etc.
Reconstruir Notre Dame, en parte, es adecuado porque todo sentimiento cultural y religioso necesita símbolos concretos y visibles de trascendencia, pero no podemos olvidar que la Iglesia no está formada por templos de piedra, sino por las piedras vivas de las comunidades cristianas seguidoras de Jesús de Nazaret, que es el único y verdadero templo de Dios. La nueva Notre Dame no se debería reducir a convertirse en un histórico museo de arte y de cultura para los turistas de todo el mundo.
Y la imagen de Notre Dame en llamas me ha hecho pensar, y me ha traído el recuerdo de otras iglesias quemadas en momentos de persecución o de revolución política y social. Concretamente he recordado las reflexiones de Joan Maragall delante de la iglesia quemada durante la Semana trágica de Barcelona, el año 1909. Sin querer entrar en las causas y las implicaciones sociopolíticas de la Semana trágica (Cf. El Pregó, suplemento de verano 2009), quisiera hacer presentes algunas intuiciones del artículo de Maragall que todavía hoy parecen actuales.
Cuando el poeta y creyente va el domingo a una iglesia incendiada y quemada, seguramente del barrio de Gracia, escribe: «Yo nunca había oído una Misa como aquella. La bóveda de la iglesia descalabrada, las paredes ahumadas y desconchadas, los altares destruidos, ausentes, sobre todo aquel gran vacío negro donde estuvo el altar mayor, el suelo invisible bajo el polvo de los escombros, ningún banco para sentarse, y todo el mundo de pie o arrodillado de cara a una mesa de madera con un crucifijo encima, y un torrente de sol entrando por el boquete de la bóveda, con una multitud de moscas bailando a la luz cruda que iluminaba toda la iglesia y hacía parecer que oíamos la Misa en plena calle…».
A Maragall, aquella misa después de la violencia anticlerical de la Semana trágica le parece nueva, un rincón de las catacumbas de los primeros cristianos. Piensa que la misa siempre debería ser así: puerta abierta a los pobres, los oprimidos, los desesperados, los odiadores, para los que fue fundada la Iglesia, y no cerrada, ni «enriquecida por dentro, amparada por los ricos y poderosos que vienen a adormecer su corazón en la paz de las tinieblas». El fuego ha purificado la Iglesia, ha restaurado al Cristo en su casa. Entrando en esta iglesia quemada se puede encontrar a Cristo, que es verdad y vida. No hay que reedificarla, ni ponerle puertas bien forradas de hierro, ni pedir la protección del Estado…
Hay que leer todo el artículo de Maragall, que recibió la felicitación y el visto bueno del Dr. Torres y Bages, obispo de Vic, quién le exhortó a no callar.
No se puede hacer un paralelismo fácil entre Notre Dame quemada y la iglesia quemada en la Semana trágica de Barcelona, pero es válida la intuición de Maragall de no reconstruir la Iglesia anterior, sino de aprovechar la ocasión no para restaurar la Iglesia pero sí para reformarla. La Iglesia europea debe purificarse y pedir perdón por sus pecados: cruzadas, inquisición, colonialismo, patriarcalismo y clericalismo, división entre cristianos, abusos sexuales, alianza con los ricos, etc., y convertirse en la Iglesia del Evangelio, en la Iglesia de Jesús de Nazaret, en la Iglesia pueblo de Dios y comunidad del Vaticano II, la Iglesia de Francisco: una Iglesia pobre y con los pobres, en salida, hospital de campaña, gozosa y pascual, misericordiosa, que cuida de la tierra y comunica a todos la alegría del evangelio.
[Imagen extraída de Público]
Gracias al autor del artículo, Iglesia Quemada” . desde mi punto de vista es una reflexión impartida después de mucha oración: atencion al Evangelio y a realidad de las Europas y más allá de ese continente. la valentía para partirnos es del Esporitu Santo y la sabiduría que viene de lo alto vale la pena que los miembros de la Iglesia Católica conozcamos el. Obtenido y nos dejemos iluminar por su contenido, más allá de la Iglesia Eurpea.
Muchas gracias que Jesús de Nazaret lo acompañe siempre.