Xavier CasanovasEstos días, en Cataluña, son de una tensión emocional muy fuerte. Hace un año de unos hechos, los del 1 de octubre, que han marcado un antes y un después para mucha gente. Más allá de las valoraciones políticas o jurídicas, de su legitimidad o conveniencia, de las consecuencias que ello ha tenido, hay una dimensión personal que tiene un peso muy grande y en la que vale la pena de profundizar.

Las heridas que generó aquella jornada son muchas: primero las heridas físicas, algunas de ellas irreversibles; después, las heridas emocionales. Y de aquellos hechos a esta parte, elementos como la prisión de líderes independentistas, el estancamiento político, la imposibilidad de un horizonte de soluciones claras, el aumento de la polarización, etc. hacen que el resentimiento crezca, las heridas no quieran cerrar y la frustración, el dolor o la impotencia se mezclen en un todo difícil de digerir. Quizás por esta razón la proclama que se oye entre manifestantes estos días es esta: «Ni olvido, ni perdón».

Ciertamente no podemos olvidar; de hecho, tenemos el deber de no hacerlo. Porque es en el olvido donde se fundamentan las más grandes injusticias de la historia. Una comunidad que recuerda, que reconoce y hace presente su camino de victorias y derrotas, de aciertos y errores, de promesas y traiciones es una comunidad que es capaz de crecer, acercándose cada vez más al principio de realidad y no dejando -se engañar. La memoria es pues condición de posibilidad de una sociedad madura.

Pero, ¿no perdonar? ¿Puede ser este un deseo legítimo de quien quiere construir un futuro para una sociedad de paz y justicia? Perdonar no está al alcance de todo el mundo: los cristianos diríamos que es una gracia. Lo que es seguro es que no seremos nunca capaces de perdonar si nos negamos a hacerlo. Ciertamente el perdón puede llegar cuando se ha hecho justicia y también se ha restituido lo que podía ser restituido. Hannah Arendt, en un magnífico texto, consciente de que las consecuencias de nuestras acciones son muy a menudo imprevisibles, apela al perdón como el único recurso que la condición humana tiene para poder coger aire, empezar de nuevo y no vivir rehenes de un pasado que no nos deje vislumbrar nuevas oportunidades:

“(…) no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Los procesos de la acción no son sólo impredecibles, son también irreversibles; no hay autor o fabricador que pueda deshacer, destruir, lo que ha hecho si no le gusta o cuando las consecuencias muestran ser desastrosas. Esta peculiar resistencia de la acción, aparentemente en oposición a la fragilidad de sus resultados, sería del todo insoportable si esta capacidad no tuviera algún remedio en su propio terreno.

La redención posible de esta desgracia de la irreversibilidad es la facultad de perdonar, (…): el perdón está ligado al pasado y sirve para deshacer lo que se ha hecho; (…). Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de la que hemos hecho, nuestra capacidad de actuar estaría, por así decirlo, confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias, semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula para romper el hechizo.”[1]

Quizás no nos sentimos capaces de perdonar a quien nos ha hecho daño, a quien, en algunos casos, ha destrozado literalmente nuestra vida. Pero quizás tenemos el deber moral de desear este perdón. Al menos desearlo. Que cada uno siga trabajando desde la paz y la no violencia por lo que considere legítimo, que no olvidemos y podamos hacer memoria de los agravios sufridos, pero hagámoslo, si nos es posible, con el deseo de algún día poder perdonar.

***

[1] Hannah Arendt. “Labor, trabajo y acción. Una conferencia” (1957).

