Manfred NolteLa creciente contestación que está despertando en el Reino Unido el debate parlamentario interno del acuerdo de desanexión europea (Brexit), apunta a la posibilidad de un nuevo referéndum entre sus ciudadanos para ratificar o desautorizar los resultados de la histórica decisión del 23 de junio de 2016.

Es improbable que tal segundo referéndum se lleve a la práctica y, en su caso, sería imprevisible el resultado del voto final entre los renovados partidarios de la permanencia en la Unión (’remain’) y aquellos que ratifiquen la escisión (‘leave’). Pero deberían preguntarse los habitantes de la Unión Europea si ante tal hipotético evento no sería igualmente exigible un referéndum paralelo en el resto de países de la Unión, para decidir, si deseamos nosotros acoger de nuevo en la casa paterna a Theresa May y sus súbditos -los díscolos y los fieles a la Unión- o por el contrario nos sentiríamos más inclinados a exigir al Reino Unido el cumplimiento del resultado del sufragio adoptado hace más de dos años, con independencia de que su consecuencia sea el progreso o el abismo.

De llevarse a efecto tal votación, a la que el cruce de probabilidades confiere una viabilidad mínima, los europeos deberíamos recordar una serie de razones que son más que sobradas para abonar la idea de vetar la readmisión británica.

Cabe citar como atenuante que en el referéndum británico ganó el ‘leave’ por una muy exigua mayoría y que, lamentablemente, la historia no hará distingos entre esta última y la amplia minoría de ciudadanos que quiso quedarse y no pudo, porque las consultas plebiscitarias corresponden al deporte político de la carrera corta, a esa breve aceleración explosiva que realiza un atleta durante segundos, más que a las sufridas carreras de fondo donde la cabeza juega un papel superior al de las piernas. Democracia a una sola carta. Habitualmente, los políticos solamente convocan referéndums cuando están seguros del signo de su resultado y cuando creen que, ganando tiempo, apaciguan a los disidentes y las cosas acaban arreglándose solas. Circunstancialmente yerran.

La cruda realidad es que la lealtad de Gran Bretaña hacia la Europa comunitaria ha estado salpicada de numerosos singularismos y desafecciones. Gran Bretaña ha sido en la casa europea un huésped incómodo que ha hecho nada o poco por preservar la armonía familiar. Desde la firma de  los Tratados de Roma, el Reino Unido ha sido el único país que ha amenazando sucesivamente con abandonar la Unión Europea (UE) de no suavizarse determinados aspectos de su contrato de asociación: a mediados de los 70, a principios de los 80, a mediados de 2010 y a principios de 2016.

Con el tiempo, Gran Bretaña, ha venido acumulando las llamadas cláusulas ‘opting-out’ o cláusulas de exención, que exceptúan a un país de sumarse a los demás en un ámbito particular de la política de la UE, y que se conceden con el ánimo de impedir un bloqueo general en los acuerdos. Paralelamente el Reino Unido se había autoexcluido de la moneda única, la zona Schengen de tránsito fronterizo sin pasaporte, de asuntos de Justicia y de interior y de la Carta de derechos fundamentales de la UE.

En 2016, David Cameron negoció una ampliación del catálogo de prerrogativas británicas, con el pretexto de reducir las opciones secesionistas del UKIP y asimilados en un referéndum ya comprometido: el Reino Unido limitaría las prestaciones sociales a inmigrantes durante un periodo de cuatro años; disfrutaría de una normativa especial para su sector financiero; quedaría al margen de la moneda única; vetaría leyes comunitarias sujeto al voto favorable del 55% de sus parlamentarios; y en particular, el Reino Unido se inhibía en el objetivo a largo plazo de una Unión política europea.

A la vista de las repetidas concesiones y privilegios, debe concluirse que el barco de la Unión Europea ha venido simulando un medio de transporte común, pero los británicos han dispuesto habitualmente del mayor número de camarotes en primera clase. Por ello, una vez planteado unilateralmente el divorcio, sería altamente deseable que no se produzca ninguna vuelta atrás y que el Reino Unido cumpla la voluntad popular de la precaria mayoría británica en los términos tajantes repetidos machaconamente por Theresa May: El Brexit es el Brexit. Sin paliativos.

Imagen extraída de: Pixabay

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Doctor en Ciencias Económicas. Profesor de Economia de la Universidad de Deusto. Miembro del Consejo de Gobierno de la misma Universidad. Autor de numerosos artículos y libros sobre temas económicos preferentemente relacionados con la promoción del desarrollo. Conferenciante, columnista y bloguero. Defensor del libre mercado, a pesar de sus carencias e imperfecciones.
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