“Tienes que escoger”. Esta afirmación, en boca de una joven de 16 años, parece crear consenso en el resto del grupo que la acompaña. Nos encontramos en el Espacio Interreligioso de la Fundación Migra Studium. Cada día educamos en la diversidad cultural y religiosa de nuestro contexto. A través de diversos talleres y dinámicas, procuramos que los visitantes abran interrogantes, hagan experiencia y, sobre todo, lleguen a conectar con sus vivencias cotidianas. El tema de la identidad siempre ocupa un espacio considerable, tanto en las actividades lúdicas como en la reflexión. Nos aproximamos a sus significados a partir de los diversos talleres que ofrecemos. Gracias a este trabajo, convenimos que la identidad de cada persona se construye a lo largo del tiempo. Hay aspectos más flexibles que otros, más o menos cambiantes, como la edad o el lugar de nacimiento. Aunque, todos ellos, sumados, van elaborando aquello que sentimos que somos. Cada uno de nosotros posee un centro que aglutina todos los aspectos que nos identifican. Resumen “quién soy” en este momento, ahora y aquí.

Cabe decir que la construcción de nuestra identidad tiene una estrecha relación con la imagen que sobre nosotros nos devuelven los demás. A veces este espejo se convierte en una pesada carga. Ocurre, por ejemplo, en los casos de aquellas personas que han nacido en nuestra sociedad pero que tienen un origen familiar diferente, o bien, con quienes llegaron de algún lugar lejano con pocos años de vida. Ahí nos encontramos con unas identidades múltiples o híbridas que, si bien todos compartimos, en estos casos se hacen muy evidentes. Las diferentes culturas y sociedades de origen e inserción se entretejen, dando lugar a sentires, emociones y vivencias muy diversas. Ocurre que, llegado el momento de la adolescencia y primera juventud, muchas de estas personas sienten que “tienen que escoger”. Sienten que la sociedad les pone en la disyuntiva. No expresan con libertad la convicción de pertenecer a dos -o más- maneras de construir el mundo. Además, existen “culturas” y “culturas”. Los jóvenes que se encuentran ante este dilema a menudo provienen de países concretos, de contextos estigmatizados porque se relacionan con prácticas culturales poco aceptadas por la sociedad de acogida. En otros casos, al origen se le suma la condición socioeconómica, o bien, es ésta la que claramente genera el discurso de rechazo.

¿Resiliencia o inculturación? Entonces, “hacer más” o “demostrar más” se convierten en algunas de las estrategias de supervivencia utilizadas por estas personas en su quehacer cotidiano. A veces la agotadora dinámica del “más” se acompaña de estructuras de personalidad que se han ido curtiendo con el tiempo. La resiliencia se convierte en el punto de apoyo para tomar impulso una y otra vez. En otras ocasiones lo que se observa es un proceso de inculturación que no respeta la construcción múltiple, sino que se diluye en la identidad hegemónica. Entonces te encuentras ante personas que argumentan y justifican su rechazo a lo que les ha sido transmitido por la familia: en estos casos, la elección se ha decantado por el ir adquiriendo algunos de los rasgos dominantes del grupo mayoritario como estrategia más o menos consciente para ser aceptado.

Comentando estas observaciones con las compañeras de trabajo, a menudo nos preguntamos sobre lo que debe ocurrir con aquellos aspectos de la identidad de una persona que no han podido emerger, que no han encontrado la ocasión para ser desarrollados, que no han gozado de un espacio social para crecer. Nos cuestionamos también sobre lo que pasa cuando algunos de estos aspectos no son reconocidos: ¿cómo se siente la persona cuando algún rasgo de su identidad se ignora o margina? Otro de los interrogantes tiene que ver con las etiquetas: las que le ponemos a los demás por su apariencia, que sólo muestran parcialmente al otro, y que, en ningún caso nos permiten acceder a la gran riqueza, -y misterio-, que constituye cada persona.

Estas circunstancias configuran muchos malestares, en ocasiones tan sentidos como poco expresados.

Por eso, uno de nuestros objetivos es crear espacios de acogida, de escucha, lugares en los que el juicio se suspenda para dar paso al agradecimiento. Lugares en los que las personas que los habiten se sientan reconocidas, en los que exista la posibilidad de expresarse con libertad, en los que los silencios sean densos y significativos. La actividad que llevamos a cabo en el Espacio Interreligioso se convierte, a menudo, en uno de esos lugares de resurrección. En uno de esos lugares en los que, aunque el dolor no desaparece, los quehaceres despuntan esperanza. En uno de esos sitios habitados por miradas cómplices, que procuran consolar.

Cuando trabajamos el tema de la identidad con jóvenes que tienen un origen múltiple, la identificación con la dificultad es clara. La expresión habitual es que “tienes que escoger”. A veces lo que se comunica es la dureza del proceso: “es duro”. Ante esta realidad, nuestra actitud procura fomentar la verbalización. La provocamos, si lo consideramos necesario. Creemos en la capacidad sanadora de la palabra. Nos parece que verbalizar los malestares transforma. Intuimos que el cambio se produce no sólo en la persona que expresa, sino también en el auditorio que escucha.

Quizás será la suma de todo ello lo que conduce a estas personas necesitadas de acogida a valorar nuestra experiencia educativa con una misma palabra: “igualdad”. Sí, y no nos sorprende. No nos resulta llamativo, puesto que la palabra que sana, ese mismo espacio construido a partir de la expresión del malestar, se acaba transformando en reivindicación, en denuncia serena. En un lugar de deseo, en un espacio de resurrección. Sabemos que nuestra acción es muy frágil. A pesar de ello, tenemos el convencimiento de que, desde lo minúsculo, a partir de lo escondido, puede nacer vida. Y esa certeza, que también es experiencia, nos sostiene, nos da fuerza y luz.

[Imagen extraída de: Pixabay]

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Antropóloga con formación en el ámbito de la teología y el acompañamiento. Se dedica a la educación y el acompañamiento. Coordina el proyecto Espacio Interreligioso de la Fundación Migra Studium.
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