Pablo Font Oporto. Muchos de ustedes recordarán aquel cuento clásico infantil en el que dos hermanitos, Hansel y Gretel, después de varias peripecias, encontraban una casita de chocolate en medio de un bosque. La casita en cuestión les atraía tanto que no percibían que su dueña, aparentemente una entrañable ancianita, era en realidad una malvada bruja con ganas de hincarles el diente.
Esta semana saltaba a los medios la noticia de la compra de un lujoso chalet en una costosa zona de Madrid por parte de la pareja político-sentimental formada por Pablo Iglesias e Irene Montero. Y, como era de esperar, el tema no ha dejado indiferente a nadie, ni en la calle, ni en las redes sociales ni aún menos en los medios de comunicación, especialmente los más contrarios a lo que consideran el «contubernio podemita-comunista».
Vayamos por partes. Evidentemente, nos encontramos con un asunto que en principio (así ha sido proclamado por los principales interesados, y reconocido incluso por sus detractores) pertenece a la esfera privada de estas personas. Pero las cosas no son tan sencillas. En primer lugar, como representantes de la ciudadanía, y por lo tanto servidores públicos, el comportamiento en la vida personal de los/as políticos tiene cierta relevancia susceptible de conocimiento público. Y más con la que ha caído en este país desde el inicio de la crisis.
Pero, además, se da la circunstancia de que, como sabemos (y los medios se han ocupado de recordarnos), el señor Pablo Iglesias había criticado a otros miembros de la clase política por decisiones parecidas. La negación de estas similitudes por parte de los interesados y algunos/as fieles escuderos causa sonrojo y estupor.
Cierto es que, como afirman algunos sectores, la vara de medir que se les aplica a los/as políticos de izquierda es normalmente mucho más exigente que a los demás (aunque Podemos siga manteniendo teóricamente la idea de la transversalidad, esta noción errejonista no parece que esté siendo aplicada). Y ciertamente en este uso de balanzas diferentes cabe percibir una injusticia. Pero estos sectores deben también reconocer que “la izquierda” suele enarbolar una bandera que le exige cierto grado de compromiso y honradez, así como un mínimo de coherencia más alto.
Hasta aquí todo claro. Pero, más allá del caso, que podría quedarse en mera anécdota, nos encontramos con que en los últimos años el líder de la formación morada ha ido tomando una deriva extraña en lo que parece una pendiente deslizante hacia lo que en sus años iniciales combatía como “la casta”. El enfrentamiento con Íñigo Errejón y otros sectores del partido, la participación (no exenta de centralismo) en las disputas e incluso luchas intestinas territoriales y/o locales, la reducida participación de las bases (que sólo son consultadas de cuando en cuando), el ascenso como mano derecha y portavoz parlamentaria de su pareja sentimental…, y ahora esto. El personalismo de Iglesias parece estar jugándole una mala pasada, y parece que posiblemente a su partido. Más teniendo en cuenta las ganas que, por sus propuestas (no entro en la estética), ya les tienen importantes sectores de este país.
Algunas ideas para concluir.
Si bien en el origen de Podemos es más complejo, gran parte de las bases y muchos votantes lo identifican (y así también se han vendido ellos/as) como un decantado de los movimientos indignados y como institucionalización en el plano político del 15M. Cualquier paso en otra dirección será cavar su tumba. Y los personalismos e hiperliderazgos (no sólo el de Iglesias) pueden también serlo.
En todo caso, más allá de la escasa coherencia necesaria (lo que, insisto, “va con el carnet”), resulta preocupante el aislamiento al que la clase política tiende. Desgraciadamente, parece que la naturaleza humana es así y todos tendemos a ello. Ahora bien, si en ese aislamiento puede ser complicado tomar el pulso a la calle y saber lo que piensa la “gente corriente”, imaginemos lo que puede suponer ponerse en los zapatos de los que ni siquiera son “gente corriente” (con todo lo difícil que generalmente, en puridad, suele ser eso, más allá de ejercicios de salón).
En ese sentido, Podemos siempre reclamó para sí el papel de defensor de “los de abajo”. Hay quienes pensaron que podría aparecer, por fin, un partido para los/las pobres, los últimos, los excluidos, los desheredados, los que no cuentan. Los nadies, que, como decía Eduardo Galeano, “cuestan menos que la bala que los mata”… Esta ingenua esperanza parece desvanecerse en lo que, como éste, más parece un comportamiento propio de hippijos de clase media jugando a revolucionarios que de alguien con un cierto nivel de compromiso personal en su estilo de vida.
Porque, en efecto, tal vez el problema no sea elegir ser transversal (el famoso “99%”) o ser de izquierdas, si no la inexistencia de un partido político que defienda los derechos de los que no cuentan. Claro que la inmensa mayoría estamos en contra de los privilegios de la minoría privilegiada. Sin embargo, una cosa es defender a la (muy castigada, qué duda cabe) clase media y otra (diferente) a aquellos que no tienen derecho a tener derechos. Es duro, porque, muy probablemente, esos que no cuentan seguramente no te van a votar porque ya no creen ni en el sistema ni en nadie. O no. Pero ahí lo dejo caer.
Termino. Como en la mayoría de los cuentos clásicos, el de la casa de chocolate tenía su moraleja. La dulce tentación de la casita pudo ser la perdición total de Hansel y Gretel, ya que la trampa de la bruja les hacía ver todo con ojos displicentes y bajo capa de bien. La voracidad, camuflada como justa recompensa ante tantas penalidades y esfuerzos, no les permitió ver los males que se escondían bajo la azucarada seducción. Y no hablamos sólo del dolor de barriga o la dentición cariada, sino de cosas mucho peores. Esta falta de discernimiento recuerda a los argumentos esgrimidos en defensa de la compra de la residencia Montero-Iglesias. Así, dada la configuración de su electorado y el actual panorama socioeconómico español, la dinámica en la que se enmarca el asunto del chalecito tal vez pueda ser mortal para la formación del círculo morado. Pero, en todo caso, manda un mensaje muy claro de que Podemos (o, al menos, sus actuales dirigentes) no son los de abajo ni quieren serlo.
Imagen extraída de: Pinterest
Artículo certero, dando en la diana de la incoherencia humana entre lo que se predica y lo que se hace. Ciertamente, ninguno estamos libre de pecado, pero algunos llevan lanzadas una andanada de piedras a los de los demás, sin querer reconocer los propios.
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