Patricia Franco Andía. Querer ser bueno es una de las trampas mortales del ego. Si, sí, han leído bien: querer ser bueno, el más bueno, buenísimo o querer dejar de ser malo que es lo mismo pero teñido de culpa, es un trampantojo mental que al lado del de “creerse bueno”, que tampoco ayuda a la humildad, destruye cualquier posibilidad de acercamiento veraz al otro.
“Maestro bueno…”, le dijeron a Jesús de Nazaret como introducción para hacerle una consulta y él, antes de responder a la cuestión, aclaró: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”.
Desde el ego, que es la instancia que desea, quiere, pretende ser cualquier cosa, no hay ninguna posibilidad de ser bueno pues la bondad es un rasgo de la Totalidad , de la Divinidad, de Uno, de Dios.
Tampoco desde la esencia de nuestro ser -que no alberga pretensión ni deseo alguno- tiene sentido tratar de ser bueno pues esa esencia nuestra es parte, reflejo, soplo… de la Esencia, de Uno, de Dios.
Para darse cuenta, para despertar a la realidad de que la pretensión de nuestro ego de alcanzar la bondad que ya somos es absurda sirve profundizar y meditar en alguna de las parábolas con las que Jesús ilustraba lo que él sabía acerca de la Bondad con mayúsculas.
Una se da cuenta, cuando se acerca a la sabiduría de Jesús y en concreto a las alegorías que contaba acerca de cómo funcionan las cosas para Dios, que nuestro ego (nuestro personaje, la máscara) se siente muy contrariado, incluso fastidiado, dolido, frustrado porque su cortedad dual que trocea la realidad en bien y mal, buenos y malos, nunca es satisfecha a la luz de la Buena Noticia que trajo Jesús.
Era considerado un israelita justo y bueno el que cumplía rigurosamente la Ley de Moisés. El cumplimiento profundo de la Ley y de las enseñanzas de los Profetas, Jesús lo resumía en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como uno se ama a sí mismo. Para él, la vía de amor a Dios era practicar la misericordia (sentir y aliviar el sufrimiento) con uno mismo y con los demás y cualquier otra era hipocresía (actuar con una máscara, fingir).
Y ante esto, a la mente le surgen varias dudas: ¿Quién es Dios? ¿Quién soy yo? ¿Y quien es mi prójimo? Jesús hablaba de un Dios que era el Padre tierno que se entregaba amorosamente a todos, de él mismo decía ser Uno con el Padre y con esta parábola expresó su concepto nada convencional de “prójimo”:
“¿Y quien es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y viéndole pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, se compadeció de él; y acercańdose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídalo y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién pues de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que practicó la misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10:30-37).
La mentalidad colectiva judía tenía ya entonces muy catalogados a los samaritanos como impuros y equivocados -pecadores- entre otras cosas porque adoraban a Yahweh en el monte Gerizim y no en el Templo de Jerusalén. De sobra sabía Jesús que desde el egotismo judío un samaritano no podía aspirar a ser bueno -que sólo lo era Dios-, ni siquiera justo, pero sí podía ser prójimo. A la luz de esta alegoría, el prójimo no está ahí, no es el familiar, el amigo… Prójimo es el que se aproxima, rompiendo el orden social establecido. Prójimo te haces tu mismo cuando acudes con compasión al otro y le ofreces el amor que eres saliéndote del esquema mental dual de buenos y malos, de justos e impíos.
Occidente no entendió nada del mensaje que, al parecer, Jesús quería transmitir y prueba de ello es que esta parábola hoy es conocida como la del “buen samaritano”. Es una de las que más ha condicionado y cargado de culpabilidad a los creyentes cristianos entrampándonos en la ficción egoíca de aspirar a ser buenos en vez de liberarnos poniendo al servicio de los demás la bondad que ya reside en nosotros.
Los apaleados de este mundo no necesitan buenas personas ni personas que queremos perfeccionarnos consiguiendo un ego, un personaje más bueno, presentable. Mucho menos personas que queremos perfeccionar a los demás, transformar el poder establecido parloteando, mirando la paja en el ojo ajeno. Todo eso es una trampa que nos conduce a dar rodeos, a pasar de largo con prisa, afanados y afanadas en cumplir puntualmente lo que consideramos obligaciones religiosas, morales o ideológicas para lograr autocomplacencia.
Los apaleados de este mundo necesitan prójimos que les curen las heridas y esos prójimos podemos ser nosotros y nosotras poniendo en marcha, en acción, la propuesta de Jesús que consiste en desplegar, con natural humildad, la bondad que ya tenemos de serie porque nos fue regalada; poniendo en acto el amor eficaz que tenemos instalado, disponible.
Pero más allá de lo conveniente para lograr un mundo mejor que no es poco, la práctica de la bondad, el bien que nos hagamos primero a nosotros mismos y hagamos a otros, nos servirá para verificar que, en efecto, el Dios-Amor, Jesús y todos nosotros somos Uno, y de ahí que el ego de cada uno es una ficción y nuestra mente una herramienta, una servidora a cuya tiranía perfeccionista no nos debemos someter.
Lejos de los afanes perfeccionistas del ego, las palabras de Jesús “Sin estar unidos a mí nada podéis hacer” y “Ser perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” ya no nos suenan tan oscuras y abrumadoras y sugieren una verdad: que somos uno en Jesús con el Padre y que no hay méritos de perfección individual que alcanzar.
Dejar de querer ser buenos para constatar que tenemos el poder de serlo a través de actos de bondad con nosotros mismos y con los demás es la propuesta para salir del engaño.
Imagen extraída de: Pixabay
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