Ante los acontecimientos de los últimos meses en Cataluña, las valoraciones e interpretaciones que hemos hecho han sido partir del propio posicionamiento. De entrada no puede ser de otra manera, porque no vemos la realidad tal como es, sino tal como somos. No existe una realidad objetiva y una percepción subjetiva, sino que en el mismo momento de percibir la realidad ya estamos configurándola y co-creándola desde nuestras categorías. Partir de este presupuesto es indispensable para no caer en juicios morales sobre las opiniones de los demás, porque la opinión está precedida por la percepción, a la vez que la percepción está condicionada por la opinión, porque todo acto cognitivo es afectivo y perceptivo vez. Ahora bien, si queremos ir más allá de la situación cada vez más polarizada, tensa y enquistada en la que nos encontramos, tenemos que encontrar un lugar que nos trascienda y nos haga crecer a todos. Este sitio no está detrás, como si nada hubiera pasado, sino dentro de cada uno y ante nosotros, en un espacio todavía por descubrir y crear. Un espacio que sólo aparecerá y únicamente se logrará cuando seamos capaces de un mutuo reconocimiento, lo que también pasa por la capacidad de reconocer los propios excesos o errores.
Es tanta la vehemencia de nuestros posicionamientos que no tenemos ni dejamos espacio para el otro. Estamos ante una cuestión importante y delicada que corresponde a la tercera y cuarta necesidad según la escala de Abraham Maslow: el sentido de pertenencia y la necesidad de reconocimiento, temas que giran en torno a la identidad. Dejar espacio al otro no significa confundirse con él ni someterse a su punto de vista, sino que implica considerarlo seria y tenazmente como parte de la realidad de la que ambos (tres, cuatro, cientos, millares, millones de ciudadanos) formamos parte.
Todos formamos parte de todo y formamos parte de un Todo. Debemos llegar a aceptar que el punto de vista del otro es tan necesario y válido como el propio y acogerlo, tal como esperamos que el otro también lo haga respecto a nosotros. Para que esto sea posible, el primer paso es evitar el juicio, no caer en la descalificación. Sólo puedo mantener con nobleza el propio posicionamiento si considero que la posición del otro también es noble y que vela, tal como yo lo hago, por su sentido de pertenencia así como por su necesidad de reconocimiento. Cada vez que pienso o digo que el otro es un estúpido o miente, estamos anulándolo y cometemos violencia mental o verbal -aunque no nos oiga- contra él. Tenemos que llegar a hacer el voto de confianza de que el otro tiene unas razones a partir de las cuales percibe-interpreta los acontecimientos de una forma diversa e incluso opuesta a la mía, pero que por eso no miente, tal como espero que tampoco me considere un idiota o un mentiroso porque percibo-interpreto las cosas de una manera opuesta a la suya.
Si somos capaces de mantenernos en esta apertura y en este respeto, se seguirán muchas cosas, ya que aparecerá un espacio afectivo y cognitivo donde el otro también esté. Esta nobleza y generosidad para con el otro, este voto de confianza firme y sostenido es puesto a prueba cuando el otro no está dándome espacio a mí, cuando no siento que me está reconociendo. Entonces es fácil claudicar y responder con la misma descalificación y juicio que recibo.
Los principios de la no violencia son muy exigentes y sus frutos suelen ser a largo plazo. Pocas veces son inmediatos. Pero esta es la prueba por la que debe pasar una confrontación si quiere ser noble. Si la confrontación es noble, ennoblecerá a los que participen y harán que se convierta en un diálogo fértil. Si es vil, la confrontación los envilecerá. Es difícil, muy difícil, mantenerse en la no descalificación del otro cuando su opinión, actitud o actuación son opuestas a las propias. Pero es aquí donde se manifiesta en qué medida hemos integrado en nuestra vida los valores del Evangelio, que son los mismos de la no-violencia. Dice Jesús en el sermón de la montaña: «Os han enseñado que se mandó a vuestro padres: «No matarás», y quien mata, será reo ante el tribunal; pues yo os digo: todo aquel que insulte, será condenado por el tribunal, y el que le llame renegado, también será condenado al fuego del quemador» (Mt 5,21-22).
Lo que quiere decir Jesús es que cuando insultamos alguien, lo estamos matando. Lo matamos porque no lo reconocemos, porque lo eliminamos condenándolo a las categorías que hemos creado sobre él. El otro no se puede reconocer en la imagen que me he hecho de él. Entonces tampoco puedo pretender que él me reconozca. Se ha creado un abismo entre los dos. Ambos estamos condenados por el otro. Este es el fuego en el que nos consumimos. ¿Cuál es la salida de este infierno?
