Karen Castillo Mayagoitia. La mujer, en la historia de la humanidad, no sólo ha representado la mitad de la misma o “mitad de otro”, sino que ha sido una totalidad; totalidad expresada en la integralidad y perfección de su cuerpo, totalidad vivida que ha ayudado y ha sido parte importante de la conformación tanto de la cultura como de la religión. En la cultura ha aportado desde su capacidad creativa, dando vida a una gran cantidad de expresiones con la habilidad de sus manos, a través de la expresión colorida de su conexión con la naturaleza, desde el movimiento rítmico del cuerpo hecho danza y expresión de alegría. En las religiones lo ha hecho desde su capacidad de comunicar y conectarse con lo sagrado, de hacer de su vida ritual y armonía, de ser altar y transmitir las más bellas oraciones, los cantos de alabanza y agradecimiento, una tradición que ha sido compartida y la sabiduría de la que también forma parte. Por ello, la mujer, desde su totalidad, ha sido creadora de sentido, de identidad y de historia.
Ha aportado también a la vida desde su ser mujer, con la totalidad de lo que es y con la especificidad que la conforma; con un caminar histórico que en ocasiones ha representado una carga, pero que también ha sido fuerza y esperanza; con grandes luchas contra estructuras patriarcales, pero también en lucha contra su propia realidad; con una experiencia religiosa que hace brotar deseos y descubrimientos a la vez que surgen cuestionamientos; con sus propias interpretaciones sobre lo que la rodea; con su entrega; con sus relaciones y convicciones.
Desde la diversidad de expresiones que ha creado la mujer en la cultura y en la religión es difícil pensar en un punto de partida para hablar de su papel; sin embargo, creo que sí hay algo característico de la mujer: su cuerpo. No sólo porque sea lo más evidente a la vista, sino principalmente porque es desde ahí que ha aportado al caminar de la humanidad.
Porque es desde el cuerpo que las mujeres expresamos nuestra religiosidad, es desde el cuerpo que creamos formas y damos vida a la cultura, es desde el cuerpo que nos comunicamos e interrelacionamos, es desde el cuerpo femenino que se entiende la fertilidad como un don creador. Y porque, lejos de ser el cuerpo un mal necesario, representa una expresión sagrada de la vida, de la creación y capacidad co-creadora. Pero también porque el cuerpo femenino, tristemente partido, herido o violado, ha sido la expresión desde la cual nacen caminares comunes y luchas hermanadas desde las mujeres en las diversas culturas y religiones.
Lo característico del cuerpo femenino son: el vientre que gesta la vida y los senos que alimentan y permiten el crecimiento y desarrollo; y por ello desde lo que para una mujer representa su cuerpo y la capacidad de ser madre es que quiero plantear algunas pistas sobre el papel de la mujer en la religión y la cultura.
Si hablo de maternidad no parto de una cuestión física o biológica, como tampoco de un determinismo, sino de la maternidad que envuelve una capacidad de amar, la maternidad que ha sido recuperada desde el Dios que también es madre, una maternidad compartida con la Tierra que nos alimenta y nos recibe al final de la vida, una maternidad que se vuelve punto de encuentro y diálogo entre culturas y religiones.
Por eso es desde ahí que podemos hacer una referencia a la importancia de la mujer en las iglesias y en la misión. Es decir, la mujer gesta una vida y un proyecto nuevo, que si bien siempre es fruto del amor a la vida, muchas veces también es expresión de defensa de la vida ante un acto de muerte. Por ello sabemos que muchas acciones que hoy se están llevando a cabo desde las mujeres en las iglesias han nacido de la necesidad de expresarse y resistirse a las estructuras de muerte presentes en la sociedad actual, ante la violencia intrafamiliar y de género, ante los abusos y los feminicidios, ante la falta de oportunidades y muchas veces también ante iglesias donde no son reconocidas.
Pero también ha sido el amor a la vida, en una vida abierta a las expresiones diversas, donde las mujeres estamos dando vida a los espacios de diálogo, de reflexión teológica, de compartir historias, de escribir credos comunes y oraciones de esperanza porque nos sabemos acompañadas y guiadas por un mismo Espíritu.
