Ha sido especialmente emocionante seguir en vivo la reciente ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz 2017 a la Campaña Internacional para la abolición de las armas nucleares, ICAN en sus siglas en inglés, una coalición que reúne a 468 organizaciones de 101 países y que lleva trabajando desde 2007 para lograr este sensato propósito. Al recibir el premio, Beatriz Fihn, su directora, ha dicho: «en nuestras manos está la elección: o eliminamos las armas nucleares o ellas nos eliminarán a nosotros». Abundando en este mensaje, Setsuko Thurlow, superviviente del bombardeo de Hiroshima y representante asimismo de ICAN en la ceremonia, lo dijo así: «la humanidad y las armas nucleares no pueden coexistir».
También recientemente tuvo lugar en el Vaticano una Conferencia Internacional sobre «Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y para un desarme integral». Organizada por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, departamento del Vaticano, la conferencia contó con la participación de 11 Premios Nobel de la Paz, altos representantes de la ONU, la OTAN y de varios Estados, entre ellos Rusia, EE.UU. Irán y Corea del Sur. Participaron también organizaciones de la sociedad civil comprometidas con el problema. En Roma estaban representantes de la premiada ICAN, de varias Conferencias Episcopales e Iglesias a nivel ecuménico e interreligioso; diplomáticos, académicos, profesores y estudiantes de universidades de Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea. De España, asistimos representantes de Justicia y Paz, de Sevilla, Burgos y Palencia, y quien esto escribe de la Fundación SIP (Seminario de Investigación para la Paz), del Centro Pignatelli de Zaragoza.
La conferencia era el primer encuentro internacional tras la aprobación, el 7 de Julio de 2017, del Tratado de Prohibición de las Armas nucleares, adoptado en Naciones Unidas con el voto de 122 países y que se abrió a la firma el pasado 20 de septiembre. Siguiendo los pasos marcados por la OTAN, España no lo ha firmado, mientras que el Vaticano, dando ejemplo, fue el primer país en firmarlo y ratificarlo. Y es que el papa Francisco está ejerciendo un liderazgo inspirador y decisivo ante este grave problema. Su mensaje fue claro y rotundo, cuando se dirigió a los asistentes a la conferencia en la Sala Clementina:
“Si consideramos las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales que se derivan de cualquier uso de las armas nucleares (…) (y) considerando el riesgo de una detonación accidental de tales armas por un error de cualquier tipo, se debe condenar con firmeza la amenaza de su uso, así como su posesión, precisamente porque su existencia es funcional a una lógica del miedo que no tiene que ver solo con las partes en conflicto, sino con todo el género humano. Las relaciones internacionales no pueden ser dominadas por las fuerzas militares, por las intimidaciones recíprocas, por la ostentación de los arsenales bélicos. Las armas de destrucción masiva, en particular las atómicas, no generan otra cosa que un engañoso sentido de seguridad y no pueden constituir la base de la pacífica convivencia entre los miembros de la familia humana, que debe sin embargo inspirarse por una ética de solidaridad”.
La voz de las víctimas
El testimonio que dio en la conferencia de Roma Wada Masako, una superviviente (hibakusha) de la bomba de Nagasaki, dio a la voz de las víctimas el lugar privilegiado que les corresponde. Como apenas tenía unos meses, Masako transmitió el relato de la madre, los momentos de horror y sufrimiento inaceptables experimentados por los afectados, que con los años llegaron a ser 210.000 muertos, afectados que, como su propia madre, sobrevivieron arrastrando múltiples cánceres y afecciones.
El enfoque humanitario, reafirmado en las conferencias realizadas en Oslo, Nayarit y Viena, ha cobrado fuerza en los últimos años. La mayoría de ponentes afirmó que en un mundo multipolar la disuasión nuclear ya no tiene sentido. De los debates estratégicos y el recuento de cabezas nucleares, que predominó en la Guerra Fría, el acento hoy se ha puesto en la cuestión:
¿Cómo es posible que estén prohibidas las armas químicas y biológicas, las bombas de racimo y las minas antipersonales y no lo estén las nucleares, cuyas consecuencias son mucho más catastróficas?
Las armas nucleares han de ser evaluadas tomando en cuenta el indescriptible sufrimiento que causan, la incapacidad de desplegar una respuesta adecuada para asistir a las víctimas y el riesgo de una aniquilación global.
La inadecuación y el peligro
Hubo un acuerdo unánime en afirmar que estamos viviendo la situación de mayor peligro de conflagración nuclear desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Los desafíos mutuos entre los presidentes de Estados Unidos y Corea del Norte, índice de la insensatez de estos líderes, ¡en cuyas manos está la decisión de apretar o no el botón nuclear!, son una muestra del peligro creciente, al que también contribuyen la proliferación (se ha reducido el número de cabezas nucleares pero hay nuevos países poseedores), los riesgos de accidente o la posibilidad de que estas armas caigan en manos de terroristas.
Se habló de la responsabilidad social y moral de los científicos, naturales y sociales, de quienes ejercen de guía moral y pastoral, analistas de la guerra justa, estrategas, políticos y académicos que tienen en sus manos la posibilidad de estigmatizar este tipo de armas, de promover la conformación de un juicio informado y una convicción que, conjuntamente, muestren su inadecuación y conduzcan hacia su eliminación total.
Desde el movimiento de científicos Pugwash se informó de los casos habidos, años atrás, de falsas alarmas y otros accidentes, casos que estuvieron a punto de desencadenar una respuesta nuclear masiva; constataron que técnicamente hoy cualquier estado tiene conocimientos y posibilidades de construir una bomba atómica, de modo que la restricción sólo puede llegar del control que ejerce la Agencia Internacional de la Energía Atómica, dirigida por El Baradei, Nobel de la Paz, también presente en la conferencia.
La visión esperanzada vino de la mano de las Nobel de la Paz: Jody Williams (directora de la Campaña que logró prohibir las minas antipersonales), Mairead Corrigan, promotora de los Acuerdos de paz en Irlanda del Norte; y Susi Snyder y Beatriz Fihn, de ICAN. A partir de su propia experiencia, ellas defendieron que la sociedad civil organizada, con el trabajo constante y las alianzas, está logrando avances importante hacia el desarme.
En suma, prohibir y erradicar las armas nucleares es un imperativo moral, fundamentalmente por tres razones: una, por las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales que se derivarían de cualquier uso de las mismas, con devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el tiempo y el espacio; dos, por el derroche de recursos que supone mantener el arsenal nuclear para fines militares cuando podrían ser utilizados para prioridades más importantes, tales como la promoción de la paz y el desarrollo humano integral, la lucha contra la pobreza y la puesta en práctica de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible; y tres, porque son inadecuadas e incapaces de responder eficazmente a las principales amenazas a la paz y a la seguridad, con sus múltiples dimensiones, que sufre hoy la humanidad: amenazas como el cambio climático, el terrorismo, los conflictos asimétricos, la seguridad informática, la pobreza o el hambre.
[Imagen extraída de Pixabay]