M. Carmen de la Fuente. Una pareja amiga espera la llegada de una hija. Estos días, pensar en la nueva familia me remitía continuamente a otra espera, menos nueva y más conocida, la espera de este tiempo de Adviento en que nos encontramos ahora.
El Adviento es un tiempo que deseamos vivir conscientes, en comunidad y acordándonos de que estamos en camino para llegar hasta un pesebre. Allí encontraremos a Jesús, María, José, un buey, una mula y gente pobre (y de no muy buena reputación). Nosotros, que ya nos sabemos la historia, reconoceremos a este niño como el Hijo de Dios, enviado a nuestra tierra de la forma más humana, aquella que nos une y nos ayuda a imaginarnos hermanos y hermanas de la familia humana: nacido de mujer.
Seguramente la espera de Jesús niño dista mucho de la espera que vive mi pareja amiga, pero hay algunos elementos de las dos situaciones que a mí me resuenan y me hacen creer que vienen del mismo lugar (de aquel espacio profundo que hay dentro de nosotros, donde se esconde la chispa de un amor creador y de la esperanza infinita):
– Esperamos con la alegría de quien sabe que lo que vendrá es fruto del amor. De un amor que es capaz de dar vida, de crear vida. Un amor que hemos sentido que crecía dentro de nosotros. Un amor recibido en algún momento de nuestra historia y que ahora desea tomar cuerpo. Un amor que no es nuestro y que estamos llamados/as a entregar.
– Esperamos a alguien que llegará frágil, sencillo, desnudo… y en esta fragilidad, sencillez y desnudez encontraremos una vida que nace (la suya) y una vida que se despliega (la nuestra). Ver tan cerca el milagro de la vida nos ayudará a comprender que no podemos dejar de agradecer cada minuto de nuestra existencia.
– Seremos testigos de un gran misterio, de cómo la vida continúa haciéndose presente en un mundo como el nuestro, marcado por la injusticia y donde, en ocasiones, es difícil sostener la esperanza. Quizás incluso dudamos de si es éste un buen lugar para la vida, pero sin darnos cuenta, la duda se desvanecerá y nos sentiremos más comprometidos en construir otro mundo que sabemos posible.
– Nos abriremos a abrazar esta vida nueva, a cuidarla y a darle calor. Lo haremos no como obligación, sino como respuesta a un movimiento natural, como si estuviéramos hechos para abrazar, cuidar y dar calor.
– Dejaremos que nuestra vida dé un vuelco. Nos cuestionaremos a la luz de la nueva presencia y quizás sentiremos que hay unas cosas que no son tan importantes y otras que lo son aún más.
– La venida del niño nos invitará a crecer, a ser más nosotros. Tendremos la oportunidad de preguntarnos por nuestras capacidades, descubrir algunas que estaban escondidas y ponerlas al servicio de quien es más pequeño y más débil.
– Sentiremos el deseo de acompañar a este niño, caminar a su lado y no querer separar ya nuestra vida de la suya.
– Nos reconoceremos como una familia, con un proyecto que empieza; quizás tendremos miedo, pero la alegría nos empujará con tanta fuerza que sólo podremos seguir dando pasos.
Y es todo esto lo que esperamos en este tiempo de Adviento (como ha esperado la pareja amiga), pero sabiendo que en el fondo no somos nosotros quienes esperamos, es la vida la que nos espera a nosotros, como cada año, en su forma más humana y más humilde, acogida en un pesebre.
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