Vivir bajo el bombardeo constante de titulares, clickbaits y tuits nos ayuda a hacernos una idea de los temas que flotan sobre la superficie. Con suerte algunas noticias aguantan unos cuantos días y pueden llegar a calar en aquellas cosas que realmente nos preocupan. La llamada crisis de llegada de migrantes de este verano, sin ir más lejos. Escuchamos tantas cosas, sin embargo, que como decía Erich Fromm, acabamos articulando una coraza contundente para no enloquecer con la insensatez en la que estamos inmersos. Enajenación para no enloquecer. Marcar distancia de esas noticias con nuestro día a día para no enloquecer. Para no montar en cólera cada día. Para no sumirse en la desesperanza más nihilista.
En la periferia de estos torrentes de noticias vivimos la centralidad de nuestra vida. Escuchamos nuestro entorno cercano, acompañando alegrías, penas e ilusiones. A veces repentinamente. Y hacemos lo que podemos. Es nuestro entorno, las cosas que en él ocurren nos atraviesan, la alienación no suele dar unos resultados muy perdurables. Con las personas de nuestros círculos de afinidad nos resulta bastante rápido identificar cuándo nos están hablando de temas importantes para ellas. Salta la alarma y con ella se activa la empatía, el humor para desdramatizar, el silencio mudo… A veces no sabemos reaccionar, pero sabemos que es sagrado para el otro. Y entonces lo es para mí.
Cuando el otro habla otro idioma, otro código, desde otras formas culturales, este escuchar y reconocer nos pilla de improviso. No se espera ni se ve venir. Pero la violencia estructural supura. Porque la alienación a la que nos acogemos cuando en la televisión después de hablar de una embarcación llena de supervivientes llegada a las costas de Almería pasamos a ver el mejor gol de Messi, ya no nos sirve.
Me pregunto cuántos de los activos tuiteros han tenido conversaciones con las personas migradas de sus ciudades o pueblos. Cuántos han bajado a las calles o ido a las asociaciones y entidades locales a buscar contacto, a estar disponibles. A ser parte de una sociedad acogedora, la de brazos abiertos y que va a buscar. Y en este paso, saber escuchar lo que se habla y lo que se calla. Sabiendo que conocer la historia de vida de alguien no es plantársele delante e interrogarlo para saber cuántos dirhams pagó para cruzar el estrecho. Acoger para construir el futuro de nuestro país es un imperativo ético, pero también social. Acoger para construir fraternidad es el horizonte.
Escuchar es un acto sagrado, y lleva su tiempo. La realidad rezuma en personas que van como una olla hasta arriba de violencia recibida, y con la certeza de que la seguirán recibiendo en una sociedad racista como lo es la nuestra. No os preocupéis, que el racista será siempre señalado, pero raramente se desenmascarará el racismo. Escuchar los efectos de la violencia rompe por dentro al intuir el abismo de lo que se cuenta. Nos destierra de nuestra realidad de la misma forma que un camión militar marroquí destierra en medio del desierto a aquellos que han pillado intentando cruzar el estrecho.
En este escuchar, Montse Santolino apunta al núcleo: no es tanto buscarlo sino estamparte contra él cuando abres la puerta para salir de casa.
[Imagen extraída de Pixabay]
[…] esperanzados de la sociedad. Puesto que la verdad se ilumina con el diálogo, es bueno hablar, y escuchar lo que piden las personas. En este sentido, en la sociedad se escuchan voces que piden una nueva […]
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[…] Bocins, de la Fundació La Vinya, como en muchos otros proyectos, se basaba -y se basa- en una escucha activa hacia los niños y hacia las respectivas familias. No solo escuchábamos; abrazábamos, […]