Juan Pablo Espinosa ArceSeptiembre es el mes de la Biblia. Se celebra en todo el mundo cristiano (católicos, ortodoxos y protestantes). Durante este mes se nos invita a volver a leer los textos bíblicos, a compartirlos en comunidad y a comprender cómo la Sagrada Escritura es un lugar de encuentro con Jesucristo (Cf. Aparecida 249). De hecho, el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Dei Verbum (sobre la Divina Revelación), recuerda que la Biblia debe estar al centro de la vida de la Iglesia (Cf. Dei Verbum Capítulo VI). Y más adelante añade que la Escritura es “el alma de la teología” (DV 24).

Al tener la Biblia un lugar central en la vida del Pueblo de Dios, la teología ha comprendido que ella es la “norma no normada” o “norma de fe”. En sencillo, la Sagrada Escritura es la regla de la vida cristiana, y por ella constituye el criterio de discernimiento de las acciones del Pueblo de Dios. La Escritura guía, orienta, y nos ayuda a vivir auténticamente el querer de Jesús. Por ello, vamos a reflexionar en cómo debemos aprender a recuperar la Sagrada Escritura y su lectura sobre todo en medio de las actuales situaciones eclesiales. Digo “recuperar” –y esa es quizás la tesis– porque, en un gran porcentaje, las comunidades eclesiales han perdido la costumbre de tomar el texto bíblico, leerlo, estudiarlo y practicarlo. Quizás –y esa es la continuación de la tesis– recuperar el lugar central de la Biblia, sea una de las herramientas principales para ir cambiando nuestras prácticas eclesiales.

Con el Vaticano II las comunidades tomaron sus Biblias

Quizás, uno de los signos distintivos de la renovación eclesial que trajo hace cincuenta años el Vaticano II fue el que las comunidades cristianas volvieran a la lectura asidua de la Biblia. El Concilio anima a que los creyentes tengan una “lectura asidua de la Biblia” (Dei Verbum 25). Y también declara que “es necesario que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella” (Dei Verbum 21). Fue en América Latina, en donde y con particular interés y promoción, comenzó un trabajo comunitario de lectura bíblica en lo que se conoció como “Comunidades eclesiales de base”. Dichas agrupaciones, en su mayoría de animación laical y de participación de laicos, tuvieron como centro la evangelización, el desarrollo humano y la animación social de sus miembros y de las personas que, sin ser de las comunidades, estaban cercanas a ellas.

En las comunidades cristianas, constituidas con fuerza gracias a la Conferencia de Medellín (1968), comenzó la aplicación del método de discernimiento del ver, juzgar y actuar, propuesto años antes por la JOC (Juventud Obrera Católica). El método decía: se mira la realidad como lo que es (dimensión objetiva); se juzga o analiza los acontecimientos presentes en ella a través del criterio bíblico, teológico, magisterial y también de las ciencias sociales y humanas; se actúa para transformar y humanizar las estructuras. Beltrán Villegas en un artículo de 1969 sobre los “Aspectos teológicos de la comunidad cristiana de base”, recuerda que por la misma dinámica eclesial, es necesario que las comunidades vayan desarrollando relaciones “cara a cara” y puedan experimentar “lo que para otros significa vivir de Cristo y tener el Evangelio como ideal de vida”.