«Os han enseñado: «Ojo por ojo y diente por diente»; pues yo os digo: No os enfrentéis contra el que os agrede. Al contrario, si uno te abofetea en una mejilla, muéstrale también la otra; si quiere ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; si te fuerza a caminar una milla, acompáñale dos» (Mt 5,38-41).
El listón es muy alto, como altas son las llamas del fuego que nos devora y como altos son los muros que debemos trascender para encontrar el lugar en el que todavía no nos hallamos.
Esto no es ingenuidad ni «buenismo», sino que son las condiciones de posibilidad para una nueva forma de existir y de co-existir que puede nacer en cada momento si nos aplicamos. El reto es convertir cada acto, cada palabra y cada pensamiento en un ejercicio espiritual. Entiendo por «espiritual» el espacio abierto y disponible que hay entre mí y el otro, más allá y más acá de nuestras reacciones comprensibles, pero viscerales y totalmente insuficientes. La vida política y ciudadana están urgentemente necesitadas de este exigente ejercicio de contención y de trascendimento de nuestros posicionamientos todavía demasiado primarios y emotivos. Las emociones son intensas, pero efímeras. Lo que perduran son los actos y aún estamos a tiempo de reorientarlos hacia la creación de un espacio común.
El espacio se ensancha cuando miramos, hablamos y actuamos desde una perspectiva más amplia que incluye el otro. En cambio, cuando absolutizamos nuestro punto de vista, constreñimos nuestro espacio interior y también el común y nos rasgamos unos a otros porque no hay lugar para todos. No podemos esperar a abrir este espacio hasta que el otro esté dispuesto a hacerlo. Este ámbito comienza a aparecer cuando uno da el primer paso y actúa con valentía y generosidad, dando un voto de confianza al otro, tantas veces como sea necesario. «-¿Hasta siete veces? -No, hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22).
Cada una de esas veces me aproxima al otro, el cual, al sentirse reconocido, tarde o temprano también me reconocerá y podremos descubrir un espacio que sea fecundo para todos. ¿No es ésta la oportunidad que tenemos para crecer todos juntos en mayor capacidad de alteridad?
[Imagen extraída de: Pixabay]
Si digo que excusatio non petita, accusatio manifesta, ¿estoy insultando al otro? No parece un ejercicio de honradez intelectual llevar al terreno de la subjetividad lo que pertenece al dominio de los principios. No parece un ejercicio de honradez firmar manifiestos contra una sentencia judicial escudándose en su profesión sacra, que damos por supuesto que entraña nobleza. No cabe un cura agnóstico, ni un diácono pederasta. Es a ojos vistas querer forzar el valor de una declaración. Y eso es una vergüenza. Con más exactitud, una desvergüenza. ¿Es un insulto llamar las cosas por su nombre?
¿Cuáles son los principios, Melloni?
Hay principios científicos, los que vinculan poblaciones a su genética, que nos permite hablar de identidades etnicistas. Pues bien, la genética de poblaciones niega que existan cotos cerrados, que haya pueblos en una Europa de trasiego humano desde la salida de Africa (el famoso out of Africa). En particular lo ha estudiado Cavalli Sforza y aquí Bertranpetir. Para el ADN antiguo, el número de investigadores., algunos de la Universidad de Barcelona, incrementa por días.
Hay principios históricos. De Henry Kamen a Tortella. Espero que no llemae historia a las fabulaciones que corren por el principado y no me refiere a las chuscas como el origen de Teresa de Jesús, Miguel de Cervantes, etc. Melloni, le voy a dar un dato que, en cuanto personal, no puede ser considerado categoría, aunque, si lo miramos con janía lo es. Cuando me casé,. hará dentro de unos años la cincuentena, el buen cura del santuario garrotxí, nos comentó: «Valderas, veU això si que es català, però Martinez (cognom de la meva muller, apellido de mi mujer), AIXÒ NO . Como usted bien sospecha Melloni, mi mujer es catalana, no yo.
Hay principios de derecho natural que, en lo tocante a la sociedad, los juristas les llamaban derecho de gentes. Tales princiopios son subsimidos en una ética que valora moralmente la segregación arbitraria de una parte respecto de un todo. La moral indica que es objetivamente perverso (¿es un insulto llamar las cosas por su nombre?) romper el todo porque atenta contra el bien común, arruina la paz y aniquila el principio de subsidariedad.
Cuando a esos principios iusnaturalistas se le agrega la vertiente histórica, como hizo Juan Pablo II al caso de la Padania, la valoración moral agrega un factor más de perversidad.
No es dogma de fe ser españolista Falaz excusa dada por un clero que no calificaré., pero que refleja determinado talante. (Luego en un rapto creen de sublime inteligencia agregan: tampoco ser independentista.)Sí pertenece a la moral iusnaturalista elevar a principio normativa general ese cuádruple factor.