José Eizaguirre. «Nadie había sido capaz de pronosticar que miles de jóvenes iban a echarse a la calle por una causa tan global, etérea e incorpórea como el cambio climático» (Samuel Martín Sosa). Así ha sido. El pasado viernes 15 de marzo ha tenido lugar simultáneamente en varios países europeos una huelga estudiantil con manifestaciones en las calles para reclamar a los políticos medidas urgentes y decisivas contra el cambio climático y la degradación medioambiental. Algunos ven, no sin motivo, un paralelismo con aquel otro 15M, en mayo de 2011, del que surgió el movimiento ciudadano de todos conocido.
El origen de este otro movimiento, aún más joven por la edad de sus miembros, se encuentra en la adolescente sueca Greta Thunberg, quien en agosto pasado comenzó a poner en práctica una huelga escolar por el clima, dejando sus clases en el instituto para sentarse a la puerta del Parlamento sueco pidiendo medidas eficaces a favor del cuidado del medio ambiente. Semanas después fue invitada a expresarse en una miniconferencia TED de 11 minutos en Estocolmo en la que comenta que cuando comenzó la huelga hubo personas que le sugirieron entrar en clase para formarse como científica climática y poder así “solucionar” la crisis climática: «Pero la crisis climática ya ha sido solucionada. Ya tenemos todos los datos y soluciones. Lo único que tenemos que hacer es despertar y cambiar. ¿Por qué debería estar estudiando por un futuro que pronto no existirá cuando nadie está haciendo nada en absoluto para salvar ese futuro?»
Este salto a los medios le abrió las puertas a una invitación para participar en la COP24, la Cumbre del Clima de Katowice (Polonia), en diciembre, con una breve y contundente exposición (3:25 min) en la que sacaba los colores a los delegados de todos los países allí reunidos: «Os habeis quedado sin excusas y nos estamos quedando sin tiempo». Estos tres minutos largos fueron suficientes para que el testimonio de Greta prendiera en otros estudiantes, comenzando por Bélgica y otros países europeos, que secundaron su huelga semanal dando lugar al movimiento Fridays por Future. A diferencia de otras huelgas estudiantiles, en las que los alumnos sencillamente no acuden a clase, esta vez los estudiantes cambian el aula para manifestarse pacíficamente a la puerta de las administraciones públicas.
En España, los primeros en secundar la huelga fueron alumnos de la facultad de Ciencias de la Universidad de Girona. En solo unas semanas jóvenes de todo el Estado han conformado Juventud por el Clima, la versión hispana de Fridays for future, en cuya página web encontramos un manifiesto que en su primera línea recuerda a la Carta de la Tierra: «Nos encontramos en un momento clave de nuestra historia. Hemos de escoger entre políticas que no respetan los derechos fundamentales de las personas y que agreden nuestro entorno o bien elegir dar un paso al frente y exigir medidas que mejoren la calidad de vida de la ciudadanía, que respeten nuestro medioambiente y que no pongan en peligro nuestro futuro». Y termina: «Nos jugamos mucho, nos jugamos nuestro futuro. Si los políticos no hacen nada, haremos que nos oigan. La situación es extrema: la crisis ecológica se ha agudizado en los últimos años, y ya no hay rincón del planeta que sea ajena a esta urgencia. El coste de la pasividad es enorme. Hace falta cambios profundos en un modelo económico cuya principal víctima somos nosotros mismos.»
Greta Thunberg, que sufre del síndrome de Asperger, lo cual influye en su carácter introvertido, serio y obstinado, está siendo ensalzada como nueva abanderada de la justicia climática. Ha sido invitada al Consejo Económico y Social de la UE, y al Foro Económico de Davos, donde pronunció una de sus frases más mediatizadas: «I want you to panic» («Quiero que tengáis pánico»). «Quiero que sintáis el miedo que yo siento cada día. Y quiero que actuéis como si nuestra casa estuviera en llamas; porque así es». (No es una anécdota que Greta haya realizado todos estos viajes en tren, para evitar el daño ambiental provocado por el medio de transporte más contaminante: el avión). Tras esta fulgurante ascensión mediática, Greta ha sido recientemente nominada al Nobel de la Paz de este año por un grupo de diputados socialistas noruegos, que consideran que «la amenaza climática es una de las principales causas de guerra y conflicto, por lo que el movimiento de masas que ha impulsado Greta es una importante contribución para la paz».
El discurso de Greta Thunberg y el de los cientos de miles de estudiantes que el 15 de marzo cambiaron las clases por las calles, es simple: «Queremos un futuro». ¿De qué sirve prepararse para un futuro que no va a existir? ¿Por qué dedicar tantos esfuerzos a formarnos cuando los gobiernos no escuchan a las personas formadas?
