Quiero hacer un elogio a ese sentimiento en peligro de extinción que se llama gratitud. Agradecimiento a las personas que nos han acompañado en algún período de nuestra vida; nos ayudaron sin pedir nada a cambio y gracias a ellas hemos evolucionado siendo quienes somos. Su ejemplo de gratuidad y compromiso son el estímulo necesario para avanzar asumiendo nuestra responsabilidad. Al final de todo cada quien afronta con sus acciones u omisiones las cuestiones más importantes que plantea la existencia y una de ellas es ser agradecidos.
No creo en la separación pensamiento/vida. Junto con el azar o la Providencia somos co-autores de nuestro guión y testigos de nuestra época: si no vives ni trabajas de acuerdo con lo que piensas y sientes, al final, acabas sintiendo y pensando tal como trabajas y vives. La coherencia entre convicciones, actitudes y actos es fundamental. Intento dar testimonio de la íntima conexión existente entre ética, espiritualidad y compromiso social. Son dimensiones que no he querido negar o ningunear. Escindidas son causa de conflictos y angustias. Integradas son fuente de inspiración fecunda. Se acrisolan lentamente fundiéndose en una misma praxis de esperanza, en una misma apuesta.
¿Cómo eran la voz, los gestos o el rostro de quienes nos ayudaron, admiramos e incluso amamos y ya no están? ¿Qué emociones nos provocan al evocarlos?
Sabemos que la memoria es un elemento esencial en la búsqueda de nuestra identidad pero también nos sirve para destacar y subrayar acontecimientos, momentos o personas que nos han hecho ser más humanos… y que contribuyeron a hacer nuestro mundo algo mejor de cómo lo encontraron. Con el valor de su ejemplo nos siguen interpelando.
Hay un modo de pensar y sentir en el que los recuerdos y sus imágenes están claramente enfocadas y fluyen nítidas, sin esfuerzo nos permite reencontrarnos con ellas. Solo tendremos sus nombres y rostros que habitarán nuestra memoria. Con todas esas personas que nos han acompañado y ayudado a ser tenemos deuda de gratitud; de no olvidarlas.
Nuestro reto es seguir actuando, pensando y formulando las preguntas pertinentes a partir del conflicto y del dolor humano. No repetirlas sino reinventarlas. Nuestra misión es mantener la fidelidad a todo ese conjunto de ideales encarnados por ellas y que desafiando los fatalismos y la resignación con paciencia hacen de la historia un lugar digno de la esperanza.
¿Quiénes son las personas que contribuyeron a hacer que nuestra vida fuera más intensa, comprometida y, aun dentro de las responsabilidades de toda opción, también más agradable?
No podemos ignorar que la relación de amistad se construye a partir del respeto y el desafío a la inteligencia de la otra persona. Estos seres queridos —fundamentales— nos inspiran y nos ayudan a ser mejores. Son imprescindibles para que la humanidad avance en justicia, compromiso social y que sea digna de tal nombre.
Sus causas nos interpelan, hoy como ayer, para hacerse fundamento en nuestras decisiones. Nos ayudan a encontrar el sentido a nuestra vida y significado a nuestras acciones. Alimentan nuestra conciencia porque nos muestran su vocación de buscadores de bondad, verdad y belleza en las cosas sencillas de la vida cotidiana más allá de lo extraordinario.
Nuestro modo de serles fieles es estar atentos a los nuevos contextos y los nuevos signos de los tiempos detectando dónde se producen las nuevas desigualdades y dónde germinan las solidaridades para comprometerse con una acción centrada en la esperanza.
Nos enseñaron que su compromiso a favor de esa esperanza activa y radical siempre es una práctica en un contexto histórico y un proceso vivo impulsado por el deseo y la voluntad. Supone convertirse en protagonista y motor de las causas y motivos que esperamos. No es espera pasiva que otros agentes externos realicen lo que tú deseas. Los militantes de la esperanza son anti-fatalistas; son la buena gente que sabe algo elemental: para tener visión clara y transformadora hay que saber mirar con ojos limpios e identificar los factores de riesgo y las posibilidades latentes. Con capacidad para la resistencia ética y al mismo tiempo de emprender y desarrollar experimentaciones anticipatorias que tienen en germen las potencialidades deseadas. Toman conciencia de las injusticias y sufrimientos de la realidad como orientación básica y sienten el impulso de canalizar las mejores energías creativas. Como decía Ghandi: “Sé tú el cambio que propones”. Al fin y al cabo, la validez y fecundidad de las ideas las demuestran las personas que las encarnan: son testigos vivos de lo que creen.
[Imagen extraída de: Pixabay]