Nicolás Iglesias Mills. ¿Y si este fuera tu último día? Muchos nos hemos hecho esta pregunta para poder vivir mejor y más a pleno. No es nada nuevo. En épocas de amor líquido y hedonismo no falta quien use una excusa tan burda para vivir cosas que no se animaría a vivir de otra manera.
Y he aquí el primer problema, la lógica del último día arruina la coherencia de la vida. Te obliga a no pensar, ni razonar, y esto no te permite intentar al menos hacer el mundo un poco mejor.
¿Y qué pasa después de que uno considera que ya vivió todo lo que tenía que vivir? ¿No es, acaso, un pensamiento un tanto depresivo? A mí me ha llevado a lugares bastante oscuros. ¿No es la cima de la montaña un camino sólo de bajada?
Y así, la idea del último día de vida nos acerca un poco más a la muerte. Porque la muerte puede ser mañana, o la muerte puede ser hoy. Pero al mismo tiempo, si ya viviste todo lo que tenías para vivir, ¿por qué no enfrentar a la muerte cara a cara?
El problema real del final es que, como es futuro, uno no es capaz de cambiarlo, pero tampoco es un elemento estable, fijo. Es la misma lógica del gato de Schrödinger. Uno sabe que está el gato en la caja, pero no sabe en qué estado ni en qué forma. Está vivo y muerto al mismo tiempo, como uno cuando se enfrenta al final sin saber si realmente está ahí. Vivir y no vivir al mismo tiempo.
Ahora, pensemos lo siguiente: basándonos en la lógica de las observaciones de segundo grado, es decir, de que todo es subjetivo porque atraviesa siempre una historia personal, ¿lo real y lo tangible no sería igual de irónico que el gato de Schrödinger? Sabemos que existe pero al mismo tiempo no lo sabemos con certeza. Sé que existe el computador mediante el cual estoy escribiendo este texto (o leyendo, en tu caso), pero como atraviesa mi observación de observaciones, no sé si existe exactamente como yo creo que existe. La inseguridad de su forma es la que hace que comprenda que no tenga clara su existencia.
Si vivo mi día como si fuera el último, estoy asumiendo que es el último y que la muerte está a la vuelta de la esquina. Pero el otro día vuelve a aparecer, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Está y no está.
Hace unos años me encontraba en un lugar al que llamaban “La casa de los pobres”. La gente que habitaba ahí eran las personas que inevitablemente iban a morir de hambre. De hecho, tuve a mi lado una persona de la que yo podía asegurar en ese momento que con certeza moriría de hambre días después, aunque nunca lo confirmé. La sensación de la muerte del otro nos pone de frente con el final aunque uno no sepa realmente si este va a suceder. En este momento, esa persona está muerta y viva al mismo tiempo, depende del final que cuente. Pero no puedo evitar finalmente que muera, no podemos evitarlo, y eso es lo que finalmente nos da impotencia. Porque queremos salirnos del entendimiento de que la vida puede ser, como no puede ser, al mismo tiempo.
Entonces, ¿cómo salimos de este círculo? Hace poco descubrí a la fuerza que no todas las preguntas tienen respuesta. Quizá sea esa impotencia a responder preguntas sin respuestas, la que hace que todos queramos vivir nuestro día como si fuera el último. Pero siguiendo este razonamiento podemos entender ahora que deberíamos ir mucho más allá de eso. Si buscamos el sentido de la vida todo el tiempo, debemos asumir también la posibilidad de un sinsentido. Esto, la lógica del sinsentido, hará que vivas tu día como si fuera el último, pero sin dejar de pensar en el futuro. Hará que luchemos por el cambio social hoy, pero con planes de una transformación más grande a largo plazo. Luchar cada día como si fuera el último, pero esperar cada día la esperanza que nunca se pierde.
Imagen extraída de: Pixabay
Maravillosa toca el misterio, vivo de Existir