Jaume Flaquer. Sabiendo que muchos crímenes contra la humanidad, invasiones y genocidios en la historia no han producido ni un solo lamento en sus actores, es de entrada loable que la Iglesia sea capaz de pedir perdón por el gravísimo mal que ha causado a miles de niños a través de quien más debieran haberlos protegido.
Pero una petición de perdón solo es sincera si 1) el individuo o la institución se reconoce en tal fracaso y colapso que le hace afirmar: “soy culpable y no sé cómo remediarlo” (como un violador que dijese: “mejor que me encierren y no me dejen salir porque la ansiedad es más fuerte que yo”), o si 2) el individuo o la institución deciden poner todo su empeño en poner los medios para que no vuelva a ocurrir. No es suficiente con decir “cuando recibamos alguna denuncia actuaremos según los nuevos protocolos”. Es preciso que en la Iglesia nos preguntemos seriamente qué nos ha pasado, por qué tal amplitud del fenómeno (Irlanda, Boston, Chile, Pensilvania, Australia…) y cuáles son todos los factores que han influido. Deberíamos ver a una Iglesia proactiva que organizase un Congreso internacional y diversos seminarios para analizar todas las vertientes del problema, acabando con un Sínodo de obispos para tomar decisiones concretas. Es verdad que desde el minuto uno en el que Benedicto XVI llegó al pontificado se ha avanzado mucho, y que el actual Papa Francisco ha aplicado una tolerancia cero, pero por respeto a las víctimas deberíamos ir a la raíz del problema y ver de qué manera el clericalismo ha participado en este mal, y si ha preferido salvarse como “casta” antes de afrontar su propia realidad.
El instinto de autoprotección que tiene toda institución ha sido decisivo en este caso, donde ha pasado por delante el silencio para salvar el “honor” público frente al bien de la víctima. Además, la relación paterno-filial entre el obispo y sus sacerdotes, diferente al de un contratante y un empleado, ha llevado en muchos casos a ser erróneamente indulgente con el criminal (como en los casos de esos constantes traslados de parroquia). Hay que añadir, además, que el hecho de que el sacerdocio sea “para siempre” y que el proceso de expulsión de un religioso o la reducción al estado laical de un sacerdote sea tan complejo, ha llevado a veces a no afrontar de cara el problema. Ni unos se han atrevido a abandonarlo antes de producir tanto mal ni los otros a expulsarlos.
Por su parte, la relación de amistad entre los sacerdotes ha provocado a menudo una dificultad añadida para creer a la víctima por encima de ese compañero que creías conocer, o incluso un “no querer creer” por la monstruosidad de lo que los testimonios van aportando.
Tampoco el perdón es suficiente si no se investiga si en una Iglesia con celibato voluntario las proporciones del problema serían mucho menores. Ante esto, conviene recordar que muchos de los abusos se dan en el marco familiar, y que, por otra parte, el celibato per se no es causa -ni puede ser justificación- ni de la atracción sexual hacia los menores ni del abuso de los mismos.
Pero sí es verdad que algunos varones con profundos problemas relacionales buscan a veces el sacerdocio como una salida “digna” a su incapacidad de compartir la vida con nadie. Si algunos tipos de pederastas pueden formar parte de este grupo, una Iglesia de sacerdotes mayoritariamente casados reduciría su atractivo por parte de este colectivo.
En cualquier caso, la selección en los seminarios y en la vida religiosa de los candidatos al sacerdocio no siempre ha sido suficientemente rigurosa ni con los criterios adecuados para este gran problema.
No hay duda de que el que comete abusos debe ser también acogido con misericordia y ser acompañado en su trastorno. Pero la Iglesia como institución no debe olvidar que su prioridad deben ser siempre las víctimas y que la acogida del delincuente no es contrario a la toma de medidas efectivas para que no pueda producirse una víctima más.
En conclusión, la Iglesia se sostiene por la gran santidad que hay en ella y por las miles de historias de pequeños santos y santas que dan sus vidas en rincones donde ninguna otra luz da algo de esperanza, pero por coherencia con el Evangelio es preciso dar una respuesta a esas otras víctimas que no son producidas por nadie más que por nosotros mismos.
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Fa molt temps que sóc lluny de l’església, el que jo vaig viure de 1962 a 1974, especialment fins als anys 70, va ser una combinació de morbositat i repressió que va deixar en mi no una petjada sinó una cicatriu. Van contribuir a la construcció d’un imaginari de perversió i culpa, que van fer mal a tres generacions, No vaig patir cap abús sexual per part de cap membre de l’església, però sí un adoctrinament pervers. L’església franquista hauria de demanar perdó a tantes de nosaltres per haver-nos fet tan difícil la vida afectiva i sexual.
Per això, mai vaig deixar que eduquessin els meus fills.
