Àngel Miret. Hace pocos días asistí a una reunión en Madrid, convocada por la administración del Estado, con la presencia de todas las comunidades autónomas y de las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. El tema central del encuentro era buscar la manera de hacer efectivas unas sentencias que, como consecuencia de diferentes recursos interpuestos por la Generalitat, concluyen que el gobierno de Cataluña es competente en una materia de gran impacto social y mediático, asociada a un presupuesto relevante y que, por analogía, según interpretaba el Estado, también podría ser competencia del resto de comunidades autónomas.
Planteada así la cuestión, los representantes del Estado dieron voz a todas las comunidades para que expusieran su punto de vista. La mayor parte de ellas manifestaron, por un lado, que no conocían las impugnaciones de la Generalitat a pesar de que el pleito hacía años que discurría por los juzgados; por otro, que se trataba de una mala noticia y que era indispensable que el traspaso se hiciera con prudencia y sin prisas, que había que crear una comisión de estudio antes de avanzar en el traspaso, y que, en cualquier caso, el Estado se hiciera cargo de la coordinación. Finalmente, que se tuviera muy presente que todas las comunidades tenían que ofrecer exactamente lo mismo a los usuarios del servicio en cuestión. Contrarias a esta tesis se situaron únicamente los gobiernos de Valencia, País Vasco, Navarra, parcialmente el de las Islas Baleares y, naturalmente, Cataluña.
Recientes encuestas han señalado además que una buena parte de las comunidades autónomas no solo no aspiran a más traspasos sino que, por el contrario, querrían retornar al Estado algunas de las competencias que ya tienen.
La dinámica política y social mayoritaria en Cataluña camina, sin embargo, en sentido opuesto: desea un mayor autogobierno y obtener la transferencia de nuevas competencias. Desde el principio de subsidiariedad, lo considera, con razón o sin ella, como un avance democrático.
Esta demanda debería considerarse como una opción perfectamente respetable y democrática además de coherente con la historia de España. Cuando se redactó la Constitución Española los legisladores intentaron diluir las históricas reivindicaciones nacionales de Euskadi y de Cataluña y, en menor medida, de Galicia mediante lo que se denominó «café para todos». Y se aprobaron entonces Estatutos de autonomía a entidades territoriales como Madrid, La Rioja, Murcia, etc. que no se habían planteado nunca ningún tipo de gestión de sus intereses que no fuera una pura descentralización administrativa.
La realidad, sin embargo, se impone finalmente a los deseos de los legisladores constitucionales y dicha reunión es un buen ejemplo de ello. Pero desde la aprobación de la Constitución muchas comunidades, azuzadas por las políticas irresponsables de sus gobernantes, han acabado haciendo de la comparación y de los supuestos agravios con Cataluña una de sus razones de ser. Fijémonos en lo que antes apuntaba: la mayoría de comunidades no deseaban la competencia y el traspaso de recursos pero remarcaban que, en ningún caso, permitirían un trato diferenciado.
Cataluña no ha sido ajena a esta realidad política y sociológica. La frustración provocada por el «café para todos» en tanto que Cataluña se ha sentido nación y en ningún caso región como la mayoría de comunidades autónomas, ha generado una voluntad constante de diferenciación, de desmarcarse de la mayoría y de construir un camino propio, que ha sido percibida por una buena parte de la población española como insolidaria o, incluso, como reflejo de un sentimiento de superioridad. Esta es una realidad que no puede obviarse si lo que pretendemos es buscar una solución, aunque sea transitoria, a este conflicto secular entre Cataluña y el resto de España.
No podemos olvidar, además, que Cataluña ha sido uno de los motores económicos en España, además de liderar a menudo la vanguardia de las ideas progresistas por razones muy diversas. Esta realidad ha generado en algunos catalanes un sano orgullo pero en otros un cierto sentimiento de superioridad que ha provocado que en una parte de la población española no solo se desarrollase un sentimiento de admiración hacia Cataluña sino también de celos e incluso de rechazo. Este rechazo produce, a su vez, una potenciación del sentimiento catalán de que “en España no nos quieren”. Deberíamos entre todos detener este círculo vicioso de desconfianza que hace imposible cualquier solución al conflicto.
