Laura Flores y Judit González“Bienaventurados ese ejército de muchachos, que junto a su pueblo, tienen hambre y sed de justicia, armados solo con su conciencia y que con rebeldía se han enfrentado a la cobardía y la impunidad”

(Luis Mejía Godoy, “Bienaventurados”,  abril 2018).

Nicaragua está de luto. Pero lo está de pie, combativa, anhelante de justicia y de cambios reales. La injusta reforma del seguro social el 16 de abril fue la gota que colmó el vaso, apenas dos semanas después de las movilizaciones pidiendo la actuación del Gobierno ante el incendio que quemó gran parte de la reserva “Indio Maíz”. Pero el malestar venía de lejos. Fraude electoral, corrupción, malversación de fondos, amenazas y coerciones contra cualquiera que alzara la voz en contra del partido en el poder, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), represión de manifestaciones, expropiación de tierras a la fuerza para la presunta construcción del Canal Interoceánico, presión y trabas para las organizaciones nicaragüenses de defensa de los DDHH, encubrimiento y complicidad policial ante feminicidios… Todo ello había ido generando un fuerte clima de descontento aún silenciado por el miedo y la amenaza. Pero como muchas proclamaban estos días: “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”.

El 18 de abril empezaron las manifestaciones ante dicha reforma, fuertemente apoyadas por personas jóvenes universitarias, que fueron brutalmente reprimidas. Pese a esta represión, más gente se unió y durante cuatro días en diferentes ciudades del país se organizaron marchas pacíficas que buscaban ya no solo anular la reforma aplicada, sino recuperar la libertad de expresión que hace años está ausente en el país centroamericano.

Mientras la vicepresidenta tildaba de “violentos” y “minúsculos” a las personas manifestantes y se llenaba la boca con las palabras “paz y unidad”, la policía, el ejército y la Juventud Sandinista[1] arremetían contra el pueblo con palos, pelotas de goma, gases lacrimógenos y balas. Durante esos días fueron asesinados (que se sepa hasta el momento) 63 jóvenes, hubo cientos de heridos, manifestantes desaparecidos, se realizaron detenciones, se han denunciado torturas a los jóvenes encarcelados, se prohibió que los hospitales dieran asistencia médica a los heridos, se realizaron saqueos a supermercados, se censuraron algunos canales televisivos, se impidió entrar en Managua a campesinos y campesinas que llegaban para apoyar las protestas… entre muchas otras formas de violencia represiva hacia la población.

La unión y solidaridad entre la gente, así como la resistencia, siguió creciendo. Destacó la cohesión y determinación de las y los universitarios, que tanto ocuparon las calles como lograron quedarse en la UPOLI (Universidad Politécnica de Nicaragua), generando un claro espacio de resistencia y denuncia. La catedral de Managua y otros puntos aparentemente seguros de la ciudad fueron lugar de acopio de víveres, agua y medicinas para estos estudiantes y personas unidas en la lucha por la libertad. Decimos “aparentemente” porque, tanto las universidades como la misma catedral, fueron atacadas por la policía bajo las órdenes del presidente Daniel Ortega.

El 22 de abril hubo una gran marcha, “Por la Paz y la Justicia”, convocada por la Iglesia Católica,  que secundaron miles y miles de personas. Según palabras de la vicepresidenta nicaragüense, Rosario Murillo, esposa del presidente actual, fue una marcha “minoritaria”. El Gobierno ya había anunciado el derogamiento de la reforma y propuso un “diálogo” con la empresa privada nicaragüense (COSEP) y la Iglesia como mediadora. El COSEP exigió que en dicho diálogo estuvieran presentes más sectores de la población, así que el presidente Daniel Ortega cambió las condiciones y anunció que dialogaría con la empresa privada extranjera. Todavía no se ha producido dicho diálogo, pero siguen las reivindicaciones para que se oigan en él todas las voces. Desde el Gobierno se ha consensuado la creación de una “Comisión de la Verdad” para “esclarecer quiénes fueron los autores de los asesinatos”, negándose a su vez la entrada al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El pueblo autoconvocado niega la legitimidad de dicha comisión, puesto que implica que la policía investigue los crímenes que ella misma ha cometido.

Aunque estos días hay una cierta “calma y normalidad”, siguen los plantones y sigue la represión, de una forma más silenciosa y sutil. Continúan los ataques y el asedio contra las jóvenes universitarias y universitarios que se encuentran en la UPOLI y que han constituido, junto con estudiantes de todas las universidades del país, la “Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia” y están siendo un motor de reflexión, denuncia y presión al Gobierno. Hay personas que han sido amenazadas de muerte, que están siendo investigadas por haber participado en las marchas; jóvenes encarcelados que no han sido puestos en libertad, estudiantes que han perdido sus becas por apoyar en las manifestaciones, personas que han perdido su trabajo por la misma razón, intentos de desacreditar tanto al movimiento estudiantil como a personalidades, como el obispo auxiliar Monseñor Baez, por sus denuncias y apoyo a las protestas. También están acusando falsamente a jóvenes por haber cometido los asesinatos que la policía perpetró, se ha obligado a los familiares de los jóvenes asesinados a firmar en la morgue conforme fallecieron por otras causas… Y no parece que la pareja presidencial tenga intenciones de abandonar el poder.

Pero la mayoría del pueblo nicaragüense, tanto el que está en su tierra natal como el que ha tenido que migrar a diferentes partes del mundo, está mandando un mensaje alto y claro a sus mandatarios: que no les quieren más en el poder. Fueron muchos los años que vivió el pueblo nicaragüense bajo la dictadura somocista antes del triunfo de la revolución sandinista, muchos años de opresión y terror, y no quieren que eso se repita. No se trata de izquierdas o derechas, sino de un país que, cansado de estar sometido, no va a permitir que los que un día lucharon contra una dictadura instauren la suya propia con engaño, violencia y manipulación.

Arropada con su bandera azul y blanca, la del país pinolero[2], la población nicaragüense (unidas a su voz todas las personas que nos sentimos hermanadas con ella) grita que quiere paz y libertad y que esta nación sea auténticamente democrática. Y sabemos que la Paz necesita de la Justicia.

***
[1] Juventud Sandinista: Juventud del partido Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), desde 2011 forman parte de una plataforma llamada “Juventud Presidente” donde confluyen todos los grupos juveniles que dan apoyo a Daniel Ortega.

[2] El pinol es una bebida típica nicaragüense elaborada con el maíz, cereal abundante en el país centroamericano.

 

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Imagen extraída de: El Urbano

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2 COMMENTS

  1. Es una esperanza dolorosa, pero esperanza…JOVEN, que los que queremos de verdad a Nicaragua, quisiéramos que se haga madura. Pedimos para que así sea.

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