Obviamente el problema es muy complejo y la soluccion solo la podemos encontrar en el Evangelio…personalmente pienso que la institución se alejó de la pobreza ….hasta el punto de haberse convertido en un estado con una estructura tan «mundana» que cuesta ver Reino. De los Cielos en ella…. gracias a Dios son los santos los que con su testimonio siguen haciendo posible que el mensaje de JESUS siga vivo y vigentes y es a lo que habría que volver ….la pobreza puede que sea el gran filtro que evite y disuada a quienes piensen en el sacerdocio…como una salida mas y no como negación de si mismo en favor de los demás siguiendo los pasos de Jesus …que no tenía ni donde reclinar la cabeza….
Elvira. quina llàstima el que expliques. Els meus pares estaven a punt de no enviar-me al col.legi on vaig estudiar. Però quan van veure que l’ambient ja era molt diferent en el 75 , ho van fer. Per sort ha entrat molt d’aire i llum en l’església que li han donat més salut i més color. Però encara patim les conseqüències del que expliques.
gracias Andrés
por tu comentario sereno y sabio.
La pobreza y austeridad, cuando son escogidas con alegría evangélica y no impuestas producen mucho bien.
Moltes gràcies Jaume ! Sí, com dius, també jo conec moltes i molts sants anònims, sovint silenciats o ignorats per elles i ells mateixos, que il·luminen, consolen, curen, ensenyen, ESTIMEN, denuncien les injustícies – tantes i tant greus!!! – treballen amb moltes i molts altres per que el nostre Mon sigui molt més humà, just, solidari, ecològic…Sí, desitjo que aquests fets tant lamentables que han causat seqüeles tan greus a molts infants i joves…deixin de produir-se…però per axó hem de ser valentes i valents a la nostra església…Personalment començaria per discernir les motivacions de les nostres opcions i si realment provenen de l´Esperit, per força – SI, repeteixo – per força – ens conduiran primer de tot a optar i a viure JOIOSAMENT una VIDA POBRE, en coherència amb tants i tantes pobres que ho son injustament…La pobresa de fet i la pobresa en l´Esperit ens conduirà a reconèixer les nostres febleses, malalties, desviacions malsanes i a deixar-nos curar seriosament per evitar fer tant de mal als altres, especialment als infants, als joves, a tots i totes…Preguntem-nos sovint «a on tenim posat el cor» …Mai ens podem imposar el celibat si el nostre cor no s´abrusa en relació amb el Déu de Jesucrist i juntament amb Ell, no salta de goig desvivint-nos amb els més injustament empobrits!!! El celibat no es un corsé que ens oprimeix i per tant requereix compensacions sexuals o altres…si no un «Alè vivificant, una Font d´Aigua Viva que ens omple de dinamisme. d´empenta, d´energia, per transformar amb moltes altres el nostre Mon.
Rosa Maria,
Preciós comentari ple d’Esperit. gràcies. On tenim posat el cor? Una pregunta per meditar cada dia.
Muchas gracias Jaume. Tu artículo es claro, valiente y comprometido. Describe lo que muchos creyentes pensamos. Siempre he tenido la sensación de que cuando desde fuera de la Iglesia se hacen críticas duras, la institución y el resto de la Iglesia (nosotros, todos) nos negamos a el análisis y la autocrítica como con un miedo reverencial a la Jerarquía. A veces hay una rubia respuesta en la idea de la «casta meretriz» que es la iglesia pero sin voluntad alguna de profundizar y solucionar ningún problema. Cada vez me reconozco menos en la Iglesia y me duele mucho. Fui educada en un colegio religioso en plena Transición y tengo un recuerdo extraordinario, centrado en los valores evangélicos, de búsqueda y construcción del reino aquí y ahora. Lamentable hoy no encuentro esa alegría y compromiso. Y a ésto se suman las aberraciones tapadas durante décadas. Esa forma de actuar denta falta de amor a tu Iglesia y nos hace pensar si de están trabajando para el fin que se creó o usa no les interesa.
Gracias Gemma por este comentario lleno de finura y hondura. Cuanto más desde fuera nos vamos viendo la Iglesia más vemos únicamente lo que nos cuentan los medios de comunicación, que lógicamente no suelen ser buenas cosas. Solo el escándalo genera noticia. Pero dentro se ve mucho bien y dinamismo, y gente que con gran corazón y generosidad entrega su tiempo y dinero a los demás. Ellos nos sostienen.
Enhorabuena por este comentario. Tengo la impresión de que el Papa no actúa con la necesaria rapidez y contundencia. Que actúe ya ahora se lo han pedido Mary Robinson, el arzobispo de Dublín y el primer ministro de Irlanda. Por qué esta lentitud? Gracias Jaume por tu comentario que, con tu permiso, lo he reproducido, citándote, en mi blog.
Gracias Ignacio. Supongo que habria que ver dónde está el cuello de botella y porqué
El asunto es muy complejo no es un problema puntual….a mí manera de ver no se trata solo de condenar y etregar a las autoridades a los responsables ….habría que renunciar a tratados y privilegios y ser una iglesia que vuelve a el Evagelio….