Hay que buscar soluciones si no queremos persistir en el bucle de acción-reacción. Creo que es evidente que la represión y la judicialización no servirán para nada; es más, empeorarán la situación y radicalizarán a las diferentes opciones, pero tampoco es razonable cerrar los ojos a una realidad compleja, donde el deseo de independencia no alcanza con mucha probabilidad al 50% de la población catalana. Hay que renunciar, pues, a la unilateralidad: adolece de una falta de apoyo social suficiente. Tampoco el referéndum pactado sea posiblemente, en este momento de crispación, el remedio. Por un lado porque es más que probable que se produjera una gran polarización, mitad a mitad de la población, y además porque en este escenario la renuncia o la imposición no generarían ningún beneficio a la convivencia entre unos y otros.
Entre la independencia y la recentralización debería haber una solución intermedia y razonable. Me atrevo, pues, a hacer una propuesta, en la que nadie quedaría del todo satisfecho pero que podría ser útil para salir de la situación actual y afrontar con más serenidad y tiempo este conflicto histórico y aparentemente irresoluble.
Una estructura de gestión descentralizada en diferentes niveles para la mayoría de comunidades autónomas y el reconocimiento nacional de Euskadi y de Cataluña en la Constitución, que concretarían su vinculación con el resto del Estado a través de una estructura federal o confederal, reconocimiento de competencias exclusivas en materia de cultura, lengua y educación, un sistema de financiación más equilibrado y la renuncia por parte de los partidos políticos independentistas a la vía unilateral.
Esta propuesta no excluye ni presupone de ningún modo que los independentistas renuncien a su deseo de conseguir un Estado por medios democráticos.
Y quiero recordar una realidad a los españoles que puedan considerar esta propuesta como una cesión inaceptable: países con un gran sentimiento patriótico, como Suiza o Estados Unidos, conviven con estructuras fuertemente descentralizadas. Es decir, el sentirse español no debería ir necesariamente asociado a un Estado centralizado ni a una única raíz castellana. Y otra a los independentistas: hay que reconocer y aceptar la realidad, aunque sea dolorosa y desagradable.
Ahora bien, para poder abrir el marco de diálogo que permita una negociación entre todos los actores políticos, será necesario encontrar previamente una solución a la cuestión de los presos después del juicio que se está celebrando.
Finalmente: es necesario que todos bajemos un poco el tono de descalificaciones mutuas, disminuyamos la irritación y eliminemos las malas maneras de proceder. Seguro que con esta actitud todo ello será un poco más sencillo.
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A lo largo de todo el artículo, el autor habla de Cataluña como un todo unívoco. Cataluña quiere, Catluña no quiere… Mal planteamiento de partida que confiere un sesgo proseparatista que anula el planteamiento del ensayo. Da por sentado, además, una serie de conceptos carentes de base científica, histórica y jurídica. Tal el de nación. Desde el punto de vista científico, el concepto de nación como entidad dotada de cierto patrimonio génico («los catalanes») es un burdo disparate. No dejan de desmentirlo los estudios de Genética de poblaciones desde los estudios pioneros de Cavalli-Sforza. Hablar en esos términos es avivar una división que con buenas palabras, pero pésimos argumentos, se quiere paliar. Porque lo del liderazgo de Cataluña es una patraña más. Profesionalmente me dediqué a la promoción de la ciencia durante treinta alis. No había tal superioridad ni liderazgo. Había de todo, como en botica que algún Ha habido, y hay, ciencia en Barcelona, en Madrid, en Granada y en Oviedo. La bioquímica catalana, es decir, de las universidades de Cataluña, debe muchísimo a un sevillano, la microbiología a uyn granado, no digamos en humanidades, donde la filosofía recibió el impulso de un bilbaino enemigo acérrimo de los nacionalismos por creerlos aberrantes y de un sevillano. Lo que ocurre es que Franco se volcó con Cataluña y puso lo mejor del CSIC en Barcelona (sobre todo, el Juan de la Cierva) y la democracia le ha hecho regalos impagables como el Sincrotrón de Bellaterra. Si recordamos que el boom literario de Barcelona está constituido principalmente por sudamericanos y resto de España (Vargas Llosa, Gabo, etcétera). Es un puro artificio hablar de superioridad. Lo que hay es una corriente de fondo supremacista que se manifiesta a oleadas. Recuerdo de niño el despectivo xarnego. Primero lo ví en Barcelona a propósito de lo que llamaban «los murcianos» en el primer tercio del siglo XX, que luego se fue extendiendo a otros grupos. Denunciarlo hoy no es políticamente correcto. Aunque salga Pujol hablando de personas sin construir (los andaluces) y Tprra de fieras con rostro humano. Todos ellos son catalanes, las fiereas, digo, y no se consideran ni nació ni patraña que lo fundó.
