Nicolás Iglesias Mills. «Eu que não sei quase nada do mar descobri que não sei nada de mim
noite rara nos levando além da arrebentação
Já não tenho medo de saber quem somos na escuridão”
(Yo que no se casi nada del mar descubrí que no sé nada de mí,
clara noche rara, nos lleva más allá de la arrebentación,
ya no tengo miedo de saber quién somos en la oscuridad)»
Ana Carolina
Sé que llego un poco tarde, unos cuantos años tarde a esta reflexión, quizá 29 años tarde. Sé que es absurdo el tiempo que nos lleva a darnos la cabeza contra la pared mil veces. Sé que como hombre no me he terminado de dar lo suficiente en la cabeza. Pero esta pregunta me carcome: ¿Por qué tantas víctimas y tan pocos victimarios?
Cuando era chico, habré tenido alrededor de unos 10 u 11 años, la mezcla de machismos subjetivos (para algunos, objetivos para más) era un fuerte movilizador de acciones, actitudes y psicologías. Recuerdo claramente una vez que algunos compañeros de mi clase jugaban a perseguir a una chica de nuestra misma sala. Era un tiempo libre, no había nada que hacer y se ve que las hormonas brotaban por el aire (atención, ojo con acusar a las hormonas de actitudes machistas). Eso era: un grupo de chicos persiguiendo una chica. Básicamente querían tocarle el poto (cola, culo, nalgas, como quieran llamarle), o amagaban con hacerlo. Yo ese año estaba lejos de los que siempre habían sido mis amigos y nunca fui una persona muy popular. Me moría por ser parte del grupo pero no me animaba a entrar al «juego». Finalmente me decidí. Fui yo el que dio el primer paso para tocarle el poto a mi compañera. Las reacciones de mis compañeros no las recuerdo, pero de lo que sí me acuerdo es de la reacción de ella. Se dio vuelta y me preguntó: “¿Tú sabes lo que significa para una mujer que la toquen y que la acosen?”. No dije nada. La vergüenza me carcomió por años. Jamás había querido hacer eso, pero el impulso social a ser aceptado me movió. En ese momento todas las lecciones paternales sobre el respeto a la mujer que había tenido durante 10 años desaparecieron. Yo me convertí en victimario y ninguna excusa era válida. Ninguna excusa sigue siendo válida para ese momento y aun habiendo contado el contexto no puedo respaldarme en él. Pero doy gracias la actitud de mi compañera que me puso frente a frente con el hecho de cómo la estaba construyendo, de cómo la estaba haciendo objeto y de cómo estaba haciendo mal uso de la alteridad.
En mi familia son casi todas mujeres. Y mi padre es y sigue siendo el ser más dulce y respetuoso que conozco. Pero nada de esto me libró de aquello. Desde ese momento y hasta el día de hoy la pregunta reinante es: ¿por qué hay tantas víctimas y -aparentemente- tan pocos victimarios? ¿Por qué no nos atrevemos a evaluar nuestra historia y entender los pequeños (y grandes) detalles que nos hacen machistas aunque no lo queramos, y finalmente podamos decir #yotambién soy victimario?
Años más tarde, casi en la salida de mi adolescencia, tuve un par de años donde me encontraba en una relación amorosa tras otra. Estaba un par de meses con una pareja y luego terminábamos por una razón o la otra. Eso llevó a no cuidarme a mí ni a las personas con las que estuve. El machismo intrínseco en ver a la pareja como un objeto que necesita de uno y no uno de ella es uno de los males más comunes e inconscientes dentro del mundo hoy día. Los patrones de negación del machismo por parte de muchos hombres refieren a este punto específico, es decir, al no dejarse afectar como persona por el otro, o la otra. Aun cuando nos consideramos personas sensibles, el proceso de dejarse afectar e interpelar por el otro como legítimamente otro es mucho más profundo y refiere a un lugar en nosotros mismos que tenemos que desenterrar -mucho más los hombres que las mujeres- ya que sólo cuando el hombre se sienta profundamente afectado e interpelado por las otras podremos comenzar a hablar de igualdad de género. Mientras tanto, y mientras recorremos ese camino, #yotambién soy victimario.
Hoy me dedico a un área laboral en la que la gran mayoría de las personas son mujeres. La educación inicial, infantil o de párvulos es un mundo donde muchas veces se ha acusado a los hombres de insensibles, incapaces de trabajar, o quizá, en los peores casos, abusadores. A la hora de buscar trabajo me he encontrado con muchas puertas cerradas por mi género, pero también en conversaciones informales son muchas, pero muchísimas las caras de sorpresa y exclamaciones de susto. En mi constante búsqueda interna, terapia y demás, me he encontrado que a veces estos encuentros casi discriminatorios provocaban un elemento significativo para mí, ya que volcaba la atención a mí mismo, y no sobre el contexto, las familias, los niños o el resto de las trabajadoras. ¿Qué dice esto de mí mismo como trabajador, pero también como hombre, frente a un mundo laboral mayoritariamente femenino? Aún en minoría puedo llamar la atención y traerla sobre mí mismo, ¿acaso no sigue siendo esto una desigualdad de género enorme, y el disfrutar la atención, un machismo intrínseco? Quizás en este momento esté escribiendo esto con la idea de que me devuelvan la mirada. ¿No es esto una manera de entender que #yotambién soy victimario?
Y déjenme aclarar algo: en ningún momento, aun habiendo sido discriminado, aunque se me haya sometido constantemente a preguntas sobre mi orientación sexual o intenciones de abuso para con los niños, aún en momentos donde ya no doy más en este ambiente, aun así, es imposible que yo entienda lo que es ser acosado constantemente por la calle desde que naces o ser rebajado en todos los ambientes de mi vida, o tener que luchar para que no sea así.
A menos que empecemos a exponernos y a manifestar que nosotros somos los victimarios, que no tienen que buscar sólo en los psicópatas o en las cárceles, hasta ese momento no podremos llegar ni si quiera a reducir la violencia de género.
#Yotambién soy victimario.
Imagen extraída de: El Tiempo