Alícia GuidonetComo muchos, estos días me encuentro recogiendo el curso: ordenando papeles, intentando tirar todo aquello que se ha ido acumulando sobre la mesa y que es superfluo, haciendo espacio para dejar que el nuevo curso llegue y pueda cruzar la puerta.

Y en esas, me doy cuenta de que lo que movilizo externamente tiene mucho que ver con lo que también se mueve en mi interior. Ciertamente, hay una estrecha relación entre lo que ocurre por dentro y por fuera. Aunque sospecho que ese “fuera”, para que sea auténtico, debería armonizar con el interior. De otro modo, lo externo sería, más bien, un lugar superficial, donde los sucesos, las cosas o las relaciones surfearían, sin llegar a encontrar puntos de anclaje, de renovación, de profundidad.

La propuesta que hago consiste en compartir algunas palabras e imágenes que surgen de la experiencia hecha a la luz de la Palabra… durante un curso. De la experiencia propia, y de la compartida. Es un modo de recuperar las huellas de Dios en la vida y de visualizar el recorrido hecho, para seguir caminando.

1. Pedro mirado por Jesús (Mt 26, 69-75). Pedro, que tantas veces se resiste a la lógica de Jesús, recibe una mirada que le ayuda a percibir la distancia que lo separa del Maestro. Es importante darse cuenta. Darse cuenta tiene que ver con ese espacio interior que nos ha sido dado. Un espacio en el que se cuecen las vivencias diarias, la cotidianidad. Una cocina que nos permite elaborar. Un espacio que, además, nos invita a elaborar en silencio. Nuestro espacio interior goza, quizás paradójicamente, de un ritmo diferente de lo que ocurre externamente. A veces el día pasa sin casi darnos cuenta. Si podemos disponernos en algún momento, por la mañana o por la noche, a recoger el día, nos daremos cuenta enseguida de que hay algunas cosas que resuenan especialmente. A veces eso que resuena no es, ni mucho menos, lo más aparente, lo que más espacio ha ocupado, lo que más ruido externo ha hecho… A veces ha sido algo casi insignificante lo que ha provocado en nosotros la consciencia de que en nuestro interior hay un lugar abierto y dispuesto a dejarse afectar.

2. La mujer con flujos de sangre (Lc 8, 43-48). Ser reconocido y reconocer. Dejar lugar a la transcendencia es una experiencia de empoderamiento. La respuesta al quién soy se elabora, en clave cristiana, cuando dejo que la fuerza de Jesús me construya. A la hemorroisa se le escapa la vida y ningún médico ha sido capaz de curarla. El camino equivocado se resuelve en el momento en que la mujer descubre que su identidad se construye en el reflejo, en el espejo que le devuelve una acción que la dignifica. Dejarse tocar por Jesús también supone dejarse enseñar a tocar del mismo modo.

3. Jesús en Getsemaní (Mt 26, 36-46). Jesús ante la prueba, ante el dolor por la traición y el abandono, no cede. Tomar consciencia y empoderarse ayudan a distanciarse de lo que ocurre. También marca límites entre exterioridad y superficialidad. La distancia permite discernir, no caer en la trampa del “todo vale”, del “divertimento”, del zapping vital, del escaparate. Es una capacidad que da delicadeza espiritual para advertir el engaño cotidiano, el enredo, los falsos caminos. Es una distancia que permite ver más y mejor. Que deja decir “no”. No, porque advierto honestamente que aquello que se me está proponiendo no es lo que más me conduce a mi objetivo último: Dios.

4. María Magdalena, apóstol (Jn 20,11-18). María Magdalena se dispone a salir después del juego de miradas que se establece entre ella y Jesús. La mirada de María Magdalena se ha desplazado: del sepulcro hacia Dios. De la muerte a la Vida. Y es desde el deseo, desde el impulso, que actúa. Esa salida es como un trampolín que está bien orientado, bien dirigido, porque está sustentado en una toma de consciencia, en un empoderamiento y en una distancia. Salir, por lo tanto, implica un acto libre, mediado por Dios, por lo que su Espíritu sugiere. Por el movimiento que conduce sin dividir, sin des-orientar.

5. El buen samaritano (Lc 10.29-37). Aquel que es capaz de ver la realidad y su profundidad. La balanza, para el samaritano, se decanta hacia la necesidad del que demanda. En nuestra vida diaria los encuentros se dan entre dos historias, dos narrativas, implican una toma de contacto con la realidad y lo que ello supone desde Dios: no pasar por la vida “de puntillas”. Para encontrarse con alguien es necesario haberse encontrado previamente, saber dónde estoy… y también a qué voy.

6. Pedro, su proceso hasta el martirio, lo convierte en un modelo de camino. Su itinerario hacia la coherencia se inicia a partir del ofrecimiento confiado de Jesús. La lealtad con nosotros mismos y con los demás es fundamental para no convertirnos en títeres de las circunstancias. Esa coherencia de vida pide humildad: saborear los límites en que nos movemos, para estar así dispuestos a dejar, a soltar, a perder… Solo la coherencia con nuestra verdad más profunda nos permitirá no rompernos, a pesar de que las cosas “no vayan bien”… A veces, encontrando sentido al aparente fracaso, y siempre viviendo como gracia lo que Dios regala, que no siempre es lo que nosotros “queremos”.

7. La mujer del perfume (Jn 12, 1-11). Y de repente, esa mujer se atreve a romper un frasco de preciado perfume, que inunda toda la casa. El encuentro también es conflicto, y ante la herida sólo es posible el perdón, que es gracia de Dios. Dar más de lo que nos suponíamos capaces. La imagen de la mujer rompiendo el frasco de perfume evoca, en cierto modo, un acto de generosidad que, aunque cueste, ofrece un nuevo sentido. El perdón permite continuar avanzando, asumiendo nuestra habilidad para provocar muerte o enredarnos en sus falacias. Aquí, el sentido de indigencia, de intemperie, de pobreza, ayudan a reaprender el camino. El encuentro, el conflicto y el perdón van de la mano.

8. Nuestra Señora del Signo. Cuando vamos construyendo un camino que contempla lo que nos ocurre, cuando es posible dialogarlo con la Palabra, entonces, vamos dando sentido a lo que hacemos. La imagen escogida aquí es un icono: Nuestra Señora del Signo. Representa a María en actitud orante, con las manos alzadas, toda santa (Panaghia) y más amplia (Platyera), porque contiene al Incontenible. Es, en fin, cristófora (Christophora), portadora de Cristo. Nos anima a reflejarnos en ella, a dar gracias por el curso, y a pedir el don de continuar transformándonos… para transformar. Personas siempre más orantes, más santas, más amplias y más llenas de Dios.

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Imagen extraída de: Pixabay

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Antropóloga con formación en el ámbito de la teología y el acompañamiento. Se dedica a la educación y el acompañamiento. Coordina el proyecto Espacio Interreligioso de la Fundación Migra Studium.
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