PS
He cogido la lista de los candidatos de ERC al Congreso, partido separatista por definición, que se presente asociado a. Estos son los apellidos «nacionales» de los individuos en cuestión:
Rufián Romero, Telechea Lozano, Carvalho Dantas, Gómez del Moral, Rosique, Pérez, Meseguer García, Bueno Martínez, Martínez Soriano, Alvaro, Cella Navarro, García, Romero, Barrachina, Pérez, Alvarez García, Sosa Ródenas, Parejo Muñoz, … Como se ve, todos ellos de una «nació» distinta de la española. ¿No se nos cae la c ara de vergüenza alimentando tanta patraña, tanta mentira?
Es como su mi nieta, que habla un inglés oxoniense, porque su padre ha sido profesor allí, y ha ganado el premio del condado a la mejor redacción en inglés de todos los colegios, dijera que es inglesa. ¿No pensamos corregir o seguimos alimentando el espectro nazi, con mentiras de ese tenor?
En fin José Maria, cuando utilizas el término nazi te descalificas por cuanto no respetas a las víctimas del holocausto. En este contexto de agresividad y falta de rigor no tengo nada más que decir.
Falta de rigor, en qué? En la negación de verdad de los supuestos separatistas? Había escrito yo lo del espectro nazi. Quiteño,ponga nazi tour court. Además por parte de Escolaridad Cristiana con el acoso s niños y padres. Aquellos son. Suficiente deutch, Juden. Hay un capítulo del nazismo que se repite aquí: la Universidad. El ejemplo de Lisa Meitner es aleccionador para investigadores y docentes que han visto negadas sus expectativas. Con el odio enquistado, con la opresión y bendecida por clérigos lo honrado es la agresión No recuerdo haber compartido mesa ni beneficio de la Generalidad para el tuteo
Quina mala educacio i ignorancia.
Muy mala educación, sí señora. Ignorancia supina la del tribunal europea que le concedió el premio europeo de comunicación científica. Si es que no hay modos, comparados con la medalla san Jordi. Si es que hay que seguir las enseñanzas del doctor Robert, aquel alcalde de Barcelona que decía que el cerebro de los catalanes –de los que él llamaba catalanes– era distinto del resto de los españoles. Qué mala educación la de Ramón y Cajal que le hizo un soberano corte de mangas. Si es que Ramón y Cajal no sabía neurología. Si es que somos una colla de ignorantes señora. Qué mala educación la del propio Cajal que quitó del testamento su legado a la Universidad de Barcelona porque no aceptaba la obnubilación separatista. Si es que era un ignorante y un mal educado. Por cierto, a un tiro de piedra de mi casa como el que dice han llamado hoy puta a Arrinmadas y «andaluza» como un insulto. Si es que lo separatistas no son nazis, es que los otros no quieren reconocer supremacía de nadie. ?¿Nazis hasta la médula? No, que va. Es que los niños quieren aprender en su idioma, los padres reclamar ese derecho y los jueces protegerlo, algo que no podemos consentir, claro, ¿verdad señora? Hasta ir podríamos llegar ¿verdad?. Si es preciso haciendo mobbing con la cruz, como Escola Cristiana. Es que esos, los otros, no tienen derechos. Es que los derechos los imponemos los nazis, perdón, «els nostres». Pues mire, señora, mal educado e ignorante nadie me va a apear de la exigencia de razón.
Por cierto, en mi ignorancia –¿Cómo se le ocurrió a la Universidad de Barcelona doctorarme? ¿Cómo se le ocurrió a la Academia de Investigación Alemana premiarme?– todos los nazis de toda consideración me tendrán enfrente. Por imperativo categórico moral. Algo se te queda leyendo a Kant. Y más apremiante si además lees el Evangelio.
Por cierto, ser, por imperativo moral, contrario a la obscenidad esa del separatismo como la llamó la Conferencia Episcopal Italiana y ratificó Juan Pablo II, no significa ir contra Cataluña. Si quiere saber algo de mi aportación, gratis et amore a la cultura catalana, puede acudir a la biblioteca central y pedir un par de volúmenes sobre una institución barcelonesa secular. Por citar lo que está escrito por el director de la institución aludida. Gratis et amore. No como esos que se llenan la boca insultando a los demás, al tiempo que ponen el cazo para recibir cargos o subvenciones de la Generalidad.
Ignorantes y mal educados, quizá llevemos sangre hebrea, como la llevamos musulmana y cristiana, nos escuece las sutiles transformaciones del camaleón nazi.