«Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo», así comienza la canción de Mercedes Sosa que ha acompañado muchas de las revoluciones y cambios que se han dado en el mundo desde finales del s. XX. Que el mundo cambia y que lo hace a una velocidad de vértigo nadie lo pone en duda. En realidad, una de las características más evidentes del momento en que vivimos es su aceleración.

Pero la pregunta pertinente a hacerse no es si cambia o no, sino en qué dirección lo hace y a qué horizonte apunta. Y la más importante de todas: ¿Cuál debe ser nuestro papel como ciudadanos de este mundo para que este horizonte sea un horizonte de vida plena y de justicia?

Panorámica global

Un repaso rápido a las heridas abiertas hoy en nuestro mundo nos deja una sensación claramente agridulce. Se han producido grandes avances en la lucha contra la pobreza y disponemos de los medios a nuestro alcance para acabar con el hambre o con las enfermedades, pero en el mundo hay todavía demasiado sufrimiento. Recordemos que siguen muriendo 10.000 niños cada día por causas evitables o que más de 60 millones de personas, máximo histórico desde la Segunda Guerra Mundial, huyen de la guerra y del horror buscando un refugio que no encuentran.

La revolución digital ha acortado tanto las distancias que ha hecho el mundo más pequeño. Vivimos en un mundo común donde lo que yo hago tiene una gran repercusión en la vida de miles de personas. Somos, en definitiva, más interdependientes. Sin embargo, el bienestar en el que aquí vivimos no es universalizable y nos obliga a repensar el progreso y poner en su sitio nuestras prioridades.

Nuevas fronteras de la justicia social

Si en el siglo XX cuando hablábamos de justicia social apelábamos sobre todo a cuestiones socioeconómicas, en el fin de siglo empezamos a incorporar nuevos elementos a este debate vinculados a aspectos que hasta entonces, en los discursos más oficiales, no se habían tenido en cuenta.

  • La preocupación por el ecosistema: el cambio climático y la crisis ecológica nos hablan de la necesidad de repensar nuestro modelo de civilización, pues nuestra manera de vivir y consumir no es sostenible.
  • La cuestión de género: reconocer que hemos vivido y vivimos de espaldas y pisando los derechos de la mitad de la población mundial.
  • La preocupación ya no sólo por el desarrollo y la pobreza, sino por el aumento de la desigualdad y la consecuente falta de oportunidades que genera.
  • La cuestión democrática y de representatividad: escuchar y tener en cuenta la voz de las minorías y respetar el derecho a la diferencia.

En cada una de estas nuevas encrucijadas nos jugamos, como proclama Boaventura de Sousa Santos, un futuro de emancipación y de liberación personal y colectiva, o un futuro de regulación y control que nos lleve a hacer realidad alguna de las distopías que pueblan nuestras pesadillas -y muchas de las series que ahora están tan de moda.

La transformación y la incidencia hoy

A pesar de la esperanza que generan nuevas realidades alternativas que van germinando, o de vivir un momento de repolitización prácticamente global, nos sentimos todavía huérfanos de un relato global alternativo. Para avanzar en clave liberadora y emancipadora hace falta repensar cómo trabajar la transformación social y la incidencia hoy. Dejadme apuntar quizá algunas ideas al respecto:

  • Necesitamos más participación e implicación social. Pero necesitamos que ésta vaya a la raíz de los problemas y sea realmente transformadora, y no que quede en buena voluntad y declaraciones de intenciones.
  • Necesitamos constancia y compromiso. Los cambios siempre son a largo plazo. Las victorias no vendrán el segundo día y los espacios transformadores son muy desgastadores: desde el relevo generacional en una asociación de vecinos a sostener un encierro de personas migrantes, o hasta el intento de modificación de una ley que nos parece injusta. Todas estas situaciones demandan de un grado de compromiso que hay que ejercer.

Necesitamos una nueva sensibilidad que desplace los intereses puramente personales a un horizonte colectivo. Esto es imprescindible para huir de los egos y los personalismos, pero sobre todo para entender que nosotros no somos los únicos protagonistas de nuestra vida y que los cambios reales vendrán del empoderamiento de colectivos amplios y no de carreras personales fulgurantes en el mundo activista.

¿Cómo abordarlo desde el mundo de la educación en el tiempo libre?

Barcelona acogió hace un año la movilización más grande que ha tenido lugar en Europa a favor de la acogida de refugiados. Muy probablemente esto no hubiera sido posible sin la tozudez de muchas personas anónimas que creyeron que había que dar una respuesta diferente a la que los gobiernos estaban teniendo en ese momento. Todas las capacidades para que una iniciativa así sea posible -coordinación, liderazgo, generosidad, perseverancia- han de ser aprendidas en algún lugar. La educación en el tiempo libre es un espacio donde poner en práctica muchas de estas competencias tan y tan necesarias.

Pero no sólo se trata de adquirir herramientas instrumentales que nos ayuden a trabajar por un mundo mejor, sino también de poner las bases y los fundamentos para entender de qué hablamos cuando hablamos de una buena calidad de vida y de educar en una sensibilidad que nos ayude a apostar por ella como fundamento de todas nuestras opciones.

¿Puede la educación en el ocio ayudar a que el joven no sea un sujeto pasivo a la expectativa de lo que el mundo pueda ofrecerle, y convertirlo en un sujeto activo que impulse y lidere los cambios que quiere ver en el mundo? Yo creo que sí, y que es el espacio donde cultivarlo más. ¿Cómo? Dando a conocer iniciativas alternativas, dedicando tiempo a participar de espacios transformadores en nuestros barrios y ciudades, o bien escuchando y conociendo testimonios de personas de generaciones mayores que tengan un papel activo y de compromiso en el campo sociopolítico.

Y lo más importante, que ante este presente que parece inamovible y unos cambios que no controlamos, volvamos a hablar de esperanza y de utopía. Para que haya verdadera implicación hay que contar con la esperanza, que todo lo sostiene, y la utopía, que es el motor, porque como diría el añorado Jaume Botey: «Lo que se quiere utópicamente dirige todos los movimientos de la libertad».

[Artículo publicado originalmente en la revista Estris/Imagen extraída de Pixabay]

¿TE GUSTA LO QUE HAS LEÍDO?
Para continuar haciendo posible nuestra labor de reflexión, necesitamos tu apoyo.
Con tan solo 1,5 € al mes haces posible este espacio.
Licenciado en matemáticas y master en filosofía. Profesor adjunto en la Cátedra de Ética y Pensamiento Cristiano del IQS-Universitat Ramon Llull. Ha sido director del centro de estudios Cristianisme i Justícia y es autor del cuaderno CJ Fiscalidad justa, una lucha global.
Artículo anteriorEsperar contra toda esperanza
Artículo siguienteDisonancia cognitiva

2 Comentarios

  1. «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar»
    Efuardo Galeano.

  2. […] La transformación social y política de fondo ha de unir la lucha política por el acceso al gobierno con la lucha política por la democratización de la economía, la sociedad y la cultura. Esto se logra si existen movimientos que empujen desde abajo. Y esto no siempre es aceptado por los partidos políticos, sean estos de ideología de derecha o de izquierda. La democracia política sin transformación del modelo de inequidad económica, será siempre una democracia a medias, una mediocre democracia o una falsa o un amago de democracia. Y algo de eso es lo que tenemos ahora en nuestra democracia representativa en varios países centroamericanos. […]

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingresa tu comentario!
Please enter your name here