El modo de tener a Cristo como centro único de la Iglesia (que es lo que Papa Francisco denunció no se realizó en la Iglesia Chilena como caso particular de una crisis mayor) y asumir el Evangelio como ideal de vida (o como norma que norma; regla de fe), precisa de una adecuación de la comunidad a la Sagrada Escritura. Ampliar los procesos de lectura bíblica, el surgimiento y fortalecimiento de las Pastorales de Animación de la Biblia, la recuperación de su lectura en la catequesis y en otras instancias de consulta, decisión y puesta en práctica de planes pastorales, es una tarea urgente y en muchos casos pendientes. Desde ya, propongo que en cada comunidad exista a lo menos un grupo de laicos que, periódicamente, se puedan reunir y leer los textos bíblicos. Animo también a los catequistas, sobre todo de la Iniciación a la Vida Eucarística, puedan tener momentos de encuentro bíblico. También animo a que los consagrados y presbíteros puedan dar la centralidad que el texto bíblico merece. Este último aspecto, pasa entre otras cosas, por la preparación de una buena homilía, que como dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, sean “palabras que hagan arder corazones” (EG 142) y no discursos vacíos que sólo “nos mueven en el asiento” por el aburrimiento de una predicación vacía de significado. De esta manera podremos continuar la senda que el Concilio Vaticano II abrió y a la cual nos desafía hoy: volver a tomar en nuestras manos la Sagrada Escritura y asumirla como una brújula de orientación y como instancia comunitaria de discernimiento de la vida eclesial y de la acción de Dios en la historia.

Discernir la realidad desde la Palabra de Dios

El discernimiento de la acción de Dios en la historia (los signos de los tiempos) y de las nuevas acciones que la Iglesia deberá emprender en el corto, mediano y largo plazo, deben estar animadas e iluminadas por la Sagrada Escritura. Jesús en el Evangelio de Mateo criticó a los fariseos porque no podían discernir las señales del cielo ni del tiempo (Cf. Mt 16,3). No sea así entre nosotros. Los procesos de escucha de nuestra realidad deben realizarse comunitariamente, guiados por los pastores, los teólogos y las teólogas (Cf. Gaudium et Spes 44). Jesús hoy también nos desafía a mirar nuestro alrededor y a experimentar un profundo proceso de conversión y renovación personal y eclesial.

Sugerente es lo que la Pontificia Comisión Bíblica en su documento sobre la “Interpretación de la Biblia en la Iglesia” (1994) nos sugiere: “numerosas comunidades de base centran sobre la Biblia sus reuniones y proponen un triple objetivo: conocer la Biblia, construir la comunidad y servir al pueblo”.  Y más adelante añade que “hay que alegrarse de ver que gente humilde y pobre, toma la Biblia en sus manos y puede aportar a su interpretación y actualización una luz más penetrante, desde el punto de vida espiritualidad y existencial, que la viene de una ciencia segura de sí misma”. El desafío que la Comisión Bíblica nos presenta es el de recuperar la sabiduría de las comunidades que, tomando en sus manos el Evangelio, pueden discernir la realidad y ponerse al servicio de esa misma realidad, humanizándola y transformándola.

Con el Evangelio, su lectura y aplicación (unión de lo espiritual y de la experiencia cotidiana), estaremos pasando de la cultura del abuso y del engaño a una cultura de la confianza y de apropiación del Evangelio de Jesús y no de los evangelios de los ídolos de barro. La dimensión profética de la lectura de la Palabra de Dios en las comunidades eclesiales, es una invitación constante a dejarnos transformar por la acción de un Dios que nos habla en nuestra propia lengua. Pero, aunque su voz está en las cosas del tiempo y de la historia, como comunidad estamos expuestos a padecer una crítica sordera crónica. Confiemos que el Espíritu que habla a las Iglesias (Cf. Apocalipsis 3,11) nos transforme en una comunidad atenta a las mociones de Dios, las cuales hemos de aprender a discernir en un contacto vivencial con su Palabra.

Imagen extraída de: Pixabay

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Juan Pablo Espinosa Arce
Chileno. Laico. Profesor de Religión y Filosofía. Magíster en Teología Fundamental. Diplomado en Docencia Universitaria. Académico Instructor Adjunto en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Académico de la Universidad Alberto Hurtado (perteneciente a la Compañía de Jesús). Imparte cátedras de Teología Fundamental, Antropología Teológica e Introducción a la lectura de la Biblia. Sus áreas de interés y trabajo investigativo y divulgativo son: la Antropología Teológica, el lugar de la mística en la vida humana y la teología de la Resurrección.
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