Precisamente, dos días antes del 15M el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) hacía público un nuevo informe en el que concluye: «Es necesario adoptar medidas urgentes a una escala sin precedentes para detener y revertir esta situación y proteger así la salud humana y ambiental». El informe, de 740 páginas y redactado por 250 científicos y expertos de 70 países, supone una nueva confirmación del amplio consenso científico respecto al clima. Casi todos los indicadores que tienen que ver con objetivos medioambientales (calentamiento global, contaminación, calidad del agua y del aire, pérdida de biodiversidad…) arrojan índices negativos que muestran que, a pesar de las declaraciones y acuerdos internacionales, estamos yendo a peor. Nos queda muy poco tiempo para reaccionar y los jóvenes cada vez son más conscientes de que les afecta directamente.
Tal vez esto explique el éxito de un movimiento que, aparentemente surgido de la nada y sin apoyos, ha conseguido el pasado 15 de marzo convocar manifestaciones en 1.600 ciudades de 105 países (en España, en 58 ciudades). Manifestaciones que hemos contemplado con una sorpresa similar a las de aquel otro 15M. ¿Realmente han surgido de la nada o más bien hay que pensar en un «caldo de cultivo» favorable que lleva tiempo cociendo?
Resulta inevitable buscar paralelismos con el primer 15M. Como el hecho de que los medios de comunicación en seguida se han preguntado quién está detrás «manipulando» a los jóvenes. O el que algunos partidos y líderes políticos hayan querido arrimar la causa a sus intereses, haciéndose la foto y dejando caer declaraciones de simpatía y aliento. Las que sí han apoyado abiertamente este movimiento juvenil son las organizaciones ecologistas, aliviadas al descubrir en los jóvenes savia nueva en la lucha medioambiental, después de décadas de activismo. Al margen de estas reacciones previsibles, es indudable el factor clave que en ambos movimientos juegan las redes sociales y el modelo de organización horizontal, con nodos locales enlazados en redes de comunicación y coordinación. Es la manera de trabajar de los jóvenes, que huyen de las organizaciones verticales.
Lo cierto es que Juventud por el Clima se presenta como un movimiento apartidista y pacífico, aunque reconozcan que pueda haber personas violentas que participen en las actividades convocadas con intención de desacreditarlas. Como escribía unos días antes el eurodiputado de Equo Florent Marcellesi en un artículo titulado «Se avecina un 15M climático«: «Si el 15M de 2011 la ciudadanía marcó el futuro de nuestro país con un “no nos representan” que impugnaba la inacción política ante la crisis democrática, este 15M climático dirá alto y claro “no nos representan” para impugnar la inacción política ante la emergencia climática.»
¿Estamos ante un nuevo e imparable movimiento social liderado por jóvenes o todo esto pasará sin hacer mella en un sistema que parece inamovible? Aún es pronto para poner expectativas y sacar conclusiones. Lo cierto es que, no siendo pocos los estudiantes movilizados, estamos hablando de una minoría; la mayoría de las comunidades educativas en nuestro país se han mantenido al margen o, sencillamente, no se han enterado. Un buen indicador será hasta qué punto los partidos políticos recogerán las peticiones de los jóvenes en los programas electorales de las próximas elecciones. Hasta ahora no parece que la cuestión medioambiental sea una prioridad en sus programas.
Una pregunta pertinente es si serán capaces los jóvenes de mantenerse fieles a su cita semanal frente a las administraciones públicas y si eso producirá algún resultado político, pues es indudable la responsabilidad legislativa ante la grave crisis medioambiental que vivimos. En cualquier caso, su actitud y actividad está contribuyendo a un despertar del resto de la sociedad, haciendo subir un grado más el calor de ese caldo de cultivo cultural que, en algún momento, llegará a ebullición.
Junto a la dimensión política, también es cierto que, como reconoce el reciente informe del PNUMA, esta crisis está alimentada por modelos de «producción y de consumo insostenibles». Y en el lado del consumo debemos reconocer que todos participamos (no solo los jóvenes). En esto son acertadas las palabras del papa Francisco en Laudato si’: «En los países que deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos» (LS 209). ¿Serán capaces los jóvenes de pedir justicia climática y a la vez reconocer las nefastas consecuencias de su estilo de vida (que es también el nuestro)? ¿Serán capaces –seremos capaces– de, sin dejar de hacer huelga por el clima y de manifestarnos pacíficamente ante los gobiernos, hacer huelga de consumismo y manifestar otra manera de vivir que ponga en el centro el cuidado de la vida? No bastan las manifestaciones y manifiestos (incluso en el ámbito católico juvenil) si no nos miramos cada cual a nuestro propio comportamiento y estilo de vida.
Los cristianos estamos viviendo en estas semanas de cuaresma un tiempo favorable a la conversión. El papa Francisco, en su Mensaje para la cuaresma 2019, nos recuerda: «El pecado que anida en el corazón del hombre –y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio– lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio». Y concluye: «No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable».
Los jóvenes nos están recordando lo que los científicos llevan décadas haciendo: que se nos acaba el tiempo para evitar lo más grave del cambio climático. No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable que podría ser nuestra última oportunidad.
Imagen de Goran Horvat en Pixabay
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