Imagen extraída de: Twitter

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Licenciado en matemáticas y master en filosofía. Profesor adjunto en la Cátedra de Ética y Pensamiento Cristiano del IQS-Universitat Ramon Llull. Ha sido director del centro de estudios Cristianisme i Justícia y es autor del cuaderno CJ Fiscalidad justa, una lucha global.
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4 Comentarios

  1. El articulista da por sentado una premisa falsa, que hubo un pueblo apaleado por querer ejercer un acto democrático. En las tablas de verdad, de una falsedad puede inferirse una verdad, o, como decían los lógicos medievales anteriores a los calculadores de Oxford, ex nihilo quodlibet.ç

    Puede crearse un meme o como dicen ahora un relato más o menos fantástico. Como eso de los heridos irreversibles. ¿De dónde se lo saca? Pero no quiero entrar en el juego aceptando como legal un acto ilegal. Ilegalidad en la que desempeñó un papel nada secundario los jesuitas de la enseñanza, empezando por las reuniones clandestinas del representante con los impulsores del referendum prohibido por una instancia democrática, el Tribuna Constitucional.

    Muchos no olvidamos el soez, el bastardo papel ejercido por determinados clérigos y religiosas en el desarrollo de los acontecimientos. Algunos incluso recurrieron a la vestimenta litúrgica para amparar el delito.

    El Pais se hacía eco de ese comportamiento obsceno por parte de miembros destacados de la Iglesia.

    Es el mismo comportamiento inmoral de los de Escola Cristiana saltándose las sentencias judiciales sobre la enseñanza y acorralando a los niños y a su padres que querían el cumplimiento de la sentencia y el ejercicio de sus derechos. Escola Cristiana en la que tiene mando en plaza un responsable político de la era Pujol, accidentalmente jesuita, no defendió a los niños y a sus oadres, sino a la institución dijo.

    No. No se puede olvidar tanta villanía.

    Dawkins habla de los memes peligrosos, lo mismo que de los genes egoístas; al fin y al cabo aquellos son a la cultura lo que los genes a la biología.

    Y un meme tóxico es la especiosa exposición de unos hechos que, de principio a fin, estaban teñidos no sólo de ilegalidad, sino de inmoralidad, como quedó paladinamente puesto de manifiesto por la Conferencia Episcopal Italiana ante las pretensiones secesionistas de la Padania.

    Uno, que es fiera con figura humana, según el Mein Kampf secesionista, no puede olvidar ateniéndose a la doctrina social de la Iglesia.
    ,

  2. Me preguntaba yo si la represión contra las manifestaciones en el parlament, el día que Artur Mas tuvo que salir en helicóptero, en las que por cierto un manifestante perdió un ojo, también han dejado esas heridas emocionales. Para aquello ¿también se postula «ni olvido, ni perdón»? Y que se apele a Hanah Arendt para iluminar estos hechos cuando esta autora tenía que contender con el Holocausto, me parece casi insultante para las víctimcas del mismo, esa comparación es algo más que desproporcionada. Alguien se ha preguntado si en parte de la violencia sufrida con motivo de aquél 1 de octubre tuvieron también algo de responsabilidad quienes organizaron y promovieron un choque previsible con las fuerzas de orden (esta vez las malas, claro, no aquellas del cerco al parlament que eran las buenas…)? Condenando, como de hecho lo hago, todo empleo de la violencia, creo que la ecuanimidad es siempre una virtud exigible a quienes postulan valores morales y exigen su reconocimiento por parte de otros.

  3. Comparto la opinión del articulista, loo la acción de los jesuítas i lamento los 2 comentarios siguientes ( no continuo leyendo). Gracuas!!!

  4. Lo que parece mentira es que se critique tanto que la Iglesia se echara en manos de los líderes políticos españoles durante 40 años, porque la Iglesia no debe meterse en política, y se corra a echar en manos de otra clase política.

    ¿Qué tipo de cristianismo es el que apoya que haya sacerdotes que dediquen la Santa Misa a hacer propaganda de su ideología política pero les parece mal que lo hagan otros con la suya?

    ¿Qué tipo de solidaridad tienen esos cristianos que, no es que no ayuden, sino que impiden que la gente no pueda estudiar en su idioma materno lo que les aumenta su riesgo de fracasar en la escuela, primer paso de un fracaso laboral?

    ¿Dónde está la coherencia?

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