El papel es ser cuerpo que geste nuevas vidas bajo sus entrañas, alimentadas con su sangre como torrente de existencia, ya no con sangre que es derramada. Ser senos que alimentan y nutren desde unos brazos que abrazan y dan calor; ser pies que caminan y dejan huella; ojos que miran a la otra y al otro y que pueden admirarse de la belleza e indignarse de lo inhumano; oídos que escuchan las voces de gozos y la plegarias ante las fatigas; corazón que late y recuerda que hay vida; ser cada parte del cuerpo, pero especialmente poder ser voz, una voz que es escuchada y que sabe lo que dice, voz que no habla desde sí, sino desde una realidad, un reclamo y a la vez un deseo conjunto. Cuerpo en totalidad que es capaz de seguir construyendo alternativas porque está convencido de que otro mundo, otras iglesias y otra humanidad son posibles y necesarias.
Tan importante es la relación de Dios con el cuerpo que la expresión máxima de nuestra semejanza con Él está en la encarnación de su hijo, en mostrarnos quiénes somos desde el cuerpo humano; por ello, no sólo fue “dichoso el vientre que lo llevó y los pechos que lo amamantaron”, sino cada mujer que en su cuerpo “escucha la palabra de Dios y la pone en práctica”; haciéndose hermana de su prójimo, semejanza de su Creador.
Así mismo quisiera incluir la idea de Wanda Deifelt respecto a esta relación:
«Reconocer que Dios se revela en el cuerpo presenta nuevas maneras de ver el mundo y a las posibilidades en él contenidas. Representa pistas para una espiritualidad lúcida y una práctica comprometida, en las que el cuidado de los cuerpos es prioritario. Ante la negación histórica hacia los cuerpos, afirmar que Dios se revela en el cuerpo exige una ética del cuidado. Para superar la degradación de cuerpos, actitudes concretas –de solidaridad y justicia- son imprescindibles. La reverencia para con lo sagrado –el lugar de revelación de Dios- hace que la explotación de cuerpos sea equiparada a la profanación».
Es muy importante entender que América Latina se ha construido desde la diversidad cultural y religiosa y que es desde esta diversidad compartida, convivida y dialogada que las mujeres se han conformado en una espiritualidad de resistencia, que se acompañan y viven desde la solidaridad y la sororidad.
La Iglesia, comunidad, casa, esposa y madre, tiene un rostro femenino que lleva a pensar en la acogida (una acogida incluyente), en el alimento (como lo que nutre el cuerpo y el espíritu), en el acompañamiento (desde la escucha y la comprensión) y en este Dios que es Padre y Madre porque nos recuerda que somos totalidad.
Imagen extraída de: Pixabay
[…] hagan experiencia y, sobre todo, lleguen a conectar con sus vivencias cotidianas. El tema de la identidad siempre ocupa un espacio considerable, tanto en las actividades lúdicas como en la reflexión. Nos […]
Como la historia, la mujer se puede ver desde diferentes perspectivas. Lamentablemente son pocas los recursos para las mujeres en las diferentes esferas sociales.
Mas bien podríamos decir que son los medios de comunicación quienes han dibujado el perfil femenino, y en mi humilde opinión, con muy poca responsabilidad social.
La mujer actual necesita una sana orientación en cuanto a su identidad, desarrollo e imagen personal. No es el lado débil de la humanidad, ni la salvadora del hogar. Es responsable de sus emociones y no depende de otros para tener un concepto correcto de sí misma. Es un diseño divino y puede ser tan plena sola, como en familia. Tener un entendimiento correcto de la dinámica en cada estructura social donde la mujer tejerse su responsabilidad, trabajo e influencia, le da la oportunidad de desarrollarse con libertad y plenitud. Esta perspectiva nos proporciona una sociedad donde podemos experimentar la justicia, el amor y al belleza.
EN ESTE SIGLO XXI HAY QUE RESCATAR NUESTRO LUGAR QUE OCUPAMOS COMO MUJERES RECOBRANDO NUESTRA ESENCIA Y Y DEJARNOS HABITAR POR QUIEN NOS HABITA.
APOYÁNDONOS ENTRE MUJERES NO PONIÉNDONOS EL PIE HABLÁNDONOS CON LA VERDAD PORQUE LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES.