Víctor CodinaLa trágica y sangrienta actuación de Daniel Ortega en Nicaragua que lo ha convertido de luchador contra la dictadura somocista en dictador de su propio pueblo, nos impulsa a reflexionar sobre el poder y sus abusos.

Esta reflexión se hace más necesaria si recordamos que también los promotores del socialismo del siglo XXI, Chávez-Maduro, Correa y Evo Morales, con claro influjo castrista, se han perpetuado en el poder más allá de los límites constitucionales y han asumido actitudes dictatoriales y rechazado cualquier tipo de crítica, en contra de sus mismos principios.

Podemos añadir a esta lista las dictaduras militares de América Latina de fines del XX, las dictaduras europeas de Hitler, Mussolini y Franco, las dictaduras comunistas del Este europeo y asiático, los caudillismos africanos, las megalomanías de Trump y Putin, así como el poder anacrónico y decadente de las monarquías europeas, transmitido biológicamente de padres a hijos, objeto de las revistas del corazón. También hay que denunciar los abusos del poder religioso, el clericalismo eclesial del que el papa Francisco afirma que es la lepra de la Iglesia y la convierte en autorreferencial y encubridora de abusos.

El poder seduce, atrae con más fuerza que otros instintos y placeres, emborracha, droga, obnubila, ciega; los poderosos se creen necesarios, irrenunciables, mesías salvadores del pueblo; sus satélites aduladores les aseguran que son insustituibles.

Frente esta grave amenaza, la politología ofrece sus aportes, en muchos casos inútiles: alternancia y control en el poder, democracia participativa, Estados de derecho, libertad de opinión y de prensa, escuchar al pueblo, libertad, igualdad y fraternidad, etc. La realidad es más importante que las ideas y las ideologías, pero los dictadores no lo aceptan.

La tradición judeo-cristiana recuerda las críticas proféticas contra los malos pastores de Israel que se aprovechan de las ovejas en vez de cuidarlas y sobre todo tiene presente las lúcidas palabras de Jesús de Nazaret sobre la tiranía de los jefes de las naciones que oprimen a sus pueblos y se hacen llamar bienhechores. Hay que invertir la lógica mundana del poder: el que quiera ser grande ha de ser el servidor y esclavo de los demás, como Jesús que vino a servir y no a ser servido. Jesús al lavar los pies de sus discípulos, simboliza esta actitud de servicio.

Las palabras de Jesús tienen validez universal y producen frutos de justicia y paz, mientras que en las dictaduras el poder se corrompe, produce víctimas y no tiene futuro. A la erótica del poder solo la puede salvar la lógica del lavatorio de los pies. ¿Es consciente de ello Daniel Ortega?

Imagen extraída de: Pixabay

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Jesuita. Estudió filosofía y teología en Sant Cugat, en Innsbruck y en Roma. Doctor en Teología, fue profesor de teología en Sant Cugat viviendo en L'Hospitalet y Terrassa. Desde 1982 hasta 2018 residió en Bolivia donde ha ejercido de profesor de teología en la Universidad Católica Bolivia de Cochabamba alternando con el trabajo pastoral en barrios populares Ha publicado con Cristianisme i Justícia L. Espinal, un catalán mártir de la justicia (Cuaderno nº 2, enero 1984), Acoger o rechazar el clamor del explotado (Cuaderno nº 23, abril 1988), Luis Espinal, gastar la vida por los otros (Cuaderno nº 64, marzo 1995).
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