Juan Pablo Espinosa ArceEn este breve comentario buscamos pensar cómo trabajar una educación de la fe en medio de los tiempos de crisis. La palabra crisis ha resonado con fuerza en la dinámica eclesial del último tiempo. Pero lo interesante es que ella (la crisis), como concepto y como experiencia, nos coloca en una posición de oportunidad. La “crisis” es una palabra de origen griego (krísis) que se deriva del concepto krineo que significa optar, decidir, escoger. En la crisis, la persona, de manera libre, consciente y responsable, está invitada a optar entre elementos. La decisión debe ser conducida por el deseo del bien común, con buenos elementos “sobre la mesa”, con un sentido de realidad tal que permita que lo decidido tenga un real impacto en los involucrados. Ahora bien, la tesis que propongo es que existe una relación íntima entre la educación de la fe y la crisis. Si la crisis es una “oportunidad de cambio”, dicho cambio-transformación debe ser educado de tal manera que la convivencia transite de condiciones desfavorables a experiencias de confianza, diálogo, encuentro. Los elementos a proponer, son sugerencias para que los grupos pastorales, las catequesis, asociaciones de profesores de religión y otros involucrados en el desarrollo de la educación de la fe puedan tener como base de sus propios proyectos.

1. Una educación de la fe de carácter interdisciplinar.

Un primer elemento que rescataría, y que me surge por experiencia de docencia en Postítulos de Educación Religiosa, es la centralidad de la interdisciplinariedad. La cuestión religiosa, recuerda el teólogo Adolphé Gesché (Dios para pensar, “El hombre”, 2006), tiene un abordaje desde distintas ciencias y experiencias humanas. Por ello, el educador de la fe, tiene que tener la capacidad de generar espacios en los que su experiencia creyente pueda dialogar y enriquecerse con aportes de las ciencias humanas y sociales. ¿Qué nos dice la filosofía, el tema de las emociones, el arte, la sociología… en la comunicación de nuestra fe? ¿Cómo, a través de estas ciencias, podremos lograr manifestar la razonabilidad de la opción cristiana? ¿En qué medida la crisis responde a un enclaustramiento de la misma fe? ¿Cómo la mala comunicación de la fe es también una causa-consecuencia de la crisis?

2. Una educación de la fe con apertura a la imaginación.

Los autores reconocen que el siglo XX está marcado por el “giro hacia el lenguaje”. La recuperación de la hermenéutica (interpretación) de textos y de la realidad, la consideración del estatuto científico de los mitos, de las tradiciones populares, la imaginación de un nuevo lenguaje religioso, nos deben permitir construir una educación de la fe atenta a las mociones internas y culturales del ser humano. El filósofo chileno Humberto Giannini habla de la capacidad de “transgresión” que tiene el lenguaje. Dice este pensador que, tradicionalmente, hemos ejercido la función informativa o rutinaria del habla y de las comunicaciones. En la rutina, reconoce Giannini, no hay espacio para el lenguaje poético, para lo mítico, para la fiesta, para lo nuevo. Ante ello, la “transgresión” sería “cualquier modo por el cual se suspende o se invalida temporalmente la rutina, en vistas, incluso, de la eficacia posterior de esa misma rutina” (La “reflexión” cotidiana, 2017). Lograr una educación de la fe “transgresora”, que no solo “informe” sino que “transforme”, que permita recuperar la experiencia religiosa previa de los interlocutores, de entender cuáles son los procesos involucrados en la misma fe, de pensar los mitos, la poesía, las metáforas, los lenguajes analógicos, debe ser un espacio de renovación en la comunicación del Evangelio de Jesucristo.

3. Una educación de la fe que va acompañada de una mística propia.

Un último elemento al que quisiera dar un lugar de importancia es la mística y la espiritualidad. La espiritualidad es una forma de apertura al Misterio de Dios, un modo de seguimiento del Evangelio, un carisma del Espíritu. Los educadores de la fe, cualquiera sea el lugar en el cual se desenvuelvan, deben aprender a dar espacio a la “mistagogía”, literalmente, a la pedagogía del misterio. Si la pedagogía es el acompañamiento formativo a los otros y con los otros, la pedagogía de la espiritualidad y de la mística deben ser capaces de trabajar por una visión integral e integradora del ser humano. Reconocer los procesos más “internos” o subjetivos de la experiencia creyente debe provocar una ampliación hacia elementos del orden práctico. Una adecuada contemplación en la acción estaría en la base de la educación de la fe. Una praxis consecuente con el Evangelio está en la base de la superación de la crisis.

Imagen extraída de: Pixabay

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Chileno. Laico. Profesor de Religión y Filosofía. Magíster en Teología Fundamental. Diplomado en Docencia Universitaria. Académico Instructor Adjunto en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Académico de la Universidad Alberto Hurtado (perteneciente a la Compañía de Jesús). Imparte cátedras de Teología Fundamental, Antropología Teológica e Introducción a la lectura de la Biblia. Sus áreas de interés y trabajo investigativo y divulgativo son: la Antropología Teológica, el lugar de la mística en la vida humana y la teología de la Resurrección.
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