Miriam Carmona. La Coordinadora Contra la Marginació de Cornellà lleva 32 años apoyando a personas presas y a sus familiares. Durante éstos años han pasado muchas personas: unas pasan por aquí como voluntarias, otras como familiares y otras como personas que están/han estado presas.
La Coordindadora, en realidad, son las historias de éstas personas presas, de sus madres, padres, hermanos/as, que luchan y que intentan sobrevivir en el hostil mundo carcelario.
Decimos que la prisión es un medio hostil porque, para empezar, te separan de tu contexto, rompes con tu proyecto vital: hogar, familia, trabajo, rutinas… Una vez estás dentro las infraestructuras siguen incrementando esa sensación: muros, enrejados, cámaras, personas con uniformes que te controlan, espacios monocromàticos… Allí dentro eres considerado como una persona peligrosa e inadaptada, por lo tanto, lo que prima en el ambiente es la desconfianza. Por una parte, la desconfianza bidireccional entre preso-institución penitenciaria, se hace evidente por cacheos, detecciones de metales, cancelas, celdas de aislamiento, registros… pero también es muy latente la desconfianza entre las personas presas, donde la solidaridad entre presos y presas no es la norma.
«Un año en prisión son 365 veces el mismo día», con esta cita de Jesús Valverde, sintetizamos la monotonía de la vida en prisión, donde todo está controlado, nada cambia y cada día es una repetición del anterior. Al vivir en este medio tan solitario y con estricto control su manera de reaccionar ante esta injusticia es antagónica: o bien sumisión, o bien, rebelión ante la institución.
El sistema penitenciario se basa únicamente en la conducta del propio individuo, dejando de lado las causas sociales, económicas y culturales que provocan la conducta delictiva. Se debe tener en cuenta las circunstancias que han llevado a la persona a cometer los actos y, mediante la responsabilización de éstos, trabajar en la rehabilitación.
No se trata de que las personas se adapten a una sociedad a la fuerza, ni que se conviertan en “rebaño”, sino que dejen de lado su comportamiento autodestructivo, que al fin y al cabo a quien más daño proporciona es a ellos mismos. Se trata de acompañar a las personas para que encuentren un lugar en la sociedad, una motivación para la integración, y proporcionarles las herramientas y recursos para ello, respetando siempre su autonomía y capacidad de decisión.
El comportamiento delictivo es un indicador sociocultural, un problema estructural, y no únicamente de la personalidad individual. Esta concepción hace que la sociedad quede exculpada de toda responsabilidad, y apostar por el castigo en vez de por la prevención e igualdad de acceso a los recursos y servicios.
Esto es lo que hemos vivido durante éstos 30 años, y por ello he titulado éste artículo con nuestro posicionamiento frente a las prisiones: “LAS CÁRCELES NO FUNCIONAN”.
Consideramos que la prisión es un fracaso como institución que se supone rehabilitadora, tal y cómo refleja el articulo 25.2 CE («Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social…»), expuesto sobre las entradas a prisión, por lo menos de las cárceles catalanas.
¿Por qué pensamos que el sistema penitenciario no rehabilita, por lo tanto, no funciona?
– Práctica punitivo-premial. Se basa en la consecución de beneficios a partir de buen comportamiento y adaptación a las normas funcionales de prisión. Por lo tanto, esta práctica no fomenta el cambio por voluntad propia, sino como una estrategia para adaptarse al entorno y para conseguir beneficios penitenciarios. No se trabaja la motivación al cambio, por lo tanto, cuando las personas encarceladas estén en libertad y no obtengan beneficios por sus comportamientos ni los mantengan, no podremos afirmar que se ha trabajado por su reinserción social.
– “Educar para la libertad desde la no libertad”. Es contradictorio el querer reeducar a alguien para vivir en sociedad encerrándolo y aislándolo de ésta, a la que retornará una vez finalizada su condena. Debemos tener en cuenta que la cárcel tiene sus propias maneras de funcionar: la forma de acceso al trabajo, a la sanidad, a la enseñanza y educación, a la vida familiar, a la sexualidad… Entonces, ¿por qué luego van a saber funcionar en las normas sociales que tenemos los que vivimos en libertad, cuando usan otras?
– El encarcelamiento comporta una serie de consecuencias, que son intrínsecas a la privación de libertad, ésto recibe el nombre de prisionización, que consiste en la falta de toma de decisiones, la dificultad para asumir responsabilidades, la disminución del autoestima, alteraciones del estado de ánimo, desconfianza, desaprendizaje de habilidades sociales y laborales… y muchas otras, que dificultan la adaptación al exterior. Así la prisión, no en pocas ocasiones, provoca un efecto contrario reproduciendo las desigualdades sociales y marginación.
Cómo reflexión final, creo que no hay mejor frase que sintetize todo lo escrito, y es de la mano de Jesús Valverde: “He conocido a muchas personas que han salido adelante a pesar de la cárcel, pero no he conocido a ninguna que haya salido adelante gracias a la cárcel”.
Imagen extraída de: Pixabay
[…] en la cárcel con el evangelio del amor a los enemigos. Duro silencio tras su escucha. Un preso